EL TREGUA Y EL QUILTRO MAPUCHES

Antigua postal fotográfica de la Araucanía, mostrando una familia mapuche en su ruca, con el infaltable perro quiltro viviendo entre sus miembros.

Los principales perros que aparecen en la sociedad mapuche son los que ellos mismos llamaron treguas o tegua y los quiltros, de acuerdo a lo que señalan -entre otros- Juan Ignacio Molina en su obra “Compendio de la historia geográfica, natural y civil del Reino de Chile” y Felipe Gómez de Vidaurre en “Historia geográfica, natural y civil del Reino de Chile”, ambos hacia la misma época.

No obstante, por lo tarde que aparecen en las crónicas y tratados coloniales estas y otras referencias sobre perros domésticos entre los pueblos originarios, se produce una gran dificultad para identificar su presencia y las características de los animales en rangos de tiempo anteriores, problema al que se suma la desaparición de las posibles razas identificables, por los cruzamientos sucesivos durante cinco siglos ya. De hecho, el francés Claudio Gay verifica en el siglo XIX, ya a inicios de la República, que los perros predominantes del mundo mapuche a la sazón eran sólo los mestizos resultantes de los traídos por los europeos, y que muchos de ellos terminaban sacrificados en ritos mágicos de curaciones.

Hacia la misma época de las grandes persecuciones coloniales contra los canes, pero desde una filosofía muy distinta a la de las autoridades patrocinadoras de estas muertes en masa, Molina habló sobre la relevancia que ya entonces advertía en el perro mestizo indígena, tal vez no tan diferente del que aún es corriente en Chile, con su raudal de norte a sur, estableciendo las definiciones entre los dos principales:

En cuanto a los perros, no es mi ánimo hablar que todas las razas conocidas actualmente en el Reino de Chile se encontrasen allí antes de que entrasen los españoles, pues únicamente sospecho que antes de aquella época existiese allí el Borbón pequeño llamado kiltrho, y el trehua o perro común, los cuales han sido encontrados en todas las tierras que han descubierto hasta el Cabo de Hornos. Es verdad que estos perros ladran como los originarios de Europa; mas no por esto deben ser reputados como extranjeros, mediante a que la opinión de ser mudos los perros americanos, únicamente proviene del abuso que cometieron los primeros conquistadores aplicando, según su antojo y sin verdadero discernimiento, los nombres de las cosas del mundo antiguo a los nuevos objetos que les presentaban una leve apariencia de semejanza o conformidad con los que habían dejado en Europa.

El equivalente al perro común de Chile en esos años, era el primero de los mencionados: el llamado por los mapuches tregua, tegua, thegua o treguá, nombre que, según la tradición, significaría también pobre, desgraciado, aunque no necesariamente en forma denostadora, sino por el trato cariñoso o protector que el indígena se proponía tener generalmente con el animal, parecido a cuando hoy llamamos huachito a algún perro cariñoso o que inspira ganas de darle protección y acariciarlo. Eran perros bravos y muy buenos cuidadores, se ha dicho, correspondiendo a una raza de cabeza larga, puntiaguda, con las orejas cortas y usualmente paradas. Se les describe también con buena y robusta dentadura, de patas largas, pelaje corto aunque la cola tendía a ser más peluda. Los más pequeños eran llamados pichi thehua.

Cabe hacer notar, sin embargo, que para autores como el propio Latcham padre, no existirían pruebas categóricas de que este tipo de perros treguas o teguas ya estuvieran entre los indígenas de Arauco durante el primer siglo de ocupación española, por lo que podría haberse tratado de una adopción posterior o de una mezcla con otras razas. Sin embargo, el mismo escritor lo considera “a todas luces indígena” y especula en la posibilidad de que el tregua, al que reconoce como Canis chilensis (a pesar de no haber sido clasificado), podía ser una cruza entre los también imprecisamente llamados por entonces Canis ingae y Canis magellanicus.

Cabe añadir que existían en la tradición y folclore mapuches, varias identidades caninas elevando al animal hasta rasgos mistéricos, mitológicos y divinos. Tal es el caso del Munutregua, Perro tapado literalmente, un animal reconocible por sus abundantes pelos rizados o crespos; y el de Vilotregua, correspondiente a una culebra-perro que da su nombre a un estero del Biobío. También tenemos la leyenda del Treguaco, un perro de pelaje oscuro y brillante que sale del fondo de una laguna para poseer a las mujeres que conjuran ritos mágicos, como recuerda Renato Cárdenas Álvarez en “El libro de la mitología”. Su presencia era temida hasta hace no mucho en algunas localidades del Archipiélago de Chiloé, de hecho.

En Purén, en tanto, hubo un jefe indígena llamado Loncotegua, traducible como Cabeza de Perro, que es mencionado por el cronista Diego de Rosales en su “Historia general del Reino de Chile, Flandes Indiano”, del siglo XVII. También existe el nombre propio femenino Tegualda, traducible como Perro-Huala (el huala es un tipo de ave), que se ha dado incluso a una localidad de Talagante, que había sido lugar de residencia de indígenas y trabajadores de los campos, en el pasado.

Famosa ilustración de familia mapuche (araucanos) publicada por el naturalista francés Claudio Gay, con su respectivo perro "de mala raza" acompañándolos.

Familia pehuenche con su propio perro o "tregua", en ilustración de Claudio Gay.

Perros entre los araucanos jugando a la chueca o palín, en una conocida ilustración publicada por el naturalista Claudio Gay.

A pesar del cariño manifiesto a la mascota en la sociedad de los pueblos originarios, ya adelantamos que Guevara de todos modos registra ciertas frases peyorativas de los indígenas de la Araucanía aludiendo al tegua o tregua, como las siguientes expresiones:

  • “Sólo el perro no agradece” (“Trewá müten mañunkelai”), para referirse a los ingratos o malagradecidos.

  • “El perro es perro” (“Trewá ta trewá”), para señalar que un hombre pasado a rico sigue conservando modales de pobre (algo así como eso de “la mona vestida de seda…” de nuestra época).

  • “La mujer celosa, muerde como el perro muerde al hueso” (“Domo ta mürritufengei walokei chumngechi tañi waloken trewa forro meu”). No requiere de mucha explicación, aunque sí del perdón de las damas.

  • “Gente que ladra como los perros” (“Trewa femngei ta tufeichi che tañi wanküfengen”), señalando con desprecio a las personas ruidosas o gritonas.

Tal como sucede hoy y en nuestra sociedad, la relación del indígena con el perro o tregua parecía tener algunos altos y bajos, verdaderas contradicciones flagrantes. No es raro que nosotros mismos, tantos siglos después, sigamos usando la expresión perro para señalar tanto a un buen cofrade, como para despreciar y condenar a un adversario; o apelando a sentencias como “A otro perro con ese hueso” para dar por descartado un argumento o una propuesta, al mismo tiempo que relacionamos la fidelidad del perro con formas ejemplares de lealtad. Algún secreto conflicto subyace en este curioso desdoblamiento del perro como concepto, con opuestos diametrales roncando en una misma cama dentro del colectivo mental humano.

El quiltro, en cambio, era el otro perro mapuche pero que ha heredado su nombre al motejo que hoy reciben en general todos los canes mestizos o rascas de Chile, carentes de razas definidas y no castizos. A pesar de esta ampliación del uso para el concepto del quiltro, originalmente se trataba de un perro pequeño y bullicioso, cuyo nombre original kiltru, kiltho o kiltro se traduciría como perro chico, aunque los mismos indígenas araucanos adoptaron en algún momento también la expresión choco de origen quechua, que significaba bajo, grueso y enano, denominación que después pasó a ser sinónimo de perro crespo y de perro mocho; es decir, del perro con la cola cortada o muy corta.

Zorobabel Rodríguez, en el “Diccionario de chilenismos”, coincide en que el quiltro es una analogía al gozque o gozquejo del que se habla en España, describiéndolo también como “un perro pequeño, bullicioso y de mala raza”. Al igual que los treguas, estos perros estaban muy presentes y cotizados en la cultura indígena, por aquellas características de ruidoso y buen guardián. Eran criados de a varios para vigilar las rucas y aparecen en la cerámica, en las leyendas y algunos cantos con vocalizaciones sospechosamente parecidas al aullido, tal vez onomatopéyicas.

Cabe indicar, sin embargo, que la asociación del quiltro con el perro chileno ordinario y mestizo, parece ser algo cuajado recién entre fines del siglo XIX y principios de la centuria siguiente, porque hasta entonces se insistía en llamar así sólo a un grupo de perros muy específicos que tenían características más bien de can de pequeño tamaño y con mucho pelo, según lo hace notar José Toribio Medina al definirlos como “perros de casta muy pequeña, especie de gozque, originariamente muy lanudo”, en su “Chilenismos. Apuntes lexicográficos” de 1928. Latcham dijo poco antes (1922), que la raza fue desviando su aspecto original por estar muy cruzado y transformado con relación a los que describieron Molina y Gómez de Vidaurre, aunque todavía podía ser reconocida en su época:

El quiltro que ellos describen como perro chico y lanudo, todavía es muy común en el país, sí es cierto que hoy ha sufrido muchos cruzamientos, sin embargo son bastante frecuentes los ejemplares típicos de la raza en cuestión. Son, como dicen los cronistas, vedijudos, con el pelo largo y crespo, generalmente de color blanco, rara vez grises o color canelo, de piernas cortas, nariz aguda, cola enroscada y generalmente andan con los ojos lagañosos.

(...) hay fuertes presunciones que abogan en favor de su antigüedad, y creemos probable que el nombre quiltro o quilthro, aplicado ahora a cualquier perro chico y labrado, fue, en tiempos pasados, empleado para denominar el perrito lanudo, muy abundante en el país y que indudablemente representa al tipo lanudo tan común en todos los países centrales de América, en la época de descubrimiento.

Julio Vicuña Cifuentes agrega un detalle interesante en su diccionario “Coa: jerga de los delincuentes chilenos” de 1910: cuenta allí que en el ambiente del hampa se llamaba quiltros también a los revólveres, suponemos por nuestra parte que debido a su pequeño tamaño, bravura y utilidad. Esta costumbre fue cayendo en desuso y se extinguió.

El perro quiltro seguía apoderándose con sus características, como podrá entenderse, de nuestro propio lenguaje y sus curiosidades etimológicas en pleno siglo XX, con los casos vistos y muchos otros aparecidos con el tiempo. Sin embargo, la connotación sociológica peyorativa ya estaba documentada en la idea del quiltro también en aquel entonces, agregando Medina como acepción del término: “Individuo despreciable, de ninguna importancia”. Curiosamente, casi parece que se hablara de la misma maledicencia con que algunos emplean todavía el concepto del roto, como algo ofensivo y despreciativo, no habiendo tanta casualidad en esta similitud y en la analogía entre roto y quiltro, por cierto. Incluso los chilenos apodamos de forma burlona y difamadora como quilterrier a los perros que acabaron siendo, por paradoja, nuestra primera raza canina formalmente reconocible y aceptada: el terrier chileno.

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