PISADAS CANINAS EN LA TOPONIMIA CHILENA

Un perro habitante de Alcohuaz, sobre una pirca. El nombre de esta localidad, en el Valle de Elqui, se puede traducir como Casa de Perro.

La figura directa o connotada de los perros en la cultura popular chilena reaparecerá, también, con varios ejemplos notables en la geografía, entre los que hay muchos que podríamos considerar más bien recientes, relacionados con nuestra época o cerca de ella. No obstante, en este campo las huellas de la presencia canina en Chile han generado algunas curiosidades toponímicas de larguísima data, no siempre bien comprendidas por la sociedad de hoy, pues la memoria original que les dio nacimiento se ha ido perdiendo y tergiversando inapelablemente, eso sin contar cuántos otros ejemplos fueron sustituidos y olvidados ya por completo, a ser relevados por denominaciones más modernas.

Del nombre del perro tregua o tegua mapuche provienen varios ejemplos dispersos por el mapa nacional, como la existencia la aldea de Tregua en La Unión, un estero y un fundo homónimo en Valdivia, la localidad de Trehuaco (Agua de Perro) en la Provincia de Itata, la caleta de Tregualemu (Bosque de Perros) en Cauquenes, el estero Tregualco en La Imperial y Treguacura (Piedra de Perro), entre varios otros posibles casos. Un estero se llama Vilotregua en el Biobío, y puede haber alguna relación con el nombre del hoy parque Tegualda, en la homónima localidad de Talagante, que es también un nombre de mujer. Esto sugiere, quizá, la larga presencia y cierta dispersión importante del perro tregua en el actual territorio chileno, poniendo en duda el temor de algunos eruditos, respecto de que hayan sido adoptados en tiempos posteriores a la llegada de los hispanos.

El quiltro también ha dejado huellas en la toponimia, como una Quebrada de los Quiltros cerca de Combarbalá y el Fundo de Quiltros en la localidad de Choapa. Puede haber relación etimológica o derivada, tal vez, con lugares como Quilquilto, viejo fundo cerca del río Punahue en el Llanquihue, y el estero de nombre Quilteu con un fundo del mismo nombre, cerca de Coelemu y de otro sector que era llamado antaño Quiltén o Quiltrén.

En la toponimia urbana chilena también hay casos de calles que han sido denominadas o apodadas con el apellido "de los perros", como la actual vía Ercilla de Los Ángeles y una de la comuna de Maipú con el curioso nombre del Callejón de los Perros, que muchos vecinos (quizá en exceso sensibles) consideraron humillante o peyorativo pidiendo un cambio nominal, pero que -según cuentan ellos mismos- fue motivado por la gran cantidad de canes vagos que vivían allí, junto a las aguas del viejo curso de regadío que todavía existe en el sector, conocido como el Canal Ortuzano. Como consecuencia de estas exigencias, desde cerca del Bicentenario Nacional se llama calle Marta Ossa Ruiz. En Lonquén, en tanto, existe un conocido Camino de los Perros, muy cerca de los famosos hornos donde tuvo lugar el hallazgo de restos de víctimas de ejecuciones políticas.

Otra referencia sobre la cantidad de perros que hormigueaban por la capital chilena del siglo XIX la da el hecho de que el tramo que hoy conocemos en calle Miraflores llegando al río Mapocho, segmento norte que se conectó con el trazo sur recién hacia 1830 con el nombre de Nueva de la Merced (luego que los padres mercedarios dueños de esos terrenos lo permitieran), fue apodado durante largo tiempo por los santiaguinos como la Calle de los Perros, apelativo “harto merecido” según Benjamín Vicuña Mackenna, dada la gran cantidad de canes que vagaban por allí y que, con frecuencia, fueron víctimas también de los exterminadores o los llamados mataperros de la época. Barros Arana agrega que incluso figuraba denominada así la calle en documentos oficiales.

También han existido accidentes geográficos, rocas de sierras y playas aludiendo a perros en sus nombres. Hasta los años noventa, por ejemplo, existía hacia el interior de San Juan de Pirque junto a los bosques del Estero el Coipo, un peñón coronado por una gran piedra de color claro (posiblemente laja) que era conocida por lugareños y visitantes como la Cabeza del Perro, por su aspecto. Esta formación aparentemente natural, acabó destruida por trabajos de cantería allí realizados.

Laguna del Perro, en Pichilemu. Fuente imagen: sitio Visita Pichilemu.

Aspecto actual del Puente Salto del Perro sobre el río Duqueco, en la Ruta Q-609. Fuente imagen: sitio de la Municipalidad de Quilleco.

La famosa Cabeza de Perro entre las formaciones de mármol del Lago General Carrera. Fotografía de Christian Serey publicada en Tripadvisor.

Plaza de la apacible localidad de Trehuaco o Treguaco de la Provincia de Itata, cuyo nombre se traduce como Agua del Perro.

Hay más ejemplos por todo el país… En la Región de Antofagasta cerca de Taltal, en la Sierra del Buitre y el sector de Alto del Portezuelo, existe un cerro y un pequeño estero llamados Perrito Muerto. El nombre lo recibía antes la vecina quebrada en la Caleta Cascabeles de la misma región. Y en las cercanías de Chañarcillo, llevando agua desde la antigua Estación el Pabellón, hubo un hilo fluvial que era conocido por los mineros como el Agua de los Perros. El mismo nombre se dio a un manantial que empalma en la Quebrada de Potrerillos, cerca de Paipote. Y en la Quebrada del Río Tascadero, en la Región de Coquimbo, estaba el Potrero de Los Perros.

En la Quebrada de Los Pelambres de Cuncumén, en tanto, está el llamado Manantial del Perro. En la desembocadura del Río Rapel se halla la Punta del Perro; y en Pichilemu está la Laguna del Perro, bello paraje hasta donde llegan practicantes de deportes al aire libre, la pesca y el camping; un lugar misterioso, con sus propias historias, que hasta no hace tantas décadas resultaba bastante poco conocido para quienes no eran residentes de la zona, y del cual el escritor Manuel Rojas habló hermosamente en uno de sus artículos reunidos en la compilación “A pie por Chile”.

Un caso todavía más lírico que los revisados, es el del Puente Salto del Perro que puede conocerse en la zona precordillerana de Quilleco, sobre las aguas del río Duqueco en la Región del Biobío. Se trata de un lugar con un puente más bien rudimentario, en un escenario bucólico en donde el perro adquiere una connotación poética para la leyenda que origina el nombre: aludiría al salto de un misterioso y anónimo can hasta las aguas del río, mientras acompañaba en su escape a un reo prófugo que llegó a la orilla acompañado del animal, creyendo que su huida de los hombres que le daban caza había finalizado allí en el borde, hasta que decidió imitar al valiente quiltro para eludir a sus captores, consiguiéndolo en el acto. Otros cuentan por allá, con menos ornamentación de la historia, que el nombre surgió solamente porque uno de los constructores del puente tenía un pequeño perrito que se entretenía dando saltos a las frías aguas del río y que no fue olvidado por la comunidad local.

Podemos añadir que existe también el Estero Salto del Perro en Los Ángeles, que empalma con el río Rarinco. Además, el propio nombre del río Biobío era explicado, antaño, por una leyenda local según la cual quedó con esta denominación luego de que muriese ahogado en sus aguas, hacia 1580, un perro llamado Bío, perteneciente a los conquistadores españoles. Hasta entonces, los indígenas habrían llamado al río como Butalebu o Butanleuvu, aunque proviene de ellos también la voz Viu-Viu, que parece ser el origen del nombre y que significaría Doble Hilo.

Islas completas fueron llamadas con alguna alusión canina, admeás, como Más Afuera o Isla de los Perros, hoy Alejandro Selkirk, en el Archipiélago de Juan Fernández, apodada así por la cantidad de canes salvajes que quedaron como consecuencia de una catastrófica intervención humana a partir de 1675, cuando el almirante español Antonio de Veas desembarcó perros mastines en islas con la intención de que redujeran a las cabras que, con frecuencia, iban a cazar los piratas que merodeaban por el Pacífico, sirviéndoles de abastecimiento en sus rutas. A fin de cuentas, fue cambiar un gran problema por otro peor, como anotaría el naturalista Claudio Gay:

En otro tiempo había perros salvajes en las provincias meridionales y en archipiélago de Chiloé; el capitán Byron dice en la relación de sus viajes que él encontró muchos en este archipiélago, cuyo alimento eran los mariscos que pescaban en las bajas mareas. Hoy no existen más que en el archipiélago Juan Fernández, los cuales provienen de los que en el siglo XVII hizo soltar el virrey de Perú, para destruir la multitud de cabras que atraía a este archipiélago a muchos corsarios que infestaban los mares del Sur. En 1828 trató de destruirlos el señor Larraín, pero quedaron todavía muchos, los que se mantienen de cabritos que cazan en común. A veces se han aproximado a las casas, y acaso se hubieran asociado al hombre, si los perros domésticos no les hubiesen declarado una guerra encarnizada.

En el Golfo de Ancud, en cambio, está el Islote de los Perros, también llamado Isla Olvidada o Isla de Las Perras, vecina la Isla Llancahué. En plena Patagonia Occidental, en el Lago General Carrera, se ve la gran Roca del Perro, que semeja a la cabeza de un can de orejas caídas, mirando hacia sus aguas. Y en la Región de Magallanes, en el Archipiélago de la Reina Adelaida, está la Isla Pedro Montt con su Bahía del Perro.

También en la región austral, está la Isla Esfinge cerca de los canales Cutler y Molina, cuyo nombre se debe a que parecía la representación escultórica de un perro echado sobre sus patas y con la cabeza levantada mirando hacia el Este, según se decía de ella. Pero no es todo: esta isla está al centro del Golfo de Jaultegua, tal vez aludiendo a la voz mapudungún tegua o tregua a la que nos hemos referido, por lo que cabe preguntarse si existe alguna relación entre la formación rocosa de la isla y el viejo nombre que recibía el lugar.

Los nombres dados en las culturas nortinas a los perros también llegan a reflejarse en un rasgo toponímico. Como en quechua son llamados alco, Oreste Plath se pregunta en su artículo “El perro y el pueblo chileno” de la revista “En Viaje”, en 1955, si esto tendrá algo que ver con el nombre de una localidad que menciona como Alcohus, cerca de Combarbalá, que podría traducirse como Perro Aparecido. Debemos recordar que en este territorio diaguita, por allá por la cuenca del Elqui, está la aldea y río de Alcohuaz, traducible como Casa de Perro según Herman Carvajal Lazo en “Vicuña y la toponimia del Valle de Elqui”:

ALCOGUAS, (3), (Var.: Alcoguaz, Alcohuas, Alcohuaz), caserío, quebrada y loma. Del quechua allqo, “perro”, “mastín”, y wasi, casa, aposento, habitación, edificio, hogar. Allqo, fig. y fam., sujeto de vida arrastrada, persona sin dignidad, innoble. Casa para persona indigna (Lira). Informante del lugar: Alcoguas, “casa de perro”' (1986).

En el Norte Grande, además, está el cerro y salar de Alconcha, en los orígenes del Río Loa. Y si en aymará se llama a los perros anu y anocara, coincidentemente existen ciertas localidades y cerros de ésta área de influencia cultural llamados Anocarire, Anocariri y Anocaraire cerca del Salar del Surire y en territorio de Bolivia.

Las huellas perpetuadas por el paso del perro, entonces, se nos aparecen en las indicaciones de los propios planos geográficos de esta tierra y los mapas de este país-camino, desde los tiempos remotos hasta nuestros días, perdurando como una memoria grabada a fuego sobre el mismo paisaje.

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