LA TRÁGICA HISTORIA DE CARITA DE LEÓN

Carita de León, en fotografía publicada por Marisol Larenas Navarrete en la revista "Dedal de Oro".

El centro de Santiago debe tener una de las mayores concentraciones de canes abandonados y callejeros en todo el país, con todos los problemas que eso significa, y que llegaron a su expresión más reactiva y refractaria con las restricciones decretadas por la Municipalidad en 2014, castigando con multas a quienes alimentaran canes en las calles de la ciudad. Otros alcaldes quisieron imitar la medida, de hecho. Como era previsible, sin embargo, la ordenanza fue resistida y acabó siendo un completo fracaso, terminando con la lápida encima cinco años más tarde, cuando la Contraloría General de la República dictaminó que los municipios no podían prohibir a los vecinos de las ciudades dar alimento a estos canes.

En otra demostración de la curiosa armonía que parece existir entre los mendigos humanos de nuestras calles y los perros vagabundos, muchos de ellos han vivido en comunidad y mutua compañía, casi como motivados por el impulso de una primitiva necesidad de supervivencia. Algo proveniente de los límites de la civilidad parece manifestarse en esta alianza, que podemos observar entre muchos indigentes habitantes de parques, los contornos riberanos del río Mapocho y, en los últimos años, también en lugares de gran concurrencia pública, en gran medida por la tolerancia y la inoperancia de las mismas autoridades que estaban más preocupadas de espantar perros desde sus territorios o distritos.

Desde inicio de los años noventa, llegó una gran cantidad de personas en situación de calle a vivir en la proximidad del barrio de las Torres de San Borja, motivando algunas molestias de vecinos y la compasión de otros. Un fenómeno que antes era sólo esporádico y más discreto en las cuadras de avenida Portugal con Diagonal Paraguay, a escasos metros de la Alameda Bernardo O’Higgins, fue volviéndose cada vez más evidente e incómodo, pero de ninguna mantera eludible. Incluso aparecieron organizaciones religiosas y de jóvenes que les llevaban café o alimento, especialmente en las noches frías.

Varias carpas roñosas y “rucos” de materiales ligeros iban apareciendo en el sector de las cuadras del barrio, especialmente entre las calles Diagonal Paraguay y Curicó. Los colchones eran apilados en las entradas de los edificios y personas de diferentes edades que pernoctaban allí permanecían el resto del día mendigando algunas monedas en los alrededores, o entregándose a los vicios en los casos más graves de enajenación social. Uno de los más famosos en esas cuadras fue José Pizarro Caravantes, el delirante pero icónico Divino Anticristo, de los más famosos locos que han paseado por las calles de Santiago.

La razón de haber escogido este sitio, era su proximidad de las dependencias hospitalarias de la Asistencia Pública, donde varios indigentes recibían algunas atenciones y ayudas para su situación de salud. Las protestas de los residentes de esa misma manzana no conseguían más que alejar a los improvisados ocupantes de la cuadra sólo por unos días, cuanto mucho, por lo que comenzaron a tratar de evitar ser la causa de más molestias levantando sus “tomas” durante el día y volviendo a instalar carpas y tendales durante las noches, especialmente aquellas más frías.

Como era inevitable, sin embargo, llegaron también varios perritos al mismo sector de cuadras céntricas de Santiago. Y como ha sucedido también en otros consultorios y postas públicas de todo el país, parece que fueron atraídos por estos establecimientos de salud, por alguna razón, llegando a encontrárselos durmiendo entre las bancas de la sala de espera a pesar de los esfuerzos del personal por mantenerlos afuera. Hombres y perros de calles, otra vez en un comportamiento sincronizado, por razones misteriosas.

Pasado ya el cambio de siglo, hacia el año 2005 arribó hasta el mismo barrio un cariñoso quiltro de color café cenizo con matices dorados en el pelo largo, por cuya melena abundante fue llamado Carita de León, aunque llegó a tener varios nombres dados por los residentes, estudiantes y trabajadores del sector. Se volvió una de las mascotas de los mismos indigentes y también fue querido por varios de los moradores de los edificios en el entorno, recibiendo algunas ayudas de los vecinos y animalistas, aunque se cuenta que bastante menos que en otros casos de canes callejeros de la ciudad.

Compadecido por el can, uno de los mismos indigentes de calle Portugal, un hombre joven conocido como Carlitos, decidió ocuparse de él, dentro de las posibilidades que tuviese y le proporcionó un colchón en el que podía dormir el perrito. Se hizo corriente verlo día y noche, de este modo, en el pasaje del acceso a un conocido supermercado ubicado en la esquina enfrente de la Asistencia Pública, en donde permaneció por cerca de siete años, convertido en otro referente y personaje de aquellos vecindarios con fuerte acervo universitario.

"Velatorio" de Carita de León, en otra imagen publicada por "Dedal de Oro".

Por el tránsito de gente que hay en estos recintos comerciales, además, también es frecuente que lleguen los perros, atraídos por la posibilidad de recibir alimento, así que la elección del can era bastante cómoda, al menos en aquella etapa de su vida.

Carita de León solía pasear por el lado del Parque San Borja y calle Marcoleta en sus mejores años, pero la vejez prematura y los rigores de la vida en la calle lo fueron postrando, permaneciendo atendido principalmente por su amigo Carlitos allí en la misma entrada del supermercado. A veces, alguien le ponía un tacho con agua fresca y un plato con comida. No molestaba y era manso, de modo que no había razones para correrlo de allí, o al menos eso se creía.

A pesar de tener unos siete u ocho años de vida, de acuerdo a las estimaciones, se había deteriorado mucho y era cada vez menos independiente Por esto, durante sus últimos años de vida, se intentaron hacer campañas para reunirle alimentos y ayudas, aunque con escasos resultados dada la poca masividad que tenían todavía las redes sociales en esos años. Dos mujeres residentes del sector también comenzaron a alimentarlo y le procuraron atención veterinaria, pues era evidente que el perro ya estaba entrando al último capítulo de la vida. Hacia mediados de 2008, un médico advirtió que se encontraba ya en esta etapa y que debían ponerse atenciones especiales sobre el mismo, para que sobreviviera. Los intentos de encontrarle hogar, motivados por este pésimo diagnóstico, tampoco conseguían mucho.

Sin embargo, ese mismo año la dura existencia de Carita de León iba a llegar abruptamente a su fin, frustrando todos los intentos e intereses en abrirle camino a una mejor.

El lunes 11 de agosto de 2008, luego de un día en que habría comenzado su jornada con cierto ánimo y buen semblante, el perro fue encontrando por vecinos en pésimo estado y ya agonizante, botando sangre por el hocico. Carlitos y miembros del grupo Animalistas en Acción lo llevaron hasta la Clínica Veterinaria San Cristóbal. El informe del médico fue lapidario: el perro había sido envenenado y el daño interno provocado era tan grave que sólo podía hacerse un acto compasivo por él y someterlo a eutanasia. El tóxico utilizado en el cebo que mató a Carita de León y cuyos residuos estaban en la saliva, parecía corresponder al empleado en el control de ciertas plagas de huertos y jardines, según se dijo entonces.

Para hacer todavía más irónica e incomprensible la muerte del animal, la tragedia lo alcanzó justo en momentos en que estaba en trámite su adopción, con el objeto de llevarlo a un lugar donde fuese acogido a partir de aquel invierno. Nadie pudo hallar una explicación, por especulativa que resultara, para las razones de eliminar al querido perro, en consecuencia.

Aparecieron velas encendidas durante la noche en el lugar donde solía dormir el perro sobre la colcha de Carlitos, y la pena hacía mixtura con la indignación, pues había personas asegurando que uno de los guardias o empleados del supermercado había sido el autor formal del envenenamiento. Nada se confirmó, sin embargo.

A mayor abundamiento, aunque se sabe que los guardias de este sitio solían tolerar y hasta simpatizar con el perro, algunos testigos de aquel día aseguraban que uno de ellos había estado correteándolo durante la mañana, probablemente por órdenes superiores en caso de ser cierta la afirmación. Esto llevó a muchos a suponer que personal del mismo supermercado había dado el alimento envenenado al perro, y así las protestas y velatones se extendieron por cerca de un mes, reuniendo firmas para llevar a los responsables ante la justicia. Según se conjeturaba por entonces entre los que acusaban al supermercado, la precipitación con la que habrían actuado supuestamente los encargados contra el pacífico perro se debía a que no querían más daño a su imagen pública ni exponerse a posibles multas o amonestaciones por su presencia allí, tras haber tenido graves problemas menos de dos años antes, por una demostrada falsa acusación de robo que levantaron en contra de un cliente en esta misma sucursal, pasando nueve meses injustamente en la ex Penitenciaria de Santiago.

Sólo el día 12 de septiembre se pudo hacer llegar un emplazamiento formal al establecimiento comercial, y la administración se comprometió a entregar la información que correspondiera al caso, que procedería a investigar internamente. En los hechos, sin embargo, nunca hubo identificación de culpables, menos aún sanciones. Fue así que, por largo tiempo, los rumores siguieron apuntando al supermercado, y en algunos casos también a una supuesta venganza contra la presencia del perro y de los indigentes que tanto lo apreciaban en el mismo lugar donde lo tocó el dedo de la muerte.

El quiltro del barrio San Borja, entonces, se inscribió en la larga nómina de perros callejeros que han sido eliminados sin piedad en Santiago y en diferentes circunstancias y períodos. Tropelías que llegaron a su peor cara con el asesinato del perro Cholito nueve años después, caso inspirador de la ley de responsabilidad y protección de mascotas que hoy lleva su nombre y que, en teoría, actualizó y subió las sanciones a estas formas de maltrato animal, dependientes hasta entonces del Código Penal, para evitar la impunidad en los casos como el de Carita de León, precisamente.

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