PAISANO, UN PERRO DE LA INDEPENDENCIA

El caso de Paisano en el diario "La Nación" del viernes 1° de mayo de 1942, en una sección de capítulos dedicados a la vida del general San Martín.

El baqueano Justo Estay se volvió una suerte de figura mítica de la Independencia de Chile, a la altura que han recuperado esos hombres comunes y corrientes, gente de trabajo y sacrificios, quienes tuvieron papeles relevantes en procesos históricos del país pero no los rangos o investiduras suficientes para garantizarse tempranos monumentos. Tanto es así que aún poco se asoma de él en la historia formal, pasando de largo sobre su cabeza en la mayoría de los casos. Lo cierto es que Estay tuvo una brillante participación en la formación del Ejército de Los Andes y el cruce desde la provincia argentina de Cuyo hasta Chile, al mando del general José de San Martín, entre enero y febrero de 2017.

Un rol fundamental en la facilitación del cruce por la cordillera fue la de guías, espías y agentes distractores provocando movimientos en territorio chileno para burlar las vigilancias y sospechas. Conocida fueron las funciones prestadas en este sentido por el héroe Manuel Rodríguez, en alianzas con el bandolero Miguel Neira Mondaca y el químico argentino José Antonio Álvarez Condarco, experto fabricante de pólvora. Pero su parte hicieron también los arrieros, ganaderos y baqueanos quienes, a diferencia de lo que muchas veces insinúa el relato heroico tratando de establecer casi como una obra pionera aquel esfuerzo de avance entre las montañas, habitualmente cruzaban Los Andes entre Chile y Argentina por razones laborales y comerciales, pudiendo orientar así a los soldados patriotas sobre las mejores rutas y los caminos más seguros en el verano durante tan formidable tarea.

Entre aquellos héroes parcialmente olvidados -pero acogidos con afecto por la leyenda- estaba el aconcagüino Justo Estay, de quien Diego Barros Arana decía en su  trabajo sobre la historia de Chile que era el baqueano de más confianza y admiración por parte de San Martín. Había nacido en el poblado chileno de Rinconada de Silva o Pocuro, en ciertas fuentes, en el año de 1787, pero se había hecho residente por temporadas en la provincia cuyana. Algunas reseñas señalan también que trabajó en labores de agricultura. Sabía disimular "la condición de espía bajo el impenetrable rostro cobrizo y chupallón de arriero", escribió de él Ricardo A. Latcham en "Vida de Manuel Rodríguez. El guerrillero".

Si Estay ha sido parcialmente olvidado, cómo será el caso de su fiel can Paisano, que lo habría acompañado en esas mismas andazas según ciertas versiones de la historia. Y es que, como buen baqueano y explorador, el agente patriota estaba acostumbrado a llevar una vida acompañado por perros en sus lagos periplos y estadías en tierras propias o ajenas. Como muchas mascotas a los que ya nos hemos referido de manera general o individual en este sitio, entonces, este can se vería involucrado directamente en el destino y la cuestiones de la historia militar, con sus propios laureles martiriales y heroicos.

Se cree que Paisano era un pequeño animalito de pelaje blanco, del que Estay creía que recibía garantías de "buena suerte", pues era un hombre afecto a las creencias sobre augurios. Al menos en el imaginario, es el mismo perro que, formando dupla con su amo, "guiaron al ejército libertador en su atrevida travesía para dar el triunfo en la batalla de Chacabuco el 12 de febrero de 1817 con la que se consiguió la libertad de Chile del yugo español", nos dice el escritor y folclorista peruano César Pérez Arauco en su obra "Cerro de Pasco".

Paisano aparece también en una secuencia ilustrada sobre la vida de San Martín publicada durante el año 1942 en diferentes ediciones del diario "La Nación". La misma historia fue publicada en la revista infantil chilena "El Cabrito" N° 25 de ese año, titulada "'Paisano', héroe de Chacabuco...", acompañada por ilustraciones del periodista e historiador Walt Millar (Walterio Millar Castillo), el autor del mismo relato en su libro "Historia ilustrada de Chile". Leemos allí sobre las grandes bondades del perro que, cuando su dueño se echaba a descansar en los campos, permanecía fielmente a su lado vigilando atento pero sin ladrar a los extraños para no delatar la presencia de su amo: en su lugar, lo despertaba para que se pusiera en guardia.

En tanto, aunque era conocido entre los mendocinos, por el lado chileno Estay resultaba un tipo corriente y sin relevancia, de modo que ejerció con destreza y eficacia desafíos propios de un agente secreto destacado en Santiago. Esto, sumado a su descrito aspecto muy corriente, un carácter reservado y estupenda capacidad de observación, sería de vital importancia para el gran triunfo de los patriotas en la Batalla de Chacabuco el 12 de febrero de 1817, cuando el poder realista logró ser destruido y, salvo por el grave tropiezo de San Martín en Cancha Rayada, dejó el escenario preparado para las batallas finales de Maipú y más tarde la expedición a los fuertes de Valdivia. La información que aportó por entonces el baqueano incluía las direcciones en que se desplazaron y separaron las fuerzas realistas, las identidades de algunos de los generales que las comandaban, el tipo de armamentos que portaban y las fechas más convenientes para hacerles frente.

Puente del Inca en la litografía de Aglio, 1824. Escenarios del cruce de Los Andes, sólo unos años antes.

Detalle del óleo "Paso de los Andes", de Julio Vila y Prades. Museo Histórico Militar de Chile.

La historia de Paisano en la revista infantil "El Cabrito", con dibujos y relatos de Walt Millar, edición N° 25 de 1942.

El servicial y eficiente Estay se encontraba con su perro en la víspera de Chacabuco, entonces. "Mañana nos va a ir bien porque Paisano va a pelear con nosotros", habría dicho aquel día desde su supersticiosa interpretación de la vida, mientras preparaba todo para ir con el grupo de infantería al mando del general Bernardo O'Higgins, soldados que tendrían un papel protagónico en la victoria que hizo huir al último gobernador español, Casimiro Marcó de Pont, y que llevó a la desgracia al otrora temido jefe del Regimiento Talaveras, el sargento mayor Vicente San Bruno.

Llegó así aquel 12 de febrero, en los terrenos de la Hacienda Chacabuco unos 50 kilómetros al norte de Santiago, en la actual comuna de Colina. De acuerdo a las instrucciones de San Martín, quien iría de frente, las fuerzas de O'Higgins debían atacar por el este, mientras que el general argentino Miguel Estanislao Soler lo haría por el oeste. En la confusión, retraso y dificultad de comunicaciones, sin embargo, O'Higgins decidió arremeter frontalmente al enemigo y sin apoyo al enfrentar a las fuerzas realistas del general Rafael Maroto. Estay y Paisano iban en ese grupo de valientes, arriesgando el todo por el todo en semejante apuesta militar. Aunque contravenía a las órdenes de San Martín y hasta causó alguna molestia del general, además, O'Higgins ordenaba un ataque de infantería cargando con bayonetas, consejo que recibió del exoficial napoleónico Ambrosio Crámer. Tras algunas embestidas más, lograron hacer escapar a los realistas y dar por concluida la batalla a las 14 horas, con incuestionable triunfo patriota.

Durante el desarrollo de la carga contra Maroto, sin embargo, el valiente perrito blanco que corría saltando adelante de su amo y gruñía feroz al adversario dio un súbito grito de dolor acompañado de ladridos más parecidos a quejidos, algo que alarmó a Estay. La noticia no podía ser peor para el cariño incondicional que su amo siempre tuvo por él: Paisano, el can que había ayudado con sus virtudes perrunas e instintos andariegos en el magno logro del cruce de Los Andes, acababa de ser alcanzado por una bala enemiga atravesando su cuerpo. "Vamos a perder", pensó consternado el amo, al ver agonizando a su perrito de la suerte.

Afortunadamente, la credulidad de Estay en cuestiones de agoreros y echadores de suerte se equivocaba: los patriotas ganaron rotundamente en las descritas circunstancias del combate. Disipados los humos de la contienda, entonces, el baqueano regresó la campo de batalla a buscar a Paisano: este ya estaba muerto, tendido entre cadáveres y heridos humanos, al costado de un arbusto. Mantenía sus ojos aún abiertos, como si aún pudiese ver o esperara el rescate. "No lejos resonaban los clarines de la victoria y flameaba la bandera de la Patria Nueva", remataba el capítulo número 22 de esta historia, en la edición del viernes 1° de mayo de 1942 de "La Nación".

Destrozado por el hallazgo, Estay sepultó a su amigo y camarada cuadrúpedo en esos mismos terrenos junto a la cuesta Chacabuco, en una fosa que cavó con prisa y entre lágrimas. Sin posibilidad de grabar o inscribir mensajes para él en alguna lápida, habría clavado sobre el pequeño túmulo de la sepultura una bayoneta, cual símbolo del heroísmo y sacrificio que desplegó el can en aquellos hitos de la Independencia de Chile y al acompañar a su amo hasta aquel lugar donde se consiguió la liberación de todo un país, poniendo fin al período colonial y al dominio hispánico. Estay, partiría después con San Martín y el irlandés Juan O'Brien hasta Santiago, y más tarde marcharían los tres hacia Mendoza, una vez que quedó todo el quehacer político chileno en manos de O'Higgins.

En una reflexión más realista que idealizada, sin duda puede ser que el relato de Millar esté basado en leyendas y tradiciones orales, además de hallarse basalmente influido por el relato novelado o "Romancero" de Carlos Ruiz Zaldívar, dedicado al personaje Estay y, por extensión, a toda la Provincia de Aconcagua. Empero, sin duda el caso de Paisano representa también un valor histórico muy real: el recuerdo de los perros que, necesariamente, debieron estar presentes en la epopeya del cruce de Los Andes y las batallas definitivas de la Independencia, dada la proximidad y compañía que siempre tuvieron con los hombres de armas, por alguna arcana razón de orden humano o divino.

Mientras tanto, en Achupallas, en la localidad de Putaendo tan cercana al posible territorio natal de Justo Estay, existe desde 2008 una hermoso monumento hecho por el escultor local Sergio León y a cuya inauguración se invitó incluso a personas que serían descendientes del héroe. Se lo ve allí montando una mula y con un arma larga en mano, con un gorro de tipo bonete y su manto usado como capa. Sin embargo, nada hace referencia en ella al olvidado Paisano, el perrito que acompaña fielmente al héroe en el arquetipo de toda semblanza heroica.

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