LAUTARO, UN SOLDADO CON COLA

Perro echado entre los hombres del Regimiento Lautaro, en Iquique. De acuerdo a los investigadores de la Guerra del Pacífico Marcelo Villalba y Dángelo Lagos, podría corresponder al perro Lautaro, la mascota de la unidad.

Arturo Benavides Santos, en sus muy leídas memorias de veterano tituladas “Seis años de vacaciones”, cuenta algo de enorme interés para nuestra búsqueda, particularmente sobre uno de los canes curtidos en la Guerra de 1879 y apadrinados por las tropas chilenas durante aquellas campañas. Rescata así la historia del que quizá sea el más famoso de todos los perros que se recuerden en este contexto histórico en particular, al menos entre los investigadores de aquel conflicto.

Lautaro era un corpulento can mestizo al que Benavides describe como “un fornido y hermoso perro de gran alzada” que acompañaba con fidelidad proverbial a las fuerzas chilenas del batallón homónimo, el Lautaro. Lo había adoptado su regimiento en Quillota cuando el veterano aún era un adolescente, siendo por entonces pequeño cachorro "blanco con manchas negras, que se conocía era de los llamados de presa". Su estampa sería más bien de labrador o parecido,  entonces, y había llegado al cuartel en donde "con gran algazara fue acogido por los soldados, y adoptado como propiedad del regimiento".

Así, la mascota creció y acompañó a los lautarinos en su viaje al norte. En los preparativos de la batalla de Tacna, esta mascota entretenía a la soldadesca cazando zorros, como explica el autor:

La persecución y caza seguímosla con viva ansiedad y el retorno de "Lautaro" a las filas, momentos después, ostentando en el hocico el cadáver del zorro, nos produjo gran júbilo, pues todos consideramos que su victoria era augurio de la nuestra.

El veterano confirma también que los perros de la guerra peleaban directamente contra el enemigo aliado, a la par de los chilenos en las batallas y como si tuvieran conciencia de que formaban parte de la tropa misma, o de la manada, más bien. Lautaro, de hecho, combatió en la gran batalla de Tacna “en las primeras filas y se pasaba de una a otra compañía como activo ayudante de campo”, según el autor. Aunque el can resultó herido durante la ensangrentada refriega, fue tan valeroso su actuar en aquella ocasión de enorme importancia militar, que los miembros del batallón Lautaro acordaron ascenderlo de grado de manera simbólica:

A poco de llegar a Pachía los soldados acordaron ascender a "Lautaro" a cabo, por su comportamiento en la batalla de Tacna, y un día se le dio a reconocer y se le colocó la jineta en la pata derecha delantera. Con ese motivo se pasó una hora de gran alegría.

Tras haber sido herido, no pudo participar en la batalla de Arica, aunque no tardó en recuperarse. El fenomenal perro solía patrullar los campamentos y también ayudó, en otra ocasión, a capturar un soldado peruano que estaba escondido en una acequia, bajo un sauce en el camino de Chorrillos, cuando el temeroso sujeto procuraba no ser advertido por los chilenos. Sin embargo, tras la ocupación de Lima, Lautaro se extravió y reapareció muy lejos de allí, en el poblado de Matucana, a unos 80 kilómetros de la capital peruana, lugar en donde lo divisó Benavides y los demás hombres del batallón:

En ese pueblo se notó que "Lautaro" se había perdido. Algunos aseguraban que al bajar del tren en Lima había salido a la carrera, y uniéndose a otros de su especie se había alejado sin obedecer los llamados que se le hacían.

Se le declaró desertor al frente del enemigo. A los tres o cuatro días apareció flaco, sucio y con heridas de mordeduras sin cicatrizar. Había recorrido 'a patas' el largo trayecto de Lima a Matucana.

Como “castigo” por su desobediencia, y a pesar de las muestras recíprocas de alegría con se produjo el reencuentro entre Lautaro y los hombres de su batallón, los jefes decidieron seguir adelante con el sumario por deserción y se hizo la representación de un proceso marcial con todas las investiduras requeridas: presidente, vocales del consejo de guerra y defensor. Este último dio un discurso de extraordinaria elocuencia y tan convincente en aquella puesta en escena, que zafó a Lautaro de la pena de muerte. Como excusas, se hizo alusión a la presión del largo tiempo encerrado en los cuarteles y la tentación por las bellezas de Lima, a modo de atenuantes.

Con aquella denodada defensa, entonces, se convino en forma unánime en solo degradarlo y darle 25 azotes ante todo el batallón, que tuvo así su momento de distensiones y recreación.

En la continuación de sus muchas aventuras, el perro también socorrió con heroísmo a varios de los que cayeron a un río mientras atravesaban el puente de cimbra de Jauja. Este se cortó justo en los momentos en que era cruzado por los soldados, con toda probabilidad porque sus cuerdas habían sido debilitadas por las montoneras enemigas, dejando lista la trampa. Lautaro fue usado además como cartero anfibio en esos días, tarea para la que se le colocó un tubo de lata atado al pescuezo dentro del cual se ponía la correspondencia, a fin de que pudiese cruzar con él terrenos escarpados y las aguas del río sin puente, cuando fuera necesario. Sus labores en la tropa eran extraordinariamente valoradas, por las mismas razones.

En otra de sus jornadas de vigilancia, Lautaro corrió de vuelta al campamento en Morococha e intentó hacer que los hombres lo siguieran, por lo que se ordenó a dos soldados ir con él donde quiera que deseara llevarlos, como detalla Benavides:

En esos momentos llegó "Lautaro" jadeante.

Corría de unos a otros, daba lastimeros aullidos y hacía demostraciones para que lo siguieran.

Se ordenó a un sargento y a un soldado, a los que se proporcionó caballos, que se dejaran conducir por "Lautaro". Este los llevó hasta donde un soldado que había quedado rezagado, como a una legua de donde estábamos.

La nieve iba tapándolo y estaba en un sitio donde los carabineros que cerraban la retaguardia no habrían podido verlo.

Infelizmente, la tragedia con el astuto y talentoso Lautaro acaeció en Puno, y -por ironía del destino- no fue en combate o por manos adversarias, sino que asesinado a mansalva por uno de los uniformados del propio país para el que se había reclutado en la lucha.

Fotografía completa del Regimiento Lautaro en Iquique, en lo que ahora es la Plaza Prat, hacia 1879. El perro que se ve echado al final de la segunda fila de formación, podría corresponder al mítico Lautaro, mascota de la unidad.

Lámina de la Batalla de Tacna o del Campo de la Alianza del 26 de mayo de 1880, publicada en la revista "El Peneca". Lautaro y su regimiento participaron de aquel histórico combate.

 

Los cinco perros más famosos en las tradiciones y legendarios de la Guerra del Pacífico: Lautaro, la astuta y heroica mascota del regimiento homónimo; Cuico, el perrito que habría acompañado hasta la muerte a los soldados del Combate de (La) Concepción; Coquimbo, la trágica mascota del regimiento con el mismo nombre; Cayuza, que habría combatido junto a los chilenos en Miraflores; y Paraff, sobreviviente de las batallas de Pisagua y Tarapacá.

Allá, en el campamento, el maravilloso perro cometió el error de soltar los instintos primitivos de su naturaleza, aquellos que ni toda su inteligencia ni todas sus aptitudes humanizadas podían disimular, y se trabó en una pelea con otro can que pertenecía a los hombres del Coquimbo y que, al parecer, también había sido bautizado por esos soldados con el mismo nombre de su insignia. Al ver que la mascota de su batallón perdía ante la ferocidad de Lautaro, un oficial de guardia del Coquimbo se arrojó contra el valeroso animal y lo atacó con su sable. Herido de muerte y sangrante, Lautaro fue a refugiarse a una de las tiendas del batallón Lautaro, donde los soldados lo llevaron al cuartel, lugar en el que sucumbió a pesar de los desesperados esfuerzos por salvarlo.

¿Cuántos chilenos sabrán, en nuestro tiempo, que dos regimientos del Ejército estuvieron al borde de agredirse entre sí por causa del incidente con este querido can, en plena Guerra del Pacífico y en uno de los momentos más delicados para el desarrollo de la misma?

En efecto, el caso de la muerte de Lautaro fue tomado con tal gravedad que casi se produjo un enfrentamiento entre los hombres del Lautaro y los del Coquimbo, cegados los primeros por el odio y el deseo de venganza. Fueron los propios jefes militares quienes debieron correr a sofocar la peligrosa escaramuza, como recuerda el testigo en sus memorias:

La indignación que produjo en mi cuerpo este acontecimiento fue tal que los soldados y hasta algunas clases comenzaron a desafiar a pelear a los del Coquimbo y hubo varias riñas por esta causa. Los jefes pusieron a ellos término dando puerta franca en diferentes días y horas; y, sobre todo, haciendo comprender a la tropa de lo injusto y antipatriótico que era que era la enemistad entre ambos cuerpos.

Tras la tensa y difícil situación, Lautaro fue despedido en una triste ceremonia por sus compañeros humanos, y su cuerpo fue vaciado y rellenado con paja para ser enviado a Chile. Su cuerpo que debía ser embalsamado, sin embargo, nunca ha podido ser ubicado posteriormente.

En nuestra época, los investigadores especializados en la Guerra del Pacífico, el museólogo Marcelo Villalba y el historiador Dángelo Lagos, han creído identificar una fotografía del regimiento Lautaro en Antofagasta (a veces mal rotulada en los catálogos de imágenes históricas), entre cuyos hombres formados aparece un perro echado plácidamente en el suelo, que podría corresponder al querido Lautaro, en los inicios de lo que iba a ser su participación en prácticamente toda la guerra, tal como su biógrafo y camarada Benavides.

Muchos otros perros como Lautaro, innumerables quiltros similares a los que hoy pasean por nuestras calles y convierten sus aceras en campos minados de fecas contra el andar del peatón, hicieron su parte de heroísmo junto a los rotos, en los frentes de la guerra… Y como ellos, recibieron también la misma retribución de ingratitud y desdén, con el secular “pago de Chile”: mientras muchos de los bípedos se verían después aplastados por la miseria, las infaustas masacres del salitre y otras tropelías, a los cuadrúpedos les cayó sin piedad la mano dura de nuevas generaciones de exterminadores de canes vagos, herederos de los ignominiosos mataperros de tiempos anteriores. Se perpetuaron, de este modo, en muchas condiciones paralelas de abandono y de desdicha por las calles de las ciudades, en donde veteranos humanos y caninos llegaron a mendigar comida o una manta vieja para echarse a dormir.

Así pues, la historia unió a rotos y quiltros en un mismo y desgraciado destino después de la guerra, como los sobrevivientes más fuertes y desafiantes de las reglas de hierro de Darwin, para doblarle la mano al destino de esas dos formas de vida duras, con mucho en común.

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