EL CEMENTERIO CANINO DEL CERRO SAN CRISTÓBAL

Sector de acceso al Cementerio Canino del San Cristóbal. Fuente imagen: Google Street View.

Uno de los secretos mejor guardados del Cerro San Cristóbal y del Parque Metropolitano en general, es el Cementerio de Perros que se encuentra a un costado de las dependencias del Grupo de Adiestramiento Canino de Carabineros de Chile. Muchos santiaguinos, de hecho, desconocen por completo la existencia de este singular sitio, ubicado bajo las sombras de árboles y sobre lomas naturales.

Se llega al misterioso y silente camposanto zoológico por el Camino Claudio Gay, pasado el cruce con avenida Abate Molina. La referencia para ubicarlo en un paseo es una conocida estatua del Boy Scout que conmemora una célebre concentración de 1917 (300 niños exploradores y otros 300 conscriptos del Regimiento Tacna, reunidos allí para motivar a la sociedad santiaguina con la idea de arbolar el entonces estéril cerro), monumento del escultor Fernando Thauby ubicado a sólo metros del acceso al recinto situado entre roqueras, setos, eucaliptos grandes y viejos, además de otros árboles como castaños, sombreando esta encrucijada de caminos en el parque.

La extraña necrópolis perruna es, probablemente, lo más parecido que podamos encontrar en Chile al enigmático cementerio de animales de la conocida obra “Pet Sematary” de Stephen King, principalmente por su ambiente en su interior, aunque carente del trasfondo macabro al que conduce aquella historia. Acá está más bien esa sensación de quietud en el retiro, con la congoja y la dolida resignación aún impregnando las criptas, además del infaltable sentido reflexivo que tienen todos los cementerios por condición propia, sean de hombres o bestias.

Su aire incógnito y el tipo de paisaje refuerzan aquellas sensaciones, invocadas incluso en las formas y mensajes de las lápidas. Diríamos que es más curioso y pintoresco incluso que el famoso cementerio de mascotas de Punta Gruesa, Iquique, uno de los más célebres y bellos del país, a pesar de que este es más pequeño. El cementerio del cerro, además, guarda un elemento agreste y algo romántico o salvaje que infla más su connotación arcana, casi escondida a la sombra de sus propios misterios y de la mucha ignorancia popular sobre su existencia.

También es una extraña y casi esotérica coincidencia la presencia de esta escuela canina y su cementerio en el cerro San Cristóbal, precisamente: llamado Tupahue por los habitantes antiguos de Santiago según la tradición, los conquistadores lo bautizaron con un nombre cristiano en su llegada al valle del Mapocho: con el alusivo a Cristóbal de Licia, aunque se sabe que este nombre aparecerá registrado oficialmente así casi dos siglos más tarde, por primera vez conocida. Una de las representaciones del mártir paleocristiano del siglo III o principios del IV, especialmente las ortodoxas asiáticas, es la de un santo cinocéfalo (kynoképhalos  en griego y cynocephalus en latín): es decir, con cabeza de perro, posible reminiscencia de antiguos cultos a dioses con esta característica, como es el caso del Anubis egipcio. De hecho, a diferencia de la Iglesia Católica que lo cree nacido en Asia Menor, en la tradición ortodoxa se considera a San Cristóbal oriundo de Marmarica, en parte de lo que es hoy Libia y Egipto.

Cripta del hermoso Bull van de Verphoeve, el perro de Carabineros de Chile que más lejos llegó como representante del país en campeonatos internacionales, a pesar de su corta vida.

Sepultura del querido Bigote, el perro quiltro de la Plaza de la Constitución amigo de la Guardia de Palacio. Fue uno de los primeros canes "civiles" o "paisas" que han comenzado a ser sepultados también en el Cementerio de Perros, aunque todos vinculados de un modo u otro a la institución.

Volvamos a Chile: lo que se conoce hoy como la Escuela de Adiestramiento Canino, nace el 4 de julio de 1956 como la Sección de Adiestramiento de Perros Policiales de la Escuela de Carabineros de Chile, de la que salieron las primeras generaciones de pastores alemanes entrenados en la lucha contra el crimen, varios de ellos en las nóminas de héroes y mártires de la institución. La división pasó a convertirse en el Curso de Adiestramiento de Perros Policiales a partir del 6 de enero de 1961. Permaneció en esta categoría hasta el año 1991, cuando el curso fue incorporado a la Escuela de Suboficiales y se dejó bajo mando del recién constituido 7º Escuadrón de Adiestramiento de Perros Policiales. El grupo fue elevado en 2007 a la categoría de Escuela de Adiestramiento Canino.

Después de haber ocupado efímeramente dependencias en el Camino a Peñalolén, la escuela canina se había trasladado hasta su actual ubicación en el Cerro San Cristóbal, en Claudio Gay sin número, por el lado que comparte la comuna de Providencia con el parque. Fue inevitable, entonces, que apareciera connaturalmente y de inmediato en el recinto un sector destinado a los enterramientos de las queridas mascotas, que fue denominado formalmente como el Cementerio Canino, en el que cada lápida es un homenaje para el respectivo noble animal allí sepultado. Algunos de sus sepultados más antiguos son del año 1957, como un can llamado Dick.

Algunos canes de las primeras generaciones están acá, por supuesto. Llama la atención sus muertes tan cerca de la puesta en marcha de la primera sección de adiestramiento, en varios casos. Y en una loma junto al cerco que rodea al camposanto, está una ostentosa tumba con una estatua de la Virgen del Carmen sobre el plinto que señala la cripta. Corresponde a un perro nacido en 1970 y fallecido en 1983, del que se registran incluso los nombres de sus padres Nitty y Greta, con el siguiente mensaje: “Aquí yace el noble ovejero alemán Esan von den Anden, baluarte de su raza y ejemplo para la especie humana”.

A los pies de esta sepultura están las sencillas lápidas de piedra de algunos de los más  antiguos perros de la escuela, pero destaca uno de otra época, con epopeya propia: Ron, el can que se hizo famoso en 1991 al morder a los eufóricos futbolistas del equipo argentino Boca Juniors, durante una justa con el local Colo-Colo, en el Estadio Monumental de Macul. Su tumba fue lugar de visitas frecuentes de los barristas de ese club deportivo, en algún momento, agradeciendo los “favores” de su mandíbula en aquella ocasión, cuando ayudó a devolver al orden a los jugadores argentinos que intentaban sabotear el partido de Copa Libertadores de América, de la que el club del cacique resultó campeón, finalmente.

Ron está junto a las piedras de Yack, muerto en 1962; Layka, su vecina, fue atropellada en calle Arturo Prat por un borracho, en 1959, mientras que Yákar murió envenenado en octubre de 1961. Está así, pues, entre algunos de los primeros perros mártires de la institución.

Cabe añadir que muchas de aquellas lápidas y otras del lugar fueron labradas a petición de los propios carabineros que tuvieron a su cargo como guía al can fallecido, como se refleja en una correspondiente al perro Tonkin: “Me enseñaste muchas más cosas de las que yo pude enseñar”.

Otros moradores de la paz de este cementerio son Bigote, famoso perrito mestizo que era mascota de la Guardia de Palacio en La Moneda hasta su trágica muerte en enero de 2014, envenenado por manos desconocidas; también Bull van der Verpihoeve, muerto en junio de ese mismo año ostentando las medallas de ser un perro con premios internacionales; Eco, perro héroe que se recuerda por haber atrapado un ladrón en Las Condes a pesar de haberle sido clavada una tijera en la columna; Nicky, ganadora de de competencias panamericanas, que había ayudado a rescatar víctimas en el terremoto de Aiquile en Bolivia, en 1998; Ever y Hannover, que batieron una marca al subir hasta la cumbre del volcán Licancabur (6.000 metros, aproximadamente).

Virgen y cripta de Esan von den Anden, en una pequeña lima dentro del cementerio.

Lápidas de perros destacados del Curso de Adiestramiento Canino, algunos de sus primeros mártires.

Lápida del famoso Ron, el perro del incidente del Estadio Monumental en 1991, que llegó a ser un emblema de los barristas del club Colo-Colo.

Parte de esas historias perdidas en el pozo de la memoria fúnebre de los perros, fueron tratadas en un artículo titulado “El cementerio canino que esconde el cerro San Cristóbal” de Roberto Farías, publicado en el diario “La Tercera” del sábado 11 de diciembre de 2010. Para muchos, sospechamos, aquel texto debe haber resultado casi una revelación sobre la existencia del desconocido cementerio, informando en él de algunos ritos curiosos descritos por el testimonio de suboficial José Buendía: “cuando muere uno bajan todas las patrullas de la escuela con sus perros y se forman en línea para hacer una plegaria”, con unas 100 personas y 60 animales presentes.

Aunque la tradición de la escuela era sepultar acá a los principales perros policiales de Santiago en la historia de la institución, los más destacados, queridos o premiados, están dispersos desde grandes campeones de la escuela hasta algunos perritos callejeros adoptados cariñosamente por los funcionarios de carabineros. Sin embargo, en los últimos años el Cementerio Canino se ha abierto a recibir también algunas mascotas familiares de civiles, a petición de los mismos deudos. Son unas 70 tumbas las que existen actualmente allí, por lo que puede que vaya cobrando popularidad con el correr del tiempo y deje de ser sólo el lugar perdido que es ahora, como el secreto más silencioso y reservado del cerro y de la propia institución de Carabineros de Chile.

Cierta creencia popular decía que aquí, en este mismo camposanto, estaría sepultada también la cabeza de la elefanta Fresia, que vivió por medio siglo en el Parque Zoológico al otro lado del cerro San Cristóbal, hasta su muerte en 1991. La verdad es que su cabeza embalsamada (que se retiró del público y se decidió no exhibir por el mal resultado de conservación, en el Museo Nacional de Historia Natural) parece haber sido enterrada en otro sector del Parque Metropolitano, más cerca de El Salto, en un lugar específico que se ha mantenido en reserva y en donde ya habían sido inhumados antes los restos de la querida paquiderma, además.

Durante el año 2016, al cumplirse un siglo del Parque Metropolitano, la propia administración de Parquemet incluyó al oculto y recóndito Cementerio Canino del San Cristóbal en la nómina de rincones más desconocidos pero interesantes para el público, compartiendo la lista con el Huerto de la Cima, el Sendero Rústico, el Bikepark y la Plaza Gabriela Mistral, entre otros puntos. No cabe duda de que se podría tratar de uno de sus más interesantes atractivos, aunque muchos turistas y visitantes lo desconozcan haciendo paradas, tomando refrescos o comprando bocadillos en los kioscos de plazas vecinas, como la de Conaf, sin saber que están al lado de este oculto cementerio.

La cuasi predestinación que acompaña al nombre del cerro evocando al santo cinocéfalo, sin embargo, no se reduce a este cementerio de perros muertos, ni a la Escuela de Adiestramiento Canino, ni a un refugio para perros que se instaló a sus pies (por el lado de avenida Perú): también se manifiesta por una gran cantidad de populares perros de vida libre o parcialmente doméstica que lo habitan desde la estación del funicular, en su acceso, hasta la Plaza México y el Santuario de de la Inmaculada Concepción, en su cumbre. Varios de ellos son muy conocidos y queridos por funcionarios del parque y por los comerciantes de sus paseos y plazas, con nombres propios e historias de vida que algún día, quizá, alguien decida rescatar también.

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