EL SANFELIPEÑO CON BUFANDA Y AMANTE DEL PAN

Bufanda, junto a sus amigos boy-scouts. Imagen del sitio FB dedicado al perro, reproducida por el sitio de T13.

El inicio del año 2019 se llevó a uno de los habitantes más queridos de la ciudad de San Felipe, en la Provincia del Aconcagua: Bufanda, posiblemente el can más popular de todos los que hayan salido de esta localidad que ha tenido varios otros conocidos perros callejeros o “comunitarios”, como uno llamado Baco y otro Toby, fallecidos hace tiempo, la Soshi, el Colo-Colo, un tal Negro, la Gordis, el Javier y el Zapatilla, este último cómplice de aventuras del que acá nos interesa.

El Bufa o Bufi, como fue llamado también, era un perro de calle de tamaño medio y con cierto rastro de pedigrí, probablemente heredado de algún collie o algo así, aunque sin la abundancia de pelo y con más rasgos de mestizo. Empero, lucía una elegante banda blanca de pelaje dándole vuelta por todo el cuello y parte del lomo hasta regresar a sus patas delanteras, detalle en su pelaje marrón y anaranjado que le valió el nombre con el que todos lo conocían en San Felipe, pues realmente parecía llevar esa prenda envolviéndole el cogote.

Como sucede en nuestro tiempo con muchos otros perros famosos, la popularidad de Bufanda llegó a las redes sociales hacia el año 2015, en donde se le abrieron cuentas para seguidores con el registro de sus correrías. Esto lo convirtió en otro caso de los varios perros influencers que existen en las nóminas de mascotas famosas en Chile. En el mundo real, sin embargo, ya era considerado localmente un vecino ilustre y un personaje sanfelipeño.

Bufanda había aparecido en las calles de la ciudad siendo sólo un cachorro, comenzando a hacerse vistoso allí hacia el año 2007. Era muy juguetón y encantador, por lo demás, rasgos que mantuvo radiantes durante toda su vida, rondando barrios céntricos y especialmente el sector de la Plaza Cívica, cerca del edificio de la Municipalidad. Era bueno para ladrar y agitarse cuando algo llamaba su atención, así como a correr y saltar ante la gente con la que tenía más vínculos emocionales o que reconocía como sus amos “comunitarios”. Se decía incluso que era más conocido que el alcalde entre los ciudadanos, y que era como una "versión pobre" de Lassie, la famosa collie del cine de los años cuarenta.

Fue clásico encontrarlo cerca de la Catedral de San Felipe o bien en las afueras del Teatro Municipal, recibiendo trozos de pan de algunos transeúntes (hasta se habría robado hallullas de un negocio, según recordaban) y otros bocadillos que parecía disfrutar mucho, como helados y yorgurts. Se sabía que el pan tibio era su debilidad, sin embargo, siempre atento a que alguien le obsequiara uno especialmente si caminaba con una bolsa desde la panadería. Sacatunpán (Sácate-un-pan) llegó a ser llamado alternativamente, por esta gran adicción gastronómica, aunque parece que, con el tiempo, el glotón can fue perdiendo parte de su interés incontrolable por el producto.

Su presencia en la ciudad era un alivio y una distracción para todos sus habitantes, pues llegó a ser considerado una alegría diaria en el trajín habitual de los residentes. A veces, el perro acompañaba por largos trechos a algunas personas, desde el terminal rodoviario u otros puntos, incluso fuera de la ciudad, pues era el buen amigo y compañero de todos, recibiendo más de un nombre adicional en estas excursiones urbanas. Otras veces, salía de viaje en auto con algún conductor conocido o una familia que lo tomaba por suyo durante algunas horas.

Empero, hubo cierta ocasión en que se perdió fuera de San Felipe al salir siguiendo unos peregrinos hasta el Santuario de Santa Teresa de Los Andes, varios kilómetros más al sur. Ya había estado un año antes allá en otra de sus salidas irresponsables, pero no fue bienvenido por maltratos a los feligreses y peleas con otros perros, debiendo ser "rescatado" y llevado de regreso. Ahora, sin embargo, no había noticias claras sobre lo que sucedía con Bufanda. Fue por algunos testimonios de habitantes de la comuna de Rinconada y de peregrinos que lo vieron en la explanada enfrente del templo, que los sanfelipeños pudieron enterarse, por fin, que el can estaba allá, aún vivo, formando amistades y enemistades con los varios otros perros abandonados que habitan el Santuario y sus contornos. En esta ocasión, lo tuvo que llevar de regreso en un transporte una bienhechora, unos días después y en medio de la angustia de quienes lo daban por extraviado o muerto, hacia inicios de noviembre de 2017.

Los vecinos ponían agua y comida, esas “ofrendas” para nuestras vacas sagradas que son los perros callejeros en Chile, así que el perro era bien conocido de varias residencias de la ciudad, especialmente en aquellas en donde tenía licencia incluso para entrar, si acaso quisiera buscar sombra o lugar de descanso. También descubrieron que le encantaba jugar con globos inflados, golpeándolos con la nariz o el hocico hasta que los reventaba, así que era común ver que alguien le regalara uno en los alrededores de la plaza, desplegando con él sus alegrías perrunas en la interminable jugarreta. Fue fotografiado algunas veces en estas divertidas sesiones de sencilla entretención.

De carácter arisco con quienes querían adoptarlo, aun si lo hicieran con la mejor de las intenciones, pero muy regalón para con la gente que se le acercara a compartir algo con él, el can no tardó en formar afecto especialmente con los residentes más jóvenes, siguiéndolos hasta las plazas y parques. Sus agresividades se orientaban más a los de su especie, principalmente a los perros que no conocía ni eran parte de su cofradía de callejeros, por lo que varias veces se involucró en huracanadas peleas a mordiscos, ganándose merecida fama de “choro”. También tuvo algunos encuentros poco amistosos con algunos peatones, es verdad, aunque siempre terminaron perdonándole su fluctuante docilidad, o más bien dicho su brusquedad de trato con el prójimo. Cuando no tenía con quién pelear, se dedicaba a ladrarle a las tapas de las ruedas de los vehículos que transitaban por esas céntrica cuadras.

Bufanda, jugando con un globo en el terminal rodoviario. Imagen del sitio FB dedicado al perro, reproducida por el sitio de T13.

Durante sus correrías en el Santuario de Santa Teresa de Los Andes, en 2016. Imagen publicada por el grupo FB dedicado al perro.

El perro en la plaza, en 2017, en fotografía publicada en el grupo FB con su nombre.

El bello animal, sin embargo, parecía tener un enganche especial con los comerciantes, con los alumnos de colegios como la Escuela Industrial y con los estudiantes universitarios del Campus San Felipe de la Universidad de Playa Ancha, quienes llegaron a convertirse en su familia putativa. Y como casi invariablemente sucede con los canes más populares de cada ciudad, se mostraba muy amistoso y colaborativo también con los voluntarios del cuerpo de bomberos.

Cuando comenzaron las movilizaciones sociales y llegaron las protestas a la ciudad a partir de 2011, el entonces joven perrito se integró de inmediato a las muchedumbres de estudiantes y pasó a ser otro de los más conocidos riot dogs chilenos de las últimas generaciones. No era raro verlo entre los manifestantes de cada jornada, a veces en primera fila y sabiéndose parte del bando rebelde, en donde estaban también algunos de quienes le brindaban atenciones, alimentación o sólo las caricias correspondientes.

Fue en aquel período en que empezó a frecuentar con insistencia también aquella casa de estudios, ubicada a pocas cuadras de la plaza. Como sus amigos universitarios lo consideraban un auténtico camarada de las marchas, Bufanda alcanzó a aparecer varias veces con el característico pañuelo de los manifestantes atado a su blanco y felpudo cuello, logrando cierta presencia en la iconografía de las protestas, de la misma manera que sucedía en Santiago con el popular perro Matapacos. Por su parte, jóvenes boy-scouts de la comunidad religiosa Club de Conquistadores Bezaleel también le colocaron un pañuelo distintivo del grupo, en su caso de color amarrillo; y los del Grupo Guías-Scouts Sagrada Familia hicieron lo propio con su pañoleta roja de rayas amarillas. Ya todos se sentían dueños del perro, a esas alturas.

A Bufanda le encantaba la música y lo atraía, por lo que asomaba con frecuencia en actos públicos y presentaciones artísticas abiertas en donde hubiese amplificadores, carnavales, instrumentos o desfiles. En las cicletadas y maratones se incorporaba espontáneamente, corriendo con los participantes, además. También se acercaba a muchachos que practicaran coreografías de danzas al aire libre. Contaban que el estilo que más le gustaba era el K-Pop, intentando imitar el baile cuando reconocía esos ritmos y se hacía presente en las plazas. Esta particular característica ayudó a hacerlo aún más célebre entre los chiquillos de la ciudad, por supuesto. De hecho, era la gracia que más le celebraba el público.

Pero el extraordinario Bufanda ya estaba viejo, y varias afecciones de salud comenzaron a afectarlo durante el último verano de su vida. En las estaciones frías debía ser abrigado, y se organizaron campañas para mantenerlo con las comodidades mínimas necesarias.

Sus últimas semanas de vida, sin embargo, recibieron encima todo el peso de la decrepitud y el decaimiento, ante la percepción de todos sus cercanos de que la vida del perro más querido de la ciudad, en las márgenes del río Aconcagua, se estaba extinguiendo. Preocupados por su estado, animalistas y amigos lo llevaron a un centro veterinario tras correr la voz del mal estado en que se hallaba, y luego unos trabajadores del Teatro Municipal decidieron hacerse cargo de él acogiéndolo parcialmente en el recinto, hasta donde su espíritu libre lo permitiera, con alguna ayuda de particulares para costear os gastos de comida y medicinas.

A la sazón, el otrora hiperquinético can pasaba ya gran parte del día echado, más enflaquecido que en sus buenos días y con problemas para alimentarse por la falta de dentadura, de modo que requería de comida especial y tratada para poder ingerirla. El terrible y cruel fantasma de la muerte de los perros, pues, había comenzado a proyectar ya su sombra sobre el querendón y cariñoso Bufanda.

En enero de 2019, después de haber padecido algunas complicaciones a causa de aquellos padecimientos y de su propia edad, el adorable perro murió a pesar de las atenciones dispensadas para él, dejando en la congoja a todos sus amigos y admiradores. La triste noticia de su partida, comunicada en su página de redes sociales, con ecos incluso en el sitio noticioso de Canal13 Móvil, el jueves 24 de enero.

Fue sepultado en una sentida ceremonia en el patio del Centro Veterinario Municipal de San Felipe, el mismo que había sido inaugurado pocos años antes en las dependencias que habían pertenecido a la Escuela Hogar en calle Ducó, en otra manifestación de la importancia que aún tienen las mascotas para la generosa comunidad sanfelipeña.

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