UN CASO DE "ASESINO SERIAL" DE PERROS EN VIÑA DEL MAR

Residentes del barrio en donde tuvieron lugar los secuestros y muertes de perros, en fotografía de Álvaro Camacho publicada en el sitio Soy Valparaíso, en 2017.

La historia policial chilena ha tenido varios casos de desequilibrados mentales que han horrorizado a la sociedad con actos sádicos o perversos de maltrato animal, llegando a las prácticas más repugnadas por el auténtico sentir nacional y por nuestra moralidad respecto del trato a las mascotas: torturas, crímenes, muerte por inanición, ingesta de carne canina, etc. Ciertamente, subyace algún elemento de siniestra alteración mental en esta clase de abusos, que a veces están a sólo un paso de las mismas prácticas inmundas contra otros seres humanos, como violaciones, asesinatos o canibalismo, de acuerdo a nuestros estándares culturales. El caso del perro Cholito en Recoleta, aunque en 2017 inspirara la ley con su nombre es, sin embargo, un tímido ejemplo de muchos casos peores.

Los exterminios furtivos y “particulares” de canes en las calles de varias ciudades, por lo demás, han sido ejecutados con trampas, apuñalamientos, quemados vivos y carnadas retorcidas de sadismo como  bocados de carne con venenos de agonía larga, vidrio molido o hasta tachuelas, dejando a la vista algo de esos insondables rincones oscuros y deplorables que aún persisten en la crueldad de nuestra especie humana.

Uno de los casos más abominables y perturbadores, además de ostentar un resultado judicial que todavía duele a muchos en Viña del Mar, ocurrió durante el año 2017 en la villas ubicadas junto a la Quebrada de los Placeres, cerca de la avenida Rodelillo de la misma ciudad. El lado más macabro posible de concebir en nuestra relación con los perros y la forma más execrable de ruptura de nuestro “pacto” de convivencia entre humanos y cánidos domésticos, quedó revelada en aquella ocasión.

Hacia aquel verano, comenzaron a conocerse en el sector Forestal de Viña del Mar noticias de vecinos que habían perdido súbitamente sus mascotas luego que estas salieran a pasear en las calles del barrio. Los primeros casos se entendieron como desapariciones por posible atropello, o quizá los envenenamientos que no han sido raros en esta ciudad y que han cobrado la vida de muchas mascotas. Una vecina apareció un día buscando a su querido perro, por el sector cercano a calle Esperanza. No había señal alguna del pobre can, que por más que fue llamado de esquina a esquina por los lugares donde solía pasear cada día en su cuestionado régimen de mascota doméstica a “puertas abiertas”, no volvería a aparecer.

Durante los meses que siguieron, continuaron desapareciendo perros por otras de las residencias del populoso barrio, en cantidad suficiente como para empezar a correr el rumor de que debía existir algún sujeto en alguna parte que los estaba secuestrando y liquidando. Hubo otras búsquedas espontáneas de los vecinos tratando de encontrar alguna señal siquiera de qué ocurrió con sus queridos canes, pero que invariablemente terminaban en la total frustración y más angustias familiares, al no quedar ninguna huella de ellos. Uno de los vecinos más afectados emocionalmente fue don Edgar Piñones Tapia, a quien le fue sustraída su perrita Niña desde su casa o cerca de ella el martes 11 de julio de 2017. En una entrevista posterior, él la describió como una mascota “muy alegre, habilosa y acá en el barrio todos la querían”. Después, este vecino tendría gran importancia en el juicio contra el criminal y los cargos que pudieron configurarse durante el mismo proceso.

Para aumentar la tensión y la ansiedad de los residentes, comenzaron a aparecer en la vía pública restos de lo que, claramente, habían sido cuerpos de perros ahora destazados. Esto causó pavor entre los vecinos y hubo hasta un cambio de conducta ente varios de ellos, procurando mantenerlos todo el día en sus pequeños espacios exteriores del hogar, sean jardines o patios, tan propios de residencias modestas.

Se estaba en medio de aquella incertidumbre cuando, el sábado 15 de julio, unos niños que jugaban en la calle en la Población Puerto Aysén, vieron con horror cómo un perro del barrio salía desde una casa con una bolsa en sus fauces, con la cabeza cercenada de otro can en su interior. La descripción de la horrible escena llegó a sus respectivos padres. Enterados de esto, el matrimonio de Edgardo y Alicia fue a revisar la bolsa de basura y advirtió, con gran congoja, que la cabeza de perro era la de su querida Niña. No les fue fácil identificarla, por la cantidad de sangre, pero don Edgardo la reconoció por un defecto que la perrita tenía en una de sus orejas. Acto seguido, doña Alicia partió a denunciar lo ocurrido ante efectivos de Carabineros de Chile.

La residencia de la que había salido el perro con la cabeza estaba en la dirección de calle Esperanza 10 llegando al sector llamado Los Boldos, en Forestal. Uniformados de la Quinta Comisaría  de Viña del Mar, partieron desde el cuartel de Miraflores hasta el lugar, verificando que era la casa de un delincuente viñamarino de la más baja categoría en los estándares del hampa criolla, llamado Isaac Jiménez Olmedo, de 30 años. Era un típico sujeto de cultura carcelaria y vida sucia, con un prontuario acorde a su mala fama que incluía condenas y antecedentes penales por robo con violencia y amenazas de muerte. De hecho, había salido recientemente de otra de sus estadías tras las rejas por estos últimos cargos, hacía menos de un año.

El inmundo patio habitado por el cerdo (se ve en la imagen) y en donde eran descuartizados los animales. Fotografía de Álvaro Camacho publicada en el sitio Soy Valparaíso, en 2017.

Al verse acorralado por la evidencia y las exigencias de la policía, accedió voluntariamente a que entraran a su residencia, en donde encontraron una postal del infierno, digna de un cuadro del Bosco: un taller lleno de restos de canes mutilados y descuatizados de las formas más atroces y repugnantes, como pocas veces antes se haya visto en nuestro país.

Detallando la escena descrita a la prensa y a los tribunales, estaban desperdigados los restos de al menos dos de los perros (había partes de pastor alemán y de labrador) a los que había dado muerte recientemente: extremidades repartidas en el patio, cabezas, tórax, orejas, colas, pieles y patas tiradas por todo el inmueble, varias de ellas dentro de bolsas. En bidones de 20 litros, además, el desequilibrado guardaba las vísceras y órganos internos. Era muy probable, además, que los perros hayan sido sometidos a torturas horripilantes y vejaciones todavía más macabras antes de expirar y ser cortados en pedazos. Había también un chuzo con sangre, herramienta que quizá usaba para dar muerte a cada animal. Todo este panorama dejó choqueados a los carabineros que debieron registrar la residencia.

La llegada de los efectivos, en tanto, llamó la atención de los vecinos y todos llegaron a reunirse ante aquel aciago matadero, temiendo que allí encontrarían los restos de sus mascotas perdidas. La noticia se expandió por todo este lado de la costa central, en consecuencia.

El sujeto no fue capaz de explicar en aquel momento las razones de su comportamiento, aunque en algún momento intentó justificarse explicando que con los restos de los perros alimentaba a uno cerdo de su propiedad, como informó el periódico “La Estrella de Valparaíso” a los pocos días. El capitán de carabineros Cristián Vargas, sin embargo, dijo por entonces que el criminal, además de alimentar a su cerdo y otros perros suyos, muy probablemente consumía carne de los mismos perros que sacrificaba. Muchos vecinos de todos aquellos barrios, además, se mostraron convencidos de que varios otros perros desaparecidos habrían sido muertos por mano del desquiciado hampón, pero ya no había pruebas concluyentes para poder demostrarlo.

Jiménez fue llevado ante el tribunal de garantía. Sin embargo, tras la audiencia de formalización de cargos por maltrato animal y receptación, realizada el día 15 con el inicio del juicio correspondiente, el entonces motejado Psicópata de los Perros quedó en libertad y solamente con orden de no acercarse a la denunciante de sus sangrientas canalladas, como medida cautelar ordenada por la jueza de Garantía de Viña del Mar, doña Eliana Uribe. De este modo, el tipo pudo volver a la casa tranquilo, ante la justificada indignación de los vecinos.

Se fijó para el 18 de agosto siguiente un procedimiento simplificado, anticipándose en la audiencia que el imputado arriesgaba penas de 500 días de reclusión con una multa de 2 UTM por el maltrato animal, a 500 días con una multa de 5 UTM por receptación. Para su fortuna, pues, la llamada Ley "Cholito” que subía las condenas por maltrato animal, había entrado en vigencia poco muy poco después de revelada su fechoría. De hecho, la Fundación Animalex se involucró en este caso haciendo un llamado público a la entonces presidente Michelle Bachelet, instándola a promulgar pronto la Ley de Tenencia Responsable de Mascotas, que era lo único que estaba pendiente en la tramitación.

De haber estado vigente la Ley “Cholito” para entonces, Jiménez habría arriesgado penas de cárcel efectiva de entre 541 días a tres años. Es muy probable que la conmoción generada por este caso, entonces, haya acelerado -en parte- la promulgación de la misma ley.

Nunca se pudo precisar cuántos animales asesinó Jiménez en su matadero de perros, ni las razones exactas de su tan tenebrosa perversión malhechora, más allá de las explicaciones utilitarias. Sólo se puede decir que el sujeto fue favorecido circunstancialmente por la pasividad de las autoridades ante las urgencias de poner en vigor una ley que pretendía, precisamente, dar castigos ejemplares a esta clase de aberraciones.

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