LOS AMANTES DE CALLE TENDERINI

  

Una de las últimas imágenes de la pareja, juntos: Niño, a la izquierda, ya muy afectado por el cáncer pero sin dolores gracias a los tratamientos, y a su lado Niña. El macho murió poco después, superado por sus padecimientos.

Niña y Niño les llamaron, simplemente, en otra muy explícita asociación emocional de nuestro pueblo, que percibe con frecuencia el comportamiento de los perros como algo análogo a la inocencia infantil. La hermosa e inseparable pareja de perros callejeros vivía en la entrada de la comercial calle Tenderini de Santiago, llegando a la Alameda Bernardo O’Higgins. En sus últimos años de mutua y leal compañía, los ya ancianos y fieles canes seguían siendo mantenidos generosamente por locatarios, kiosqueros y lustrabotas del mismo sector.

Ella destacaba por su color rubio y contextura más muscular, aunque era más pequeña; él, en cambio, se reconocía por su pelaje oscuro, cara en tonos ocres y semblante algo triste. Nunca se separaban, y deben haber sido los canes más conocidos del actual centro de Santiago en su momento junto a otros perros contemporáneos tan populares como el resistente y enamoradizo Rolando, todo un personaje de barrio Lastarria, o el revolucionario Rucio Capucha, cómplice de los manifestantes estudiantiles de Plaza Baquedano.

Nacidos hacia los primeros años del actual siglo, según se calcula, ambos perritos vieron transcurrir toda la vida reciente de la capital desde su singular placo en pleno centro, hasta donde llegaron a quedarse un día que nadie recuerda bien, juntos como siempre. Fueron testigos de las marchas en horas de manifestaciones políticas, de las calamidades del entonces recién implementado Transantiago, de las últimas modificaciones viales, de los cambios drásticos en el comercio y de la llegada de los muchos inmigrantes a estas manzanas. Todo lo presenciaron desde su infaltable puesto ante la historia urbana de Santiago, enfrente de los boliches en la primera cuadra de esta calle peatonal que, como homenaje y conmemoración, lleva el apellido del primer mártir del Cuerpo de Bomberos de la capital chilena, el italiano Germán Tenderini.

Desde 2007 en adelante, aproximadamente, se hizo infaltable encontrar allí a Niña y Niño durante las tardes, generalmente durmiendo en unos humildes cartones justo a sus trastes con agua, y después en unas más cómodas y tibias camas acolchadas de mascotas, donadas para ellos por una buena señora tras la muerte de su querida perrita. Siempre había un plato o envase con galletas para perros cerca de la bella dupla.

Niña y Niño en marzo de 2019, durmiendo en sus colchas. Eran los últimos meses de la pareja, juntos.

 Siendo atendidos por doña María Angélica, hacia la misma época.

Niña, durmiendo ya en la viudez y soledad, soñando con su compañero ausente.

Una imagen de los últimos tiempos de Niña en calle Tenderini, poco antes de ser sacada de allí y llevada a un hogar a causa de la crisis sanitaria.

En un artículo del diario La Hora titulado “La curiosa vida de los perros comunitarios”, del miércoles 3 de agosto de 2016, testimonios recogidos por la periodista Natalia Heusser recordaban los años en que Niña y Niño eran más briosos y corrían ladrando a los automóviles, jugando así en la plenitud de su vida perruna. Era cosa habitual verlos, por entonces, hacia el lado de la avenida o cerca de la esquina, tolerados por todos en el barrio y recibiendo caricias durante prácticamente todo el día.

Ya más crecidos, la atenta señora María Angélica San Martín procedía a taparlos con mantas hacia la tarde, en los días más fríos. “¡Hola, Niña! ¡Hola, Niño! ¿Cómo están mis niños?”, saludaba con dulzura a los animales mientras los arropaba, cuando estos volvían a su sitio acostándose exactamente al lado de su carrito de venta de confites. No se necesitaba ser un experto para reconocer las expresiones de agradecimiento de ambos perros hacia la desprendida mujer, otra de las comerciantes de la cuadra y quien se arrogó la tarea de dar atención a ambos animales, alimentándolos y abrigándolos, junto a su hijo Emilio Monardes. A veces recibían aportes de personas que trabajan o viven por el sector, además.

El móvil de los comerciantes era la compasión con estos perros, sin duda, pero también valoraban a Niña y Niño como excelentes cuidadores, capaces de detectar a los delincuentes o maleantes y espantarlos de allí con rapidez, valiéndose de ladridos y amagues de ataques, llegando a perseguirlos por el pasaje si era necesario. Emilio aseguraba, además, que los canes corrieron varias veces de su carro a algunos sujetos que intentaron robar golosinas a su madre.

Entrevistado para la misma nota del diario "La Hora" relacionada, el vendedor explicaba algo sobre las rutinas diarias que tenían con los canes amantes de Tenderini:

Con mi mamá somos de Maipú y llegamos a las 7 de la mañana a trabajar. A esa hora aparece la Niña y el Niño para tomar desayuno. Sacamos sus camas que están en un departamento aledaño. Luego de eso le damos comida y cuando ya están satisfechos se van a tirar a sus camas. Mi mami los tapa con una mantita y ahí quedan durmiendo casi toda la mañana.

Ambos perros fueron infertilizados por los mismos comerciantes del barrio. Los dineros para desparasitación y otras atenciones médicas los solía reunir don Emilio, mientras que la tarea de llevarlos al veterinario cuando se requiriera, era realizada por una kiosquera de la misma cuadra. Los residentes del edificio al costado de la calle dispusieron de una casucha para que ambos perros pudiesen dormir en las noches dentro de la galería comercial, una vez que sus cuidadores diurnos se retiraran ya a sus hogares.

Niña siempre pareció ser más activa que su amado compañero. Como hubo un tiempo en que le tiraban restos de colaciones en los restaurantes, tal vez sacada discretamente o envuelta en algún pedazo de servilleta, en sus años más animados se ponía de pie y partía a esperar las migajas en las entradas de los restaurantes, prudentemente. Su presencia siempre fue tomada como algo grato en el pasaje comercial y también por el lado de la Alameda, en donde solían colocarse los dos perros a mirar el intenso trajín de personas y automóviles en ciertos días de la semana, frecuentemente echados en sus camitas.

Ya en la senilidad, sin embargo, los varios padecimientos de Niño, incluido un cáncer y problemas de desplazamiento, llevaron a la urgencia de realizar colectas para su atención veterinaria, medicamentos y calmantes de dolores, hacia 2018, cuando ya era claro que estaba en los descuentos de la vida. Se había deteriorado mucho más rápido que su querida pareja, e incluso debía ser ayudado a levantarse y echarse, porque las fuerzas de su extenuado y enflaquecido cuerpo no lo acompañaban como antes.

La historia de amor, amistad y compañía de quince años o más entre Niña y Niño terminó en el otoño año siguiente, entonces, cuando él debió ser dormido para siempre, por piedad. El pacto del corazón de los dos perros probablemente trascenderá a la muerte de ambos, como en las tragedias de amor de los mitos clásicos, la de Dante o la de Shakespeare, pero se ha acabado la tinta que escribía sus capítulos en carne y hueso, cuando estaban juntos allí en el centro de Santiago.

Desde la partida del cariñoso y querido macho, Niña vive sola en el mismo lugar, sobrellevando su viudez aunque siempre bajo los cuidados de don Emilio y su madre, además de recibir colaboraciones de grupos animalistas y los demás vendedores del sector, que siguen apreciándola. Los comerciantes de Tenderini y de los puestos al exterior del pasaje coinciden en que la perrita ha estado sumida en la pena y el recuerdo de su compañero. Pasaba esos días cansada, echándose a los pies de una comerciante de pantimedias del lado de Alameda y en su cajita de cartón dentro del pasaje peatonal, junto al carrito de golosinas.

Niña está hoy muy lejos de ser la enérgica y activa perrita que llegó con su amado Niño a este barrio del sector Mac Iver, hace tantos años ya, pero al menos ha tenido una vida con los cuidados adecuados para un perro comunitario, como tantos otros que hormiguean en las grandes ciudades de Chile, con sus propias arcanas historias a cuestas. La crisis sanitaria obligó a sus dueños adoptivos a llevarla con ellos, y así desapareció de Tenderini, aunque dejando los recuerdos para el tesoro memorial de quienes la conocieron y quisieron.

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