LOS TRANQUILOS Y SOLITARIOS PASOS DE CHOLO

El tranquilo y solitario Cholo, por calle Merced casi enfrente del restaurante Les Assassins, en el año 2009.

Cholo o Negro era un corpulento pero estilizado y muy dócil can callejero, que siempre estaba paseando su perruna existencia por el lado de calle Merced y del sector de Parque Forestal, en barrio Bellas Artes. De andar pausado y silencioso, solía ir pisando hojas secas tranquilamente, ajeno al resto de la gente e incluso a los de su especie, salvo cuando comenzaba la fiesta y el ajetreo de los bares y pubs del esas manzanas. Cuando alguien le caía en gracia, sin embargo, Cholo era sumamente simpático, llegando a frotar su cabeza en las piernas del saludado y aceptando las caricias con las que era más esquivo o indiferente en otras ocasiones.

Negrito, como lo llamaban los vecinos y andariegos de aquellos barrios bohemios adyacentes a la noctámbula calle Lastarria, en general era pacífico, pero contaban que antes sabía ser fiero frente a las amenazas o ataques de los muchos otros canes que rondan por esas manzanas, entre la calle Estados Unidos, la Plaza Andrés Bello, el Monumento a Rubén Darío y la plazoleta enfrente del célebre Emporio La Rosa. Cabe recordar que, desde los tiempos coloniales, esos mismos sectores de urbanos adyacentes al río Mapocho, habían sido siempre lugar de merodeo y aventuras de perros sin dueño, por alguna extraña recurrencia histórica de la ciudad que se ha negado al renuncio.

Apodado por algunos simplemente como el Perro Negro del Parque Forestal (su color más parejo que otros lo destacaba), no le faltaba cariño de todos los residentes y visitantes según parece, pues había ocasiones en que podían encontrarse trastes con comida de mascotas a los pies de algún árbol y agua en los días más calurosos. Grupos animalistas, además, dispusieron de casuchas especiales en varios sectores del Parque Forestal, para que los perros moradores de aquellos verdores capearan las noches frías. Esto, sin contar los bocadillos, trozos de comistrajos y puntas de conos de barquillos que la gente compartía con él, durante sus andanzas. Como siempre se sentía atraído por los grupos de gente que llegaban en las noches, sin embargo, comenzó a hacerse adicto a las papas fritas y golosinas que algunos le arrojaban, con buenas intenciones pero malas consecuencias.

Cholo tenía su propio sitio de descanso y sueño, pero de todos modos estaba expuesto a los rigores del invierno en ciertos días y noches, especialmente cuando ya estaba más adulto y un poco lento comparado con sus años más joviales. Recibía allí atenciones especiales de algunos residentes del barrio, sin embargo, especialmente de María Dolores Muñoz, quien se hacía cargo también de los cuidados de otros famosos perros del mismo barrio, como fue el caso del célebre Rolando.

Cholo ya entre su familia humana. Fotografía facilita por Viviana Parker.

El perro en el que fuera su definitivo hogar. Fotografía facilita por Viviana Parker.

Hacia los días del Bicentenario Nacional, cuando el perro ya rondaba poco más de una década de vida, Cholo comenzó a aparecer menos en las cuadras alrededor del parque y se hizo evidente que la adultez callejera ya no era la mejor vida que podía procurársele, a pesar de las atenciones y mimos que siguiera recibiendo y que no eran pocos, dada su condición de mascota común y popular. Pasadas las fiestas, aún solía rondar por el sector hasta que, en una de esas ocasiones, no se lo volvió a ver. Incluso había aparecido alguna vez en una nota de "The Clinic", haciéndolo más conocido entre quienes podían reconocerlo en esas cuadras en donde, ahora, ya no estaba.

No era el primer perro desaparecido de súbito desde aquellos barrios, sin duda: la triste realidad es que una helada nocturna, la falta de atención médica oportuna o un chofer descuidado pueden marcar el final de la vida de estos perros de los vecindarios centrales de Santiago en cualquier instante, de modo que cada ausencia súbita de un can popular en Parque Forestal y la calle Lastarria calzaba perfectamente con la posibilidad de un final trágico e inesperado para el mismo. Puede que muchos, entonces, hayan dado por muerto a Cholo.

Sin embargo, la semblanza del querido can tendría un explicación y un final, ambos felices: en 2012, cuando se calculaba que tendría ya unos 13 años de vida, Cholito fue adoptado por la licenciada en artes Viviana, quien lo llevó con ella hasta su parcela familiar en la comuna de Paine, al sur de Santiago, con la aprobación de María Dolores. "Era un ángel en nuestra casa", escribió ella sobre el hermoso perro, que vivió allí bajo su seguridad y cobijo hasta los 19 años, en donde pudo acostumbrarse -tras grandes esfuerzos por parte de sus amos adoptivos- a estar lejos de las muchedumbres del pasado y a abandonar su dependencia gastronómica por las frituras.

Cholo siguió siendo un perro encantador y manso en todo aquel período, hasta el fin de sus días. En esta última bella última etapa de tan larga vida para los estándares caninos, de hecho, ayudaba a aprender a caminar la pequeña hija de Vivi, mientras la niña daba pasos afirmada en el cuello o el lomo del animal.

La existencia de Cholito o Negrito, sin embargo, el apreciado can del Parque Forestal, se acabó casi encima de cumplir los 20 años que se le estimaban de vida, cuando debió ser puesto a dormir en la clínica veterinaria del Buin Zoo, para evitarle sufrimientos y poder quedarse, así, sólo con sus muchas alegrías y encantos.

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