EL TRISTE FUNERAL DE OSITO EN LA RIBERA DEL HUASCO

El curioso y sentido funeral de Osito, en la plaza central de Vallenar. Fuente imagen: Perrunos Copiapó.

Es el martes 10 de septiembre de 2019, en la Plaza de Armas de la ciudad de Vallenar, se estaba realizando una modesta ceremonia fúnebre. El despedido por los varios vecinos allí presentes, sin embargo, no es un Homo sapiens, sino un Canis familiaris: se trata de Osito, un conocido can callejero del sector céntrico de la misma ciudad capital de la Provincia del Huasco, cuya vida acababa de extinguirse. Ahora estaba sobre una mesa con una cubierta de mantos blancos, serenamente extendido en ella, como si estuviese durmiendo el sueño de todos los tiempos bajo el sol de Atacama. Algunas florcitas de colores le habían sido puestas sobre su abrigo de piel natural, sobre su cuerpo ya frío.

¿Qué pudo haber hecho tan especial a este perrito peludo y de colores cafés y ámbares, de típicas virtudes quiltras, como para hacerse merecedor de unas exequias propias aquel día?

Osito siempre deambulaba por el centro de Vallenar. Como sucede con todos los perros que se ganan un espacio en el territorio principal y más concurrido de cada urbe, los vecinos lo reconocían con facilidad y muchos de ellos le facilitaban la vida con pequeñas ayudas para subsistir. Su tierno aspecto era inconfundible, además, con su pelaje abundante que le valiera el nombre aludiendo a su apariencia de peluche y un tamaño más bien mediano tendiendo a pequeño.

Se trataba de una criatura tranquila y muy inofensiva, con una mirada un tanto conmovedora, como de rictus triste. Caminaba tranquilamente y sin apuros alrededor de la plaza en donde se convirtió parte del escenario, recibiendo algunos gestos de cariño de los vallenarinos cuando distinguían ese bulto de pelos y patas cortas por el sector del barrio comercial o el centro cívico. Lo reconocían como un can sumamente noble y afectivo, además, poco dado al ladrido o el gruñido. De todos los llamados “callejeritos” de Vallenar, Osito estaba entre los más insignes y distinguidos, por lo mismo, además de ser el más antiguo de los que quedaban vivos en el centro urbano.

No faltaba quienes le llevaban siempre algo de comer o algún regalo, especialmente su amiga la vecina María Ester Cortés, una amante de los canes, presidenta y fundadora de la Fundación Perros Callejeros de Vallenar, que se ocupó de hacerle menos dura la vida al animal hasta sus últimos días. A través de una cuenta bancaria, además, la fundación recibía aportes que iban a favor de este y otros perros. Y en cada Navidad, a Osito le era obsequiado un hueso, por lo demás. Atenciones no le faltaban, entonces.

Como muchos otros perros, y aunque no llegó a ser un riot dog propiamente tal, el personaje perruno participó de algunas marchas políticas protagonizadas por estudiantes y profesores al reconocer a algunos de los protagonistas de las mismas que lo tenían “aguachado”, así que también hizo cierto prestigio en movilizaciones sociales.

Sin embargo, al estimado animalito le llegaría la implacable vejez orgánica, esa que se ensaña tan especialmente contra los perros por algún extraño karma pesando sobre toda la especie canina y casi como un castigo por abandonar su naturaleza loba para entregarse a la nuestra. Aunque nadie sabía su edad, se iba haciendo evidente que estaba cada vez más decaído y lento. De esta manera, la salud de Osito comenzó a decaer y complicarse durante el año 2018, debiendo ser vigilado y recibir algunas nuevas atenciones, hasta donde lo permitió la condición de perro callejero que él mismo parecía querer mantener, ya acostumbrado a tales libertades.

Acosado por las enfermedades propias de los perros adultos, Osito comenzó a tener problemas respiratorios y digestivos. Su salud empeoró al año siguiente y así, producto de una posible gastroenteritis hemorrágica y de la acumulación de agua en sus pulmones, no logró pasar el mes de septiembre, ese mismo que colma de tantas efemérides para las alegrías y las penas una misma hoja del calendario. Osito se fue con el invierno, de este modo, muriendo en la madrugada del martes 10 a pesar de haber recibido oportunos tratamientos veterinarios. La noticia fue dada a conocer por sus amigos humanos de la agrupación animalista Perruno Copiapó.

Osito, cuando aún estaba lleno de vida. Fuente imagen: Perrunos Copiapó.

Osito, siendo despedido en la plaza de Vallenar. Fuente imagen: sitio de Radio Concierto.

Comprendiendo la popularidad del ilustre perro entre los vecinos de Vallenar, el funeral de Osito fue organizado con celeridad por la Fundación Perros Callejeros, dando aviso de la ceremonia hasta la que llegaron a despedirse quienes conocieron al singular personaje.

Fue de camino al lugar escogido para su sepultura que se hizo la parada en la Plaza de Armas, por cerca de una hora, para que los transeúntes que quisieran despedirse de él pudiesen cumplir con tan íntimo deseo. La plaza, en aquel momento, estaba engalanada a la espera de las fiestas patrias, con banderas y guirnaldas. Entre las muchas personas que pasaron ofreciendo un último saludo, había personas que fueron directamente desde sus trabajos, tomándose una pausa para cumplir con algo que sólo a gente ajena a la comunidad vallenarina podría parecerles pueril o incomprensible.

También se le lanzaron pétalos de flores y se realizaron los correspondientes protocolos del último adiós entre quienes se sentían deudos del querido can. Al día siguiente, varios medios informaban del curioso pero emotivo encuentro, entre ellos el equipo de Radio Concierto, el diario “Atacama Noticias” y el portal noticioso de “24 Horas”. En el “Diario de Atacama” del día 12, de hecho, su fotografía extendido en la mesa fúnebre apareció en portada.

Sigue siendo algo excepcional el que perros callejeros o “comunitarios” sean objeto de tales exequias y ritos funerarios. Fuera de lo que puedan representar, por un lado, las despedidas de perros institucionales con ceremonias correspondientes (como sucede en cuerpos policiales, bomberos, regimientos), y por otro, el de algunos servicios más apropiados a esnobistas y excéntricos para funerales ad hoc de mascotas (con ataúdes, discursos, panegíricos y todo, por supuesto que con buena paga mediante), esta clase de manifestaciones sinceras y auténticas de sentir popular hacia un apreciado animal que ha muerto, como la del caso de Osito, ha tenido otros ejemplos en el mundo, como reflejo de manifestaciones reales del sentir de una comunidad hacia los perros, particularmente.

Un caso similar, por ejemplo, sucedió en su momento con el funeral de Shep, célebre perro que regresó por años a la Gran Estación de Ferrocarril del Norte de Fort Benton en Montana, Estados Unidos, tras ver partir el tren que se llevó el ataúd de su dueño en 1936, historia muy semejante a la de Hachiko en Japón pero que culminó más trágicamente, en 1942, al morir atropellado por un tren y ser despedido con exequias propias. Y ya más cerca de nuestra época, en el año 2015 en la localidad de Las Colinas, en Sincelejo, Colombia, un grupo de vecinos organizó un velorio y funeral para un adorable perrito llamado Niño Andrade, que llevaba una década ganándose el corazón de los residentes de esos barrios antes de morir envenenado. Pocos años después, en marzo de 2018, los voluntarios de la 14 Compañía de Bomberos de Iquique, conocida como la Bomba “Guardiamarina Ernesto Riquelme”, realizaron un sensible funeral para Negro, otro perro callejero que adoptaron en el cuartel y que los acompañó por más de diez años en la guardia.

Son solemnidades y simbolismos que para muchos pueden resultar irracionales, impropios o hasta chocantes, es verdad, generando reacciones opuestas en el público ante el acto de extrema humanización del canino y de la negación de su naturaleza animal. Sin embargo, estas sólo se explican en el cumplimiento ineludible de aquel “pacto” o contrato cultural profundo entre hombres y perros, irreversible a estas alturas, como fue el caso de Osito.

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