EL PERRO COMO SÍMBOLO FUNDACIONAL DE CHILE

Un perro acompaña a los conquistadores españoles durante la primera misa celebrada en Chile, en detalle del cuadro de Pedro Subercaseaux en exhibición en el Museo Histórico Nacional. Aunque existían canes nativos en Chile, los perros sin dueños se volvieron un tema complicado casi tan pronto arribaron los españoles al territorio.

Santiago de la Nueva Extremadura, como la bautizó don Pedro de Valdivia al fundarla sobre un anterior asentamiento nativo, es una ciudad canina casi por predestinación. La condición casi de “vacas sagradas” de los perros callejeros en Chile tal vez procede de una arcana relación con el santo patronazgo de la capital.

Los residentes de la Nueva Extremadura son mestizos, como los quiltros. Lo son en mayor o menor grado, pero lo son. Y aunque el símbolo heráldico de la urbe capital sea un león, la verdad es que el perro representa infinitamente mejor a nuestras metrópolis, habiendo sido también la gran compañía que tuvieron por siglos sus habitantes criollos. Muchos chilenos, quizá todos, tienen algo de perros, y no podemos evitar usar esa comparación tanto para ofender como para halagar, en tan extraña dualidad. Incluso entre los jóvenes hoy es común tratarse de "perro", como antes era el "compadre" o "viejo", cual forma cariñosa de referirse a un amigo o camarada.

Si no usáramos tan frecuentemente la expresión "perro" como algo ofensivo y humillante acogiendo emocionalidades que no son de nuestra raigambre, entonces, quizá ya habríamos podido aceptar con más comodidad y certidumbre nuestra comunidad de naturaleza nacional ligada con los caninos... Más aún, nuestra visión de ellos como el equivalente a las vacas sagradas para esta identidad cultural chilena, con “ofrendas” y todo manifiestas en agua y comida dejada afuera de algunas casas, precisamente para ellos.

Se dice que hay cerca de 2 millones y medio de perros abandonados en Chile, la mayor parte de ellos en la ciudad capital, el antiguo Santiago del Nuevo Extremo. Y decimos "abandonados" porque, técnicamente, los perros callejeros no existen como tales, sino los perros botados, descartados por nuestra sociedad y generalmente por no tener pedigrí ni valor, muchos de ellos sobreviviendo de la caridad de ciudadanos generosos. Pero, como los políticos no aceptan competencia (por instinto), muchas autoridades han anunciado tentativas o bien ejecutando proyectos de persecución, incluso para castigar a quienes alimenten a estos canes de las calles de la ciudad.

En el otro lado del espectro están los que romantizan la situación de los perros callejeros y aun los ferales, considerándolos criaturas inofensivas y ausentes de sus instintos más salvajes, en una absurda humanización que no sólo ignora la tragedia vivida por muchos ganaderos y por la fauna nativa, sino también la vida miserable en que viven los perros condenados a vivir de la caridad y, cuando no, de la caza.

Sin embargo, el conjuro entre nuestra capital y los perros tiene una raíz muy profunda, explicando lo bueno y lo malo de esta cláusula en nuestro “pacto” de convivencia entre hombre y can. Su relación con nosotros, en Santiago de Chile, se aferra a hilos que trascienden incluso lo meramente histórico y geográfico, relacionándonos desde un contenido místico y ancestral que, de alguna manera, continúa vigente en los arquetipos más profundos de la sociedad santiaguina.

Santiago de Chile recibió su nombre en analogía al Apostol Santiago y su famoso camino hacia Santiago de Compostela, la localidad en la desembocadura de aquella ruta jacobea iniciática en España, con procesiones que se realizan oficialmente desde tiempos medievales por Europa, o acaso antes.

La vía va de Este a Oeste, casi siguiendo cartográficamente el paralelo 42. Hasta la Catedral de Santiago de Compostela está angulada en su eje de planta, como ajustándose a la inclinación terrestre. Y a la entrada del "camino francés" en territorio de España, se encuentra la localidad de Jaca. Su nombre tiene una fonética parecida a la de Jaco o Jacobo, por razones no azarosas, por supuesto, pues Santiago es una relación fonética de San Jacob o San Jacobo. Más el Oeste, en cambio, son varios los caminos que, desde toda Europa, convergen sólo hacia la proximidad del territorio francés vecino a Jaca. Incluso, existen rutas marítimas, ocupadas por los antiguos habitantes de las islas británicas. Algunos autores adictos al esoterismo ha postulado incluso la teoría de que el camino más ancestral empezaba en las actuales ruinas de Stonehenge, en tiempos antediluvianos.

¿Qué podría tener que ver Santiago con el símbolo del perro? Pues que las peregrinaciones, los grandes viajes iniciáticos, siempre han sido asociados a los heraldos y las representaciones caninas, como en la carta del tarot titulada “el Loco”. El perro es el peregrino, el viajero de Santiago: es el vagabundo, el aventurero, y sólo él conoce sus hazañas y epopeyas. Por esta razón, la imagen de San Roque, patrón oficial de Santiago de Compostela desde 1518 y que compite en el liderazgo patronímico con el apóstol, siempre es representado con un perro a sus pies.

Lo más sorprendente es, sin embargo, que aquella ruta jacobea estaría trazada desde los cielos, en las constelaciones estelares de la noche boreal... Y también está allí el perro con su figura arquetípica. Se cree, pues, que el Camino de Santiago de Compostela sería un reflejo de la Vía Láctea sobre la Tierra, habiendo razones para pensar que el nombre de la ruta deriva del latín Campus Stellae, que significa Campo de Estrellas. Según el conocido trabajo “El misterio de Compostela” del viajero y explorador francés Louis Charpentier, provendría en realidad de Compos Stellae, que significa Maestro de las Estrellas. Para ambos casos, sin embargo, la alusión es a la Vía Láctea.

Sucede que la ruta mística de Compostela sería anterior a los tiempos de Carlomagno o, más precisamente, atávica pre-romana. Sus raíces paganas se internan en lo profundo de la oscuridad del pasado, como tantas adopciones hechas por el cristianismo en la historia. Sin embargo, la tradición fue "recuperada" y cristianizada tras el descubrimiento de lo que serían los restos del Apóstol Santiago en el año 814, que hoy reposa en la Catedral de Santiago de Compostela.

Muchos autores, escudados en el escepticismo y los métodos científicos de evaluación histórica difícilmente aplicables a esta área por las ambigüedades que reinan en la misma, han pretendido poner en duda o incluso ridiculizar estas afirmaciones de paralelismos del camino jacobeo con situaciones astrales, alegando que la coincidencia entre el Camino de Santiago y la línea de la Vía Láctea sólo es tal por algún rato durante cada noche, debido al desplazamiento de la bóveda estelar, por efecto de la rotación planetaria. A juicio de estas opiniones, no existe ninguna relación real entre la ruta jacobea y las constelaciones.

Sin embargo, las coincidencias son demasiadas como para dejarlas pasar con tanta facilidad, tildándolas de meros actos azarosos o caprichos del destino. Además, es sabido que los peregrinos jacobeos efectivamente se orientan por la Vía Láctea durante las noches, para seguir la ruta a Santiago, algo que aparece en las crónicas españolas. Por supuesto, hay fusiones sincréticas importantes en la formación de estas leyendas y tradiciones del folclor cristiano.

La coincidencia más evidente entre los mitos dice relación con la presencia del legendario Hércules romano, quien se refugió en una gruta de La Coruña tras robar los bueyes del gigante Gerión y domesticarlos. Hércules es Heracles en la tradición griega y, según la leyenda antigua, éste fue amamantado de niño por la diosa Hera, recibiendo así los famosos poderes sobrehumanos que le caracterizarían. Pero el héroe del mundo antiguo mordió el pezón de la diosa durante este acto y ella le arrojó lejos de dolor. Miles y miles de gotas de leche saltaron al cielo en este acto, desparramadas en una línea que los griegos y después los romanos identificaron con el círculo de la Vía Láctea, precisamente. De ahí su nombre.

En términos esotéricos de Gobienau, además, Hércules y Gerión pertenecerían a la Segunda Edad del Mundo, la Era de los Gigantes-Titanes o la Edad de Plata. Es la época de los nacidos de la mezcla de los Dioses de la Primera Era o Edad del Oro con los mortales que estamos en nuestra época ya, seguida de la Edad del Bronce o de los Héroes, también conocida como de los Reyes. Nosotros vivimos en la Era de los Hombres o Edad de Hierro, la cuarta, última, peor y más profana de todas.

En "El Descubrimiento de Chile", otra obra de Pedro Subercaseaux (de 1913, en el Congreso Nacional de Santiago), también se evoca a los perros que deben haber acompañado a la expedición española de la Conquista.

Escena de un perro intentando dar caza a un ñandú, en uno de los grabados publicados por Alonso de Ovalle en su obra “Histórica relación del Reyno de Chile”, editado en Roma en 1646.

Situación interesante es la del símbolo de la "pata de la oca", convertidas con el tiempo en veneras o conchas que usan los peregrinos y que se repite en los emblemas jacobeos. Están, de hecho, en el escudo de armas de Santiago de Chile, en torno a la figura del león, por solicitud expresa de Valdivia al Rey. Este símbolo estilizado representaría para algunos el tridente de Poseidón, que los romanos identifican con Neptuno. El conquistador, claramente, quería enfatizar con esas ocho conchas del diseño heráldico alguna relación especial entre el Santiago del Nuevo Extremo con el Santiago de Compostela original.

Como un lazo místico y nominal une ambos Santiago en los extremos del mundo, cabe preguntarse: ¿Habrá quedado escrito simbólicamente allí el contrato que la sociedad chilena y muy particularmente la santiaguina, pese a todo, mantiene con sus queridos perros callejeros, sus tótems y tenantes caninos? ¿Existirá alguna clase de determinismo simbólico originario en este “contrato”?

Resulta, pues, que todos los elementos que hemos visto hasta aquí comienzan a converger en el anillo de la figura trascendental del perro, como si su símbolo fuera central en toda la tradición jacobea alojada en Santiago de Compostela y la expansión de la fe del Apóstol, Santo Patrono de los Ejércitos de España que avanzaban por el Nuevo Mundo.

Partamos diciendo que la Vía Láctea también era conocida entre los celtas como el Arco Iris de Lug. En España existe, de hecho, la localidad de Lugones, en Asturias. Allí también vivió una tribu de celtas conocidos como los luggones. Lug o Lugh es un dios poderoso que, a veces, adopta un aspecto oscuro y un tanto siniestro, tomando para sí características de lobo o de perro. La Lupa o Luperca, en tanto, es la célebre Loba Capitolina, que adopta y amamanta a Rómulo y Remo en los orígenes míticos de Roma.

Resulta imposible no asociar aquellos nombres y señales zoológicas, además, al de la Provincia de Lugo, centro de peregrinación vecino a Santiago de Compostela. Con esto, entonces, tenemos reafirmado en el mito un símbolo druídico tan fuerte como el lobo, presente en la tradición y la toponimia de los territorios jacobeos del Norte de España y otras tradiciones europeas, importadas a América, según parece.

Cierta tradición dice que cuando Santiago el Mayor partió hacia Hispania con la frustrada intención de evangelizar, sólo fue acompañado por un perro. Tras retornar y ser decapitado por Herodes Agripa, su cuerpo es lanzado a la deriva en un bote que, milagrosamente, llega hasta Reino de Loba, en el territorio que los romanos llamaban Iria Flavia y que hoy corresponde a la actual Padrón de Galicia, muy cerca de Santiago de Compostela. Resurge la figura del canis también en este punto, entonces, pues la leyenda cuenta que una tal Reina Loba es visitada por los discípulos de infortunado Apóstol, para solicitar permiso de sepultar el cuerpo. Ésta les tiende una trampa, pasándoles bravos toros en lugar de bueyes, con la intención de que los animales los liquiden a cornadas, otro antecedente de la tauromaquia española. El nombre y la geografía de este mito coinciden con el de esta mencionada localidad, además: Lugo, que significa "loba".

Para desagrado de la malvada reina, sin embargo, los discípulos lograron amansar a los toros valiéndose de sus artes mágicas, en una repetición del mismo relato que se hace sobre Hércules y su domesticación de los bueyes de Gerión, posible referencia a la Era Astrológica de Tauro. Sin duda, se trata de un mito con raíces en el paganismo más antiguo, pero que fue asimilado en el cristianismo.

Canis Mayor es la constelación del perro o Can Mayor que se encuentra al final de la Vía Láctea, en la desembocadura de su trazado estelar que regiría el Camino de Santiago. Aunque se trata de una microgalaxia poco visible por su posición detrás de los brillos de la Vía Láctea, su lugar en la bóveda infinita está señalado por la estrella más reluciente de la noche, en la parte más alta de la constelación: Sirio, conocida también como la Estrella del Perro, que hoy sabemos es una estrella triple. En otra analogía con la ruta de Santiago de Compostela, la línea de la Vía Láctea terminaría precisamente en los reinos de la constelación del Can Mayor, como si el misterio allí buscado estuviese escondido en el reflejo de sus estrellas sobre la tierra de los hombres. Can Mayor es, en otras palabras, el secreto, el guardián del enigma jacobeo.

Curiosamente, Canis Mayor está precedida por una especie de desdoblamiento o ubicuidad estelar: Canis Menor, el Can Menor. Esta pequeña constelación es de sólo dos estrellas: Procyon y Gomeisa. Suele ser representada como uno de los perros que siguen al cazador de la Constelación de Orión, cuyo cinturón o "collar de perlas" es conocida en el mundo latino con el meloso nombre de las Tres Marías. Canis Mayor, en cambio, está al Este de Orión. Los navegantes y los campesinos trazaban una línea imaginaria desde la fila en que se ordenan estas tres estrellas, para ubicar Sirio en el espacio al prolongarla casi en la recta, y en nuestros días los creyentes del realismo fantástico enfatizan mucho que algunos grupos de pirámides como las de Giza en Egipto y de Teotihuacán en México, estarían “alineadas” con este trío de estrellas.

Resulta pues que Procyon de Canis Menor aparece en el horizonte del Hemisferio Norte cerca de una hora antes que Sirio o Estrella del Perro de Canis Mayor, como si anunciara la proximidad de la constelación. De hecho, en griego Procyon significa algo así como Antes del Perro. Es la estrella que precede a Sirio, como el perro que caminaba delante del apóstol en su peregrinación por el norte de la Península.

El símbolo del perro es, entonces, el símbolo de Santiago y de su patronato, del Camino de la Vía Láctea en el plano terrestre. Y muchos se han preguntado también por esta similitud conceptual entre Canis Mayor y Canis Menor con las figuras de Santiago el Mayor (el de Zebedeo) y Santiago el Menor (el de Alfeo), los dos apóstoles tocayos. Incluso parecen haber existido representaciones populares del Apóstol Santiago que incluían uno o más pequeños perros a su lado, como los que se les aparecen y acompañan a tantos peregrinos jacobeos durante el viaje, hasta nuestros días, y como corresponde casi por antonomasia a todo largo camino.

El descrito caso es de San Roque (el mismísimo Santo Patrono de Santiago de Compostela), del que ya hemos dicho algo también en el segundo volumen de esta serie, así como el de San Tobías y de Santa Margarita de Cortona, pues la iconografía los representa con un perro, generalmente.

Acaso, puede que Santiago el Menor sea también un reflejo, un “doble astral” de Santiago el Mayor, y viceversa, representados en la imagen de los perros. Hay algunas propuestas de orden místico y mistérico relacionadas con esta equivalencia simbólica de tal dualidad entre el símbolo de los apóstoles y el de ambos canes estelares, similar a otras como la de los gemelos Cástor y Pólux, hijos de Zeus en la mitología romana, en donde el primero es moral y el segundo es su “doble” en los grados divinos.

Nuestra observación no es gratuita, aunque suene con cierta audacia. El poeta, escritor y ex embajador Miguel Serrano Fernández, el principal referente literario del esoterismo en Chile y el mismo que alguna vez hizo su propia peregrinación por el Camino de Santiago llegando a ser controvertido por su simpatía con el hitlerismo y el orientalismo, diría más cerca de nuestros tiempos sobre esta simbología recóndita relacionada con el perro:

Los animales son las cualidades del Hombre-Total, que se han cristalizado, tomando esas formas visibles en la biósfera. Así, el perro, por ejemplo, es un Dios al revés, que desesperadamente anhela poder ser reintegrado a su Divinidad. Dios es God y perro es Dog; Dios al revés.

El conjuro astral es antiguo, entonces: Santiago y los perros van de la mano... O de la pata, mejor dicho. Un camino de perros, un sendero iniciático de Norte a Sur, que hemos convertido a esfuerzo en todo un país.

La ruta ancestral del Chile del Descubrimiento y la Conquista, también es un sendero de iniciación profunda, cual un reflejo del camino jacobeo y sus perros. De ahí que don Pedro de Valdivia centrara tantos sus esfuerzos en fundar una ciudad capital cabecera y tratara de extender su exploración de conquista hasta el Austro, confiado en las cédulas reales que le otorgaban potestad a su Capitanía General sobre territorios australes.

En la mentalidad del conquistador, además, discurría la fe en la ilusión cartográfica de aquellos años, de que el Estrecho de Magallanes separaba al continente americano del punto de contacto con la Antártica, creencia de la época a partir de la que se asignaron concesiones de aquellos territorios a la jurisdicción chilena. La aspiración de Valdivia era, entonces, llegar a ese extremo desconocido, al final de su camino-gobernación. La fiereza de Arauco le impediría concretar estos planes.

Chile, de esta manera, es una larga ruta desde los desiertos resecos hasta la exuberancia verde, y desde el sufrimiento de la aridez hasta los paisajes de misterios irresolutos del austro. Los conquistadores llegaron a Santiago precisamente siguiendo esta ruta, y el tramo del secular Camino del Inca que caía sobre el valle del Mapocho por la vía de la antigua Cañadilla, coincidente con la actual avenida Independencia, como lo estableciera con tanto acierto Justo Abel Rosales en su libro sobre el barrio de La Chimba y esta misma arteria, publicado en 1887. Estudios contemporáneos de arqueología han confirmado las apreciaciones del autor, cronista y veterano de la Guerra del Pacífico.

Siendo Chile un extenso camino, entonces, tanto en su origen, formación, forma geográfica y ubicación en el mapamundi, era casi necesario que la compañía de los perros apareciera también a lo largo de todas sus veras, porque no hay camino sin perros. Y menos lo habrá si los propios astros así parecen quererlo en esta correlación con las tradiciones santiaguesas de España.

Había canes acompañando a las expediciones de los adelantados en estas tierras, sin duda, y los había también en las comunidades nativas por donde pasaron las caravanas hispanas, hasta entrar en el largo conflicto con el elemento local. De hecho, los perros habían llegado a América al menos unos 10.000 años antes del arribo de Colón al Nuevo Mundo: lo hicieron acompañando las migraciones humanas, como lo confirman hallazgos paleontológicos de la zona andina chilena y argentina, en desmedro de lo que creía al respecto el naturalista Claudio Gay, pero a favor de lo que antes que éste sospecharan el Abate Molina y Garcilaso de la Vega, sobre la presencia antigua de perros en el territorio de Chile y de Perú, respectivamente.

Los perros son, entonces, las figuras tenantes de este camino iniciático, del Chile que va desde los despoblados del Norte Grande hasta los confines proyectados sobre la antártica. Muy probablemente había algunos de ellos en las expediciones de Almagro y de Valdivia, y no tardaron en ser convertidos en armas feroces, como hizo Francisco de Villagra.

Así, en toda esta geografía, de extremo a extremo en el territorio, siembre hubo perros: desde los canes que acompañaron al explorador salitrero en Atacama, hasta los tiradores de trineos de la conquista del Continente Blanco. Santiago del Nuevo Extremo, nuestro Santiago de Chile particularmente, quizá sólo cumple con un destino arquetípico en alguna parte del patronazgo santo que se el asignó en los tiempos de la conquista: un "reflejo" simbólico, una ciudad de perros en un largo camino territorial que Valdivia quiso unir con las tierras antárticas, y que, como todo camino, estará siempre acompañado y escoltado por perros misteriosos en las veras, como guardianes tutelares de viajeros y de sus destinos.

La capital de Chile, como todas sus concentraciones urbanas, es así una ciudad donde los canes pasean por las calles igual que sus habitantes, confundiéndose entre sí, como si un destino común nos ligara en lo más profundo, por poco estético que resulte a veces…Los propios astros así lo han decidido, quizá.

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