CUATRO REMOS, LA MASCOTA PRODIGIOSA DEL VIEJO VALPARAÍSO

Cuatro Remos, en fotografía publicada por "El Peneca".

Poco tiempo después de que el sabio francés Claudio Gay publicara, allá por la década de 1840, sus voluminosos estudios sobre Chile, verificando en ellos parte de los aspectos primarios del folclore perruno nacional, habitó en Valparaíso un famosísimo can de cabeza larga, orejas cortadas, pelaje con manchas y cola corta, motejado como Cuatro Remos. Este perro iba a convertirse en una verdadera leyenda de la historia del puerto, misma que cobraría una merecida parte de atención en la literatura criolla.

Los porteños adoraron al perro por su inteligencia y su obediencia, y le dieron ese nombre por un supuesto rescate que habría realizado al sacar de las aguas a un niño. Cuatro Remos habrían empezado a llamarlo los pescadores a partir de entonces, por su velocidad de nado y por la particular forma que tenía de desplazarse batiendo todas sus patas.

Tras aquella hazaña, el perro comenzó a aparecer de forma regular en el cuartel de los bomberos porteños, en donde fue aceptado como un camarada más de la Tercera Compañía “Bomba Cousiño y Agustín Edwards”, fundada en 1853. Así, sería entre hachas, escaleras y mangueras que este voluntario no humano alcanzaría la cima de su fama.

El caso, que como toda leyenda basada en hechos reales probablemente tenga también mucho de fábula en la forma que ha llegado a nuestros días, fue llevado a novela hacia 1883 por Daniel Barros Grez. Primero apareció en formato de folletines del diario "El Mercurio" y la revista infantil "El Cabrito", con lo que la historia del astuto perro alcanzó gran popularidad en todo el país y consagró su mito más allá del puerto. Este trabajo fue republicado como “Las aventuras de Cuatro Remos”, en tomos, por desgracia muy cercanos al olvido hoy en día. Allí decía el autor, al comenzar las memorias sobre el legendario perro:

…esto no es un cuento sino la historia de un ser viviente real y verdadero, que, aun cuando perteneció a la raza canina, supo hacerse merecedor de las simpatías con las que lo honraron mil individuos de la raza humana, lo cual no es dable decir de muchos hombres. Ahí está el noble pueblo de Valparaíso, que no me dejará mentir, pues en el corazón de una gran parte de sus habitantes vive todavía el grato recuerdo de las loables acciones con que "Cuatro Remos" supo ilustrar los últimos años de su vida.

La novela de Barros Grez tiene cierto contenido adulto, pero por alguna razón su tono es más bien infantil, casi inocente, como si el encanto enternecedor de Cuatro Remos tomara posesión de su pluma. Asegura allí que el can llegó al puerto desde Santiago: según esta versión cargada de ficciones, vagaba por el sector de La Cañadilla de la Chimba (actual avenida Independencia) y el Puente de Cal y Canto, lugar de descomunales peleas entre quiltros en las que destacó por su valentía y arrojo, pero también por una inteligencia que a veces asustaba a los más supersticiosos y alarmistas, que lo creían cosa maligna. En la novela también se dice que, en aquellos días, habría sido apodado como Choco y Chocolate por su color de pelaje de patrones rayados, y que varias veces fue víctima de agresiones con piedras. Encontró acogida por el barrio de la Iglesia de la Viñita, de avenida Recoleta, y allí también habrían llamado la atención sus enormes dotes e incluso se habría involucrado en controversias muy humanas del vecindario, según la fantasía del relator de sus aventuras. En el Cementerio, además, aparece desbaratando una inmunda banda de saqueadores de tumbas.

Lo cierto es que de alguna manera no muy bien definida pero, de acuerdo con Barros Grez, a raíz de la pérdida de su amo adoptivo, el perro llegó a establecerse libre a Valparaíso por el sector del Cerro Barón, hacia 1860. Fue en esta ciudad donde cumplió con su predestinación de convertirse en uno de los canes más inteligentes y astutos de los que se ha tenido crónica en nuestro territorio, méritos por los que recibió varias condecoraciones del Cuerpo de Bomberos, cuando ya participaba de la institución. Algunas de estas distinciones fueron collares con inscripciones que el perro procuraba llevar puestos en todo momento.

Si Cuatro Remos no estaba presente al empezar las emergencias que convocaban a los voluntarios, llegaba solo y alertado por el sonido de las campanas del cuartel porteño. Allí ayudaba a arrastrar las bombas y, cuando descubría alguna filtración en las mangueras durante operaciones contra incendios, ponía una pata encima para taparla y con su ladrido alertaba a los bomberos para que se percataran del problema. También espantaba con sus gruñidos y dientes relucientes a los necios que, en esos años, tenían la nada simpática costumbre de hacer cortes a las mangas tendidas entre la muchedumbre, en plena operación de emergencia, a fin de bajar con ello la presión en los pitones.

Cuadro "La Zamacueca" de Manuel Antonio Caro, hecho hacia 1872. Se cree -con buenos argumentos- que el perro que aparece sentado al lado derecho de los bailarines y que mira hacia la posición del bastidor del pintor, sería el mismísimo Cuatro Remos.

La Plaza Pinto de Valparaíso en fotografía de Le Blanc, lugar de intensa actividad en la historia de los bomberos porteños y donde era frecuente que apareciera el querido Cuatro Remos, entre 1860 y 1872.

 

Algunas versiones dicen que Cuatro Remos también participó en compañías como la Bomba Española y la Bomba Valparaíso, hasta su desaparición. Con el mismo entusiasmo, ayudaba a los comerciantes e incluso hacía compras que le eran encargadas. Cuando bajaba a los muelles, ayudaba a los jornaleros a pelar cocos con sus mandíbulas. Sobraban los talentos para sacar en andas y aplausos al perro, quizá cada semana con alguna nueva y asombrosa sorpresa.

Pero, en 1863, tuvo lugar una gran matanza de perros vagos en todo Valparaíso, ordenada por las inmisericordes autoridades de entonces y muy parecidas a otras que ya habían sucedido en el puerto en tiempos coloniales. La comunidad porteña se aterró con la idea de que el célebre animal hubiese caído en aquella masacre. Sin embargo, poco después la propia prensa aclaraba que Cuatro Remos había sobrevivido y estaba bien, devolviéndole el aliento a los porteños.

Meses más tarde, en las Fiestas Patrias de septiembre de ese mismo año, una delegación de la Tercera Compañía de Bomberos de Valparaíso se presentó en Santiago para los actos del Día de las Glorias del Ejército, acompañada de Cuatro Remos. La presencia del perro llamó la atención de los capitalinos y fue comentada en los periódicos de la ciudad, en los que se informaba que causó gran admiración ciudadana y hasta se vio envuelto en algunas controversias con pillos que trataron de pasarse de listos con él y con las pertenencias de otros bomberos. Para el año siguiente, Cuatro Remos ya era parte del prestigioso personal de la Compañía de Veteranos de Bomberos de Valparaíso, y así participó en los ejercicios del 11 de noviembre de 1864, ejecutados por esta unidad. En esa ocasión, sus camaradas humanos colocaron en su espalda una cinta o listón con la orgullosa palabra “Veterano”.

Las ya incontables historias de Cuatro Remos siguieron en aumento en aquellos años, mientras envejecía el admirado can… Y como era amado por todos, donde quiera que estuvo había nuevas anécdotas y más fragmentos para completar sus aventuras: hoteles donde husmeaba, restaurantes en donde le tiraban comida, vecinos que lo acogían en las noches, escuelas donde los niños se organizaban para conocerlo. Se cuenta por ejemplo que, una noche de aquellas, llegó a dormir a la casa de unos modestos vecinos que lo acomodaron dentro y, temprano en la mañana, decidieron salir sin despertarlo. Por desgracia, hubo una emergencia y sonaron las campanas de bomberos. El perro armó un desastre dentro de la residencia al verse encerrado, hasta que otros pobladores pudieron liberarlo y así corrió eufórico hasta el lugar siniestrado. Allí lo esperaban los voluntarios intrigados ya de que no hubiese llegado antes al cuartel, apenas se dio la emergencia, como estaban acostumbrados a que sucediera.

Aunque ciertas fuentes señalan que el perro murió durante el año de 1865 en el sector de la playa vieja, la poetisa Sara Vial asegura en su trabajo “Valparaíso, el violín de la memoria” que, en 1869, Cuatro Remos estuvo presente como invitado especial con los voluntarios tercerinos en una función del Gran Circo Italiano de Giuseppe Chiarini en el Teatro Victoria, cuando paseaba ya por sus últimos años de vida. La presentación era a beneficio de los bomberos, precisamente.

Poco después, tras una maravillosa y ejemplar vida de quiltro callejero y mascota de todo un puerto, murió el viejo y ya cansado Cuatro Remos. Si la fecha que manejamos es la correcta, entonces habría abandonado este mundo en el verano de 1872, momento en que fue despedido como un héroe por la sociedad que tanto lo quiso y que tanto le debía, tras conquistar corazones y épicas.

Después de su muerte, no tardó en folclorizarse la leyenda de Cuatro Remos, por supuesto. Hasta un pasaje con su nombre existe hoy en la comuna de Estación Central de Santiago. Además del salto a la literatura, dice la creencia que el perro que aparece en la chingana del famoso cuadro “La Zamacueca” de Manuel Antonio Caro, sería el mismísimo Cuatro Remos. Esta idea se ve bastante bien respaldada por el parecido innegable que hay entre el verdadero perro, que aparece en las pocas fotografías que existen de él (como una publicada en la revista infantil "El Peneca" del 16 de enero de 1911, al parecer de la casa Helsby y Cía.), con el que destaca en el óleo junto a las mujeres de la música y los instrumentos, pintado en forma casi contemporánea a los tiempos de fama del animal.

Un artículo de la misma autora Sara Vial, publicado en el periódico La Segunda del 21 de octubre de 1997, comentaba algo más acerca de esta leyenda y de la relación con el cuadro. Recordaba ahí una canción popular musicalizada por Fernando González, que homenajea al extraordinario perro:

Llegó junto al mar un día
para vivir en un puerto
y correr junto a las olas
y ser libre como el viento.

Su nombre se lo aprendían
gaviotas y marineros
el ciego con su violín
el carro con su bombero.

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