ROLANDO: EL MARQUÉS DE LA BOHEMIA EN BARRIO LASTARRIA

Rolando, el famoso perro de calle Lastarria, en 2016. Imagen publicada en el sitio de "The Clinic".

La historia de Rolando es muy bien conocida entre los más asiduos visitantes “históricos” de la oferta recreativa en el barrio Lastarria, de la calle del mismo nombre en el centro de la ciudad de Santiago, junto al cerro Santa Lucía y la Alameda Bernardo O’Higgins. Debe haber sido, además, uno de los perros callejeros más longevos en la historia de la capital chilena. En más de una ocasión, además, el singular caso de Rolando paseó por la prensa chilena. Así sucedió, por ejemplo, en la nota periodística “La curiosa vida de los perros comunitarios” de Natalia Heusser en el diario “La Hora” del miércoles 3 de agosto de 2016, cuando el queridísimo can estaba ya en los descuentos de la vida, con cerca de 13 calendarios a cuestas.

Rolando, pacífico aunque escasamente dócil mestizo de mirada triste y con aspecto evocando a abuelos posiblemente pastores alemanes, vivía por el sector de José Victorino Lastarria con Villavicencio, al menos en su etapa más senil de existencia. Llegó allí perdido o bien abandonado, no se sabe con certeza, convirtiéndose con el tiempo en una especie de ícono en la bohemia y noctámbula calle, paseando entre músicos y folcloristas, junto con recoger muchos de los comistrajos que los paseantes compartían con su gran apetito, siempre activo. La leyenda dice que ese mismo ambiente intelectual del barrio le asignó el nombre, aludiendo al poema épico francés “La Canción de Rolando” (“El Cantar de Roldán”), del siglo XII.

También contaban los residentes del barrio que Rolando era muy enamoradizo en sus tiempos de juventud, y que debe haber dejado una muy amplia descendencia entre los quiltros que abundan en la capital. Estando ya viejo, todavía solía arrancarse seducido por los perfumes de la sexualidad, de vez en cuando, desapareciendo por algunas jornadas. Incluso causó temor y angustia su súbita desaparición pocos meses antes de la publicación del mencionado artículo, cuando se escapó por dos o tres días hasta el lugar en donde estaba una de sus pretendientes, una perrita habitante de un estacionamiento de la calle Merced, “al lado del puesto de verdura de don Raúl”, señalaba el artículo “Yo Rolando, un perro inmortal” en el periódico “The Clinic” del martes 5 de abril de 2016.

Después de aquella aventura, el perro símbolo de la bohemia lastarrina reapareció una vez que tuvo satisfechos sus instintos… Pero lo hizo siendo padre de cinco nuevas criaturas en gestación, que los vecinos debieron alimentar en el mismo estacionamiento y poner después en adopción.

El viejo can pasaba sus días de relajo y seguridad a un costado del cine El Biógrafo, cerca del mismo cruce con calle Villavicencio, en la entrada del edificio de Lastarria 179. Era uno de los personajes inconfundibles del barrio, con el también fallecido Divino Anticristo, que a pocos metros de allí y usando sus extraños atuendos femeninos, vendía sus delirantes publicaciones hechas desde su iniciativa, encuadernación propio y trastornos mentales. Ambos eran parte del paisaje, de hecho, y su ausencia nunca pudo ser llenada otra vez.

Siempre había un tiesto con agua y otro con comida para perros en las proximidades de la esquina de Rolando, pues era querido por todos: vecinos, locatarios y visitantes. Su reposo solía ser en una manta o un colchón que, desgraciadamente, en varias ocasiones fue robado por algunos de los visitantes indeseables que también llegan también a este barrio. Esta tropelía sucedió tantas veces que, hastiados, los vecinos debieron amarrar su colcha con alambres y colocar un cartel suplicando misericordia por el pobre can: “Por favor no te lleves mi cama. Es lo único que tengo”.

Por las tardes, el perro aparecía a veces en la pequeña plaza ubicada justo enfrente de la Iglesia de la Vera Cruz, o bien partía hacia la Plaza del Mulato Gil. A diferencia de todo el resto de la fauna del centro de Santiago, tenía la licencia para pasearse entre las mesas del exterior en algunos de los bares, cafés y pubs, ganándose caricias de sus amigos bípedos que él solía despreciar, sin embargo, pues no era un animal dado al contacto físico. Sólo a contados amigos humanos les tendía la pata como saludo o les demostraba algún grado de alegría, al acercárseles.

Fotografía de Rolando en un pequeño memorial que existió por el lugar el donde solía pernoctar.

Rolando y Mateo captados por Google Strett View, en 2014, echados justo en la entrada del pasaje JVM 70.

No todo fue bondades para con Rolando a su paso, sin embargo: a los despreciables ladrones de su humilde camita, se sumó un irracional ataque a puñaladas que sufrió en uno de sus muslos, el 1 de abril de 2015, apareciendo tendido y herido en la cercana calle José Miguel de la Barra, a espaldas del cerro Santa Lucía. Nadie comprendió la razón de semejante crueldad, pues el perro era manso e inofensivo, a pesar de su escaso apego al acercamiento más estrecho con los hombres.

En aquella ocasión, fue un gran tedio para los vecinos el tener que levantarlo y llevarlo a una clínica veterinaria para que fuese operado, pues el animal opuso resistencia durante este trámite. Además, no era la primera vez que aparecía con alguna herida, según recordaban por allá, pues su vida callejera siempre lo expuso a esta clase de agresiones perversas.

Ya en sus últimos años, los sentidos de Rolando se estaban deteriorando mucho, al punto de quedar casi ciego. Esto comenzó a afectar sus relaciones con los extraños y a volverse más arisco durante las horas de oscuridad, pues se le dificultaba el reconocer a las personas. Rara vez salía de su esquina, ya que la artritis lo mantenía echado y adolorido, prefiriendo permanecer acostado o durmiendo y, si no, lamiendo sus articulaciones, dejando atrás sus paseos diarios por la luminosa calle. Gran parte de las atenciones las recibía de parte de los residentes del mismo edificio vecino a El Biógrafo, especialmente de doña María Dolores Muñoz. También intentaron trasladar la cama del perro desde la entrada hasta un lugar bajo un balcón, al lado, para evitar que pasara frío en las noches de invierno, que habían empeorado en el can las consecuencias de sus padecimientos.

Después de haber completado unos 15 años de vida y haciendo en la mayor parte de ellos una historia tan especial en el barrio de la noctívaga de Lastarria, como la mascota local, el querido Rolando, señor de la bohemia del vecindario Bellas Artes, murió de causas naturales en abril de 2018. Permaneció largo tiempo en la entrada del edificio en donde pernoctaba y dormía sus siestas el célebre quiltro, sin embargo, hay un pequeño bebedor de plástico con agua disponible para todo aquel perro que pase sediento por la calle, como invocando a su ánima.

La huella perruna de Rolando en el mismo sector de Santiago, sin embargo, no es la única para canina allí estampada. Hacia inicios del actual siglo, por ejemplo, fue relativamente conocido un perrito de color azabache llamado Cholo o Negro, que solía pasar por el sector de Merced frente a Lastarria y por el lado del Parque Forestal. Nadie sabía exactamente qué sucedió con este personaje, que de un día para otro desapareció sin dejar señales de cuál fue su destino, hasta que se supo había sido adoptado por un alma noble y llevado a vivir a una parcela, al sur de Santiago.

Más tarde, tendrá lugar allí mismo uno de los primeros casos registrados de perros víctimas del involucramiento en manifestaciones sociales y revueltas durante el año 2019, los riot dogs chilenos: el encantador Mateo o Comepiedras, apodado también “El Insurrecto” por los encapuchados, habitante del parque y del mismo barrio por más de una década, que terminó siendo eutanasiado en junio de ese año tras ser atropellado por un carro de carabineros durante unas protestas estudiantiles, en las que participaba el can. Como curiosidad, además, debemos señalar que Mateo era el perro “rucio” que había sido retratado en el ya desaparecido mural artístico del edificio ubicado en la esquina de Rosal con Lastarria, obra del artista nortino Luis Núñez San Martín que, en estilo hiperrealista y con técnica de trampantojo, decoró este sitio entre los años 2017 y 2019, hasta muy poco antes de la muerte del mismo perro.

Hoy existen pocos canes en este sector que habitara Rolando, la mayoría de ellos sólo de paso por sus calles, aunque claramente persiste el problema social de los perros abandonados tan visible en el centro de Santiago. La excepción fue quizá Canelita, una delgada y costilluda perrita de corto pelaje gutagamba, con parte de galgo en ella, que solía estar asomada en un balconete de las residencias junto al Centro GAM. Era tan querida que muchos peatones la sobrealimentaban al paso, obligando a sus dueños a tomar medidas para evitar este exceso de generosidad.

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