PERROS PRESIDENCIALES: VISTAZO CRÍTICO AL CASO DE ULK

Presidente Arturo Alessandri Palma caminando con su perro Ulk junto a un vendedor callejero, en los años treinta. Imagen de las colecciones del Museo Histórico Nacional.

Ha costado tomar la decisión de incluir acá el caso de una de las mascotas más conocidas y famosas de la historia de Chile: el perro Ulk, gran danés del Presidente Arturo Alessandri Palma, figura taxidérmica se encuentra momificada hoy nada menos que en las vitrinas del Museo Histórico Nacional, acompañando al antiguo sillón presidencial.

Aunque pocos perros han tenido las dignidades de llegar a ser parte de las colecciones en exhibición de un museo, nuestra casi-omisión de Ulk en el repaso de las grandes semblanzas perrunas de la historia chilena responde a una razón bastante concreta y válida: la condición de historicidad del famoso gigante rubio no fluye desde su propio mérito o lugar en las crónicas de perros del país, sino más bien en el reflejo del brillo que irradia la popularidad o la importancia de su amo, el presidente Alessandri, que a pesar de su controvertido actuar capitaneando el Palacio de la Moneda en tres ocasiones y de las veces en que la sangre salpicó su banda presidencial, tiene un peso histórico innegable. Su estatua solitaria haciendo guardia en la Plaza de la Ciudadanía, confirma este punto.

No siendo Ulk, por lo tanto, más que el resultado colateral de la exaltación biográfica de Alessandri Palma en los anales históricos, de todos puede haber frustraciones por la eventual ausencia de este personaje canino en estas crónicas, de modo que intentaremos resolver aquella intencional posibilidad de olvido con este capítulo, aunque sin renunciar a nuestra apreciación crítica sobre el verdadero valor del perro del presidente en la construcción de las semblanzas perrunas populares que nos interesan.

Antes de que fuera conocido Ulk, don Arturo ya tenía un perro con cierta popularidad y que lo acompañaba frecuentemente. Tal vez era parte de los despliegues comunicacionales que procuraba frecuentemente el mandatario apoyado por sectores leales en la prensa, que le permitieron apoderarse del famoso apodo de “León de Tarapacá” que antes se daba al héroe Eleuterio Ramírez, y ejecutar su famoso lanzamiento “espontáneo” de un abrigo hacia la muchedumbre desde un balcón, como señal de desprendimiento. Ese primer perro famoso suyo fue un foxterrier llamado Tony, durante su primer mandato de 1920 a 1924, antes del accidental pero breve retorno en el año siguiente. Blanco y con manchas negras en el lomo, un ojo y una oreja, llamó la atención de muchos en aquellos años, tanto entre sus seguidores como sus adversarios, apareciendo también en varias caricaturas de la revista de sátira política “Topaze”, siempre ridiculizando a su dueño, hasta la muerte del pequeño can.

Cuando tuvo lugar la primera transmisión radial en Chile, a las 21.30 horas del sábado 19 de agosto de 1922, desde la Casa Central de la Universidad de Chile, el periodista Rafael Maluenda se permitió realizar un comentario titulado "El Perro del Presidente", alusivo a la figura mítica del Perro de Alcibíades: el estadista ateniense del siglo V a.C. había cortado públicamente la cola de su can, para hacer que todos hablaran de este bárbaro acto y ya no de la corrupción o abusos de su gobierno, dejando instalada así la figura retórica de la realización de movimientos estratégicos de las autoridades destinados a distraer la atención pública de un asunto principal o más importante, al estilo “cortina de humo” o distracción. La comparación formulada por Maluenda, pues, era con Alessandri y su querido Tony, como recordaba la nota “Perros en el poder” del diario “El Mercurio de Valparaíso” del lunes 15 de agosto de 2005.

Pasado el tormentoso período que puso fin a la República Parlamentaria y del que surgió la Constitución Política de 1925, la sólida imagen de Alessandri Palma reaparecerá ahora con un nuevo y más imponente tótem zoológico: Ulk, el enorme perro que quedó inmortalizado en infinidad de fotografías supuestamente casuales del Presidente de la República durante su último mandato, de 1932 a 1938. El perro había nacido sólo dos meses antes que su amo asumiera la Presidencia en esta nueva aventura de mando. Ya en el palacio, prácticamente se había criado dentro del mismo, descansando en sus ratos de ocio en una colcha colocada dentro en la esquina de uno de los salones presidenciales.

De alguna manera, entonces, a medida que creció y que aparecía cada vez más presente alrededor de su dueño, Ulk vino a ser planteado como una suerte de proyección implícita de las virtudes que Alessandri Palma siempre quiso mostrar de sí: fortaleza, nobleza, actitud e inspiración de temor en el resto. “Como el escudo británico tiene un león, el norteamericano un águila, y junto a los colores chilenos se yergue el cóndor engolado, así el alessandrismo tenía el perro Ulk”, escribió Daniel de la Vega en uno de sus textos reunidos para “Ayer y hoy: antología de escritos”, que dedicó al can y tituló con su nombre.

Y aunque Samuel Gajardo asegura en “Alessandri y su destino” que el protagonismo de Ulk en la vida de su dueño era parte de su temperamento afectivo de amor a los animales, es claro que el perro también servía para intimidar a los agresivos y los pedigüeños que quisieran acercarse al mandatario cuando este salía a las calles del centro a “bajar la comida” o cuando interactuaba con su “chusma inconsciente” al aire libre. Había ocasiones en que el presidente incluso daba entrevistas en su oficina con el perro echado a sus pies.

Presidente Arturo Alessandri Palma (segundo período, imagen oficial) junto a su perro Ulk y el sillón presidencial. Estos últimos dos están hoy en las vitrinas del Museo Histórico Nacional.

Acercamiento a Ulk en una fotografía de Alessandri con un grupo de personas, donada por la Sucesión Matte Alessandri al Museo Histórico Nacional.

Ulk también fue caricaturizado sin piedad en la “Topaze”, revista que tanto odiaba y hasta quiso perseguir el mandatario. Su director Jorge Coke Délano recuerda algo interesante en sus memorias tituladas “Yo soy tú”, con relación a una caricatura suya publicada en el "El Diario Ilustrado" del 14 de septiembre de 1924 y en donde decía que se despedía del mencionado perro Tony a la partida de este, “que durante tres años y nueve meses fue el inspirador principal de sus ingeniosas caricaturas”. Comenta incisivo allí el pie de imagen reproducido por Coke:

En su primera presidencia, Alessandri poseía un vulgar fox-terrier, que obedecía al nombre de "Tony". Cuando don Arturo gobernó con la derecha, su perro regalón era el aristocrático danés llamado Ulk. Estos perros simbolizaron las diferentes ideologías de don Arturo.

El can marchaba seriamente al lado de don Arturo cuando este caminaba hacia el famoso y clásico café-restaurante de la Confitería Torres, cruzado la Alameda unas cuadras más al poniente. Era un asiduo visitante del mismo, hacia la hora de la once y adicto a sus sabrosas copas de “cola de mono” o chichas dulces, incluso pasando con comitiva y todo tras una Parada Militar, según el mito. Manuel Peña Muñoz comenta algo al respecto en "Los cafés literarios en Chile”. Y en el mismo local recuerdan que, en una ocasión, unos agricultores llevaron al café a otro gran danés, con la intención de hacerle una broma a don Arturo. La pésima idea terminó en una descomunal riña entre ambos perros, que debieron ser separados a baldazos de agua, dejando con su tormenta una estela de desorden y posas dentro de los comedores.

Si bien Ulk era un perro manso y muy mimado, bastante cariñoso con la gente que lo conocía, bastaba la percepción de sus enormes proporciones para acobardarse ante la presencia de semejante criatura en los pasillos, patios y salones de La Moneda, por donde solía pasear a sus anchas. Más de un susto o una vergüenza provocó su presencia en este y otros lugares. Así describe su importancia y símbolismo María Rita Figueira en “Los ladridos de la historia: Retratos de personajes célebres a través de sus perros”:

Resultaría exagerado decir que el segundo mandato de Alessandri mostró una versión distinta al sistema presidencialista chileno: un dueto al poder. No se trató de una innovación constitucional tan arraigada en ese país como en el resto de América Latina. Fue una verdadera dupla la que compartió con Ulk, su Gran Danés. Era un ejemplar de pedigrí, dueño de una belleza llamativa comparable a los grandes campeones europeos. Su pureza lo erigía más en un monarca de la época europea del despotismo ilustrado que en un presidente elegido por voto democrático. Era un rey majestuoso con porte de soberano de sangre azul. Hablar de gobierno compartido no resulta irrespetuoso, atento a que Alessandri era un "amo" orgulloso y sumamente afectivo. Poco le importaba al primer ciudadano que tildaran de exagerada su Dogo Alemán.

Los opositores hacían bromas con respecto al mandatario y su mascota gigante, como por ejemplo, haciendo creer a la gente que "don Arturo" tenía dos perros: uno mestizo para agradar al populacho, y otro de exquisito linaje -Ulk- para la ideología de derecha. Otros, más certeros y memoriosos, recordaban que durante la primera presidencial, "el León de Tarapacá" –como se lo conocía- se paseaba con Tony, un sencillo y gracioso Fox Terrier.

Con relación a esto último, su trabajo “Chile entre dos Alessandri: memorias políticas”, Arturo Olavarría Bravo confiesa que el embajador de España, don Rodrigo Soriano, le había comentado que cada vez que acudía a La Moneda a quejarse ante Alessandri Palma por el comportamiento protector hacia los franquistas por parte del embajador de Chile en Madrid, don Aurelio Díaz Núñez, “el presidente lo hacía seguir hasta el ascensor por aquel enorme perro llamado Ulk” mientras este “le ladraba como si fuera un forajido”.

En otra ocasión, cuando un embajador europeo se encontraba en la solemne y muy protocolar ceremonia de presentación de credenciales, Ulk se abalanzó sobre él levantándose en sus patas traseras y abrazándolo con fuerza al asustado diplomático, pero sólo para cubrirlo de cariñosos lengüetazos en la cara, pues parece que le había resultado simpática su presencia allí, como se indica en el señalado artículo de “El Mercurio de Valparaíso”. Esta anécdota fue confirmada alguna vez por don Arturo Alessandri Bessa, nieto del presidente, en una entrevista televisiva.

Sin embargo, la descripción más fiel que se conoce de aquel incidente es un poco diferente y menos graciosa. Aparece plasmada con detalles en “Testigos de la historia” de Rafael Valdivieso Ariztía, recogiendo un testimonio del ex Canciller Germán Vergara Donoso:

Durante la segunda presidencia del León -sigue recordando don Germán- tuve la oportunidad de participar en la más insólita presentación de credenciales que cabe imaginar.

Llegó por estas playas un Ministro Plenipotenciario de Hungría. Designémoslo, al igual que en las novelas, como el Conde XXX. Tras haberse acreditado ante la Casa Rosada, lo venía a hacer ante La Moneda, para seguir después al Perú y más al norte. Llegados el día y la hora de la ceremonia, sentí sonar el clarín de la guardia, anunciando al diplomático y a Darío Ovalle Castillo, Jefe de Protocolo. Partí a buscar a don Palomo (don Miguel Cruchaga Tocornal, Canciller a la sazón) para dirigirnos en seguida, juntos, a reunirnos con don Arturo en su despacho y a esperar después al noble húngaro en el Salón Rojo.

Llegamos al escritorio del Presidente, en el segundo piso del cuerpo que separa los dos patios de La Moneda. No hizo más que vernos y comenzó a protestar:

¡Pero Miguel, hasta cuándo con estas cosas! ¡Ya vienen ustedes a quitarme el tiempo! ¿No ven que no me dejan trabajar? Así diciendo sacó su chaqué, se lo puso y nos encaminamos todos al Salón Rojo. De atrás y a la siga de su amo partió Ulk, el perro gran danés, regalón y compañero inseparable de don Arturo, que, una vez instalados todos en el lugar de la ceremonia, se acurrucó bajo un rayo de sol, bostezando sin disimulo.

Dispuestas ya las cosas, se abren las puertas y entra Darío, todo distinción y elegancia, con su cabello cano cortado un tanto en brosse y peinado para atrás, chaqué de pinta impecable, plastrón sujeto por una perla, polainas blancas, y anuncia al representante de Hungría. Traspone entonces el umbral un húsar de dos metros, deslumbrante, imponente, recién sacado en apariencia de la Corte Imperial. Pantalón de piel blanca embutido en botas granaderas, chaquetilla cerrada con alambres de oro, dolmán con vueltas de cebellina caído sobre el hombre y, al costado, un riquísimo sable. Su brazo derecho sostenía un morrión o casco y la mano izquierda empuñaba el sobre con las credenciales.

Fue entonces cuando, de acuerdo al relato reproducido, comenzó a gestarse el desastre que iba a sabotear tanta solemnidad dispensada y hasta ese momento tan cuidadosamente cumplida:

Antes de avanzar taconeó y, golpeando los espolines, hizo una de esas reverencias tan inimitablemente germánicas, la repitió al centro del Salón y volvió a inclinarse, ya próximo al León. Al primer taconazo Ulk había alzado el hocico; al segundo, se irguió, y al tercero, pensando seguramente que ese gigante forrado en piel y que despedía tantos destellos atacaría a su amo, se le fue encima de un salto, con todo el ímpetu de sus cincuenta o sesenta kilos. Ahí quedó el desparramo: el León, desatentado, trataba de alejarlo y gritaba: ¡Perro de m…, perro de m…! ¡Llamen a Salvo! (Salvo era el mozo o portero, capaz de dominar a Ulk). Darío, en cuatro pies, buscaba en el piso el monóculo del conde que había saltado lejos con la embestida del perro. Don Arturo trataba de recoger el sobre con las credenciales. Don Palomo y yo corríamos de un lado para otro.

Al fin se restableció la calma y el diplomático, bastante magullado y desarbolado, pudo entregar sus documentos, y don Arturo pronunciar unas pocas palabras que don Palomo completó como Dios le dio a entender, dando así término a la agitada ceremonia.

En mi larga carrera nunca presencié nada semejante ni creo que alguien pueda narrar una experiencia parecida.

Ulk junto al presidente Arturo Alessandri y su ministro Gustavo Ross Santa María, quien fuera candidato de la continuidad del gobierno en 1938, en fotografía hacia mediados de la misma década.

La momia taxidérmica de Ulk junto al sillón presidencial de Alessandri, actualmente en el Museo Histórico Nacional. Fotografía publicada por el Servicio Nacional del Patrimonio Cultural.

El logotipo del Kennel Club de Chile muestra la cabeza de un gran danés que sería Ulk, justamente.

De la Vega, por su parte, vio una vez caminando a Alessandri Palma con el perro por el Parque Forestal, como cuenta en un texto que escribió a la muerte del animal. Iba acompañado de dos o tres personas, probablemente con Waldo Palma (que solía salir con él en sus caminatas) y Jorge Walton:

Algunos paseantes, sinceros, se detenía a mirar el gran hombre. Otros, envidiosillos, fingían no verlo, y fingían mal, porque para simular indiferencia cuando no se siente, se necesita un tacto muy fino. O ser un cómico.

Entre los grupos de curiosos pasó el perro con una majestad de persona notable que se sabe observada. ¡Parecía que el perro creía que lo iban a fotografiar! El perro esperaba el retrato. En su paso había pose. Hay perros extraordinariamente inteligentes, y saben cosas que el hombre espeso y vulgar no sospecha. Y Ulk sentía el homenaje de la popularidad. Y lo disfrutaba.

Después de la infausta masacre en el Edificio del Seguro Obrero del 5 de septiembre de 1938, sin embargo, la sangre de los nacionalsocialistas rendidos y brutalmente asesinados tuvo efectos devastadores para lo que quedaba de la carrera política de Alessandri Palma: el efecto inmediato de perder las elecciones presidenciales su ministro Gustavo Ross Santa María ante Pedro Aguirre Cerda, seguido del retiro parcial de la vida pública, con algunas excepciones en el camino a la tumba. Por paradoja, además, una de las fotografías más famosas de Ulk es aquella en donde aparece con Alessandri y Ross, los grandes derrotados de aquel año, precisamente.

Los años de cierta oscuridad que siguieron, los pasó en compañía de Ulk hasta la muerte de su querido can sólo días antes de cumplir una década de vida, en 1942 y casi como símbolo de la caída de su propia imagen en el sentir popular. Irónicamente, murió el 6 de septiembre de aquel año, un día después de celebrado el cuarto aniversario de la masacre. "Murió mi mejor amigo", diría el expresidente al hacer pública la noticia, a través de medios como la revista “Ercilla”. Él, a su vez, partiría sólo nueve años más tarde y fulminado por su corazón.

El cuerpo de Ulk, en tanto, había sido embalsamado en un trabajo de gran calidad ejecutado por expertos, entre los que destacó el taxidermista Adrián Vergara Castro. Fue dispuesto para ser exhibido en el Museo Nacional de Historia Natural, en la Quinta Normal. Permaneció un tiempo exhibido entre los animales disecados del primer piso, alrededor de los famosos huesos de la ballena llamada Greta. Estuvo también en algunas exposiciones y museos itinerantes hasta que se concluyó que tenía los decoros necesarios para ser expuesto en el Museo Histórico Nacional, en donde permanece desde mediados de los años ochenta junto a la Plaza de Armas y tras un grueso cristal. Está en la misma actitud serena y echada como aparece a los pies de Arturo Alessandri, en una de sus más famosas fotografías.

Como el Kennel Club Chile fue fundado en 1935, tradicionalmente se ha estimado que la cabeza del perro que aparece en su logotipo usado en nuestros días, correspondería a un retrato de Ulk. Y en el año 2012, además, la escritora Alicia Morel publicó una versión libre de las aventuras del can presidencial, titulada "Ulk, memorias de un perro famoso", libro de cuentos dirigido a público infantil. Así, con los aspectos honestos y los inventados que rondan a la leyenda de Ulk, y no habiendo en él tan especiales particularidades para su semblanza más allá de ser recordado, principalmente, sólo como la mascota de una celebridad política, sí hay un mérito en su ejemplo: nunca antes ni después ha tenido tanto protagonismo y notoriedad algún perro de primer mandatario en nuestro país. Ulk fue, acaso, el primer perro realmente popular de un Presidente de la República en Chile. Hasta entonces, saltaba a la vista que las mascotas eran más bien compañías anónimas, muy poco visibles y de significación reducida únicamente a la parte más doméstica de la vida de cada mandatario.

Después de Alessandri Palma, sin embargo, tuvimos otros casos notables de la historia de los hombres en el Palacio de la Moneda, incluido el de su hijo don Jorge Alessandri Rodríguez: a pesar del abismo de diferencias entre ambos, el Paleta también metió al palacio presidencial a su mascota, un mastín llamado Zar. Otros casos fueron los de Chagual, el pastor del Presidente Salvador Allende hasta el final de sus trágicos días, o Bolt, el perro de raza Beagle que le fue regalado al Presidente Sebastián Piñera y que, bautizado originalmente como Poder, cambió el nombre al apellido del atleta jamaicano Usain Bolt.

No todos los recuerdos de perros de mandatarios son tan pintorescos o inocentes, sin embargo: en el Palacio Presidencial de Cerro Castillo, en Viña del Mar, vivía desde hacía décadas una vieja y tranquila tortuga galápago que había sido obsequiada a Chile por el gobierno de Ecuador y que era el animal favorito de los niños que visitaban la residencia en los días de Allende en el poder. El pobre animal, sin embargo, habría muerto tras ser atacado brutalmente por uno de los perros del presidente Patricio Aylwin, en 1992.

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