LOS VETERANOS CANINOS DE LA GUERRA DEL 79

Oficiales en la cubierta de la cañonera Magallanes tras haber llegado a Antofagasta luego del combate de Chipana, en 1879, con al menos dos quiltros acompañando fielmente a la tripulación y considerándoselos como parte de la misma. En la escena aparece el propio capitán de fragata Juan José Latorre, el cuarto de los sentados en la base del cañón (de derecha a izquierda).

Con el estallido de la guerra entre Chile y la Alianza Perú-Boliviana en 1879, la “perrofilia” republicana (así la llamó Oreste Plath, alguna vez) se encontraría de bruces con otra dura puesta a prueba, que aportó nuevos casos de ingente significación cultural e histórica, con sus aspectos pintorescos pero también con sus alcances conmovedores y dramáticos. El resultado, tan novelesco como traumático, no hizo sino confirmar la relación de las cualidades del perro con las que se ofrecen como propias de la voluntad guerrera, además de demostrar cómo el rol de milico también está entre sus más demostrables capacidades laborales. Incontables historias de perros corrieron paralelas o enredadas con las crónicas de los rotos en aquellos años, de las que han sobrevivido algunas para la memoria colectiva.

Una curiosidad casi olvidada en nuestra época, por ejemplo, es que no bien comenzaba la Guerra del Pacífico, el monitor Huáscar fue llamado por los soldados y corresponsales chilenos como “el Mataperros”, mientras estuvo con bandera peruana y al mando del almirante Miguel Grau. La razón del extraño apodo se debía a que, durante el primer bombardeo a Antofagasta sucedido el 26 de mayo de 1879 y con el puerto ya ocupado por Chile, el buque solo consiguió dar muerte a un bravo perro situado por el lado del campamento salitrero, que tuvo el infortunio de haber quedado amarrado con una cadena durante el ataque, según la información que da Benjamín Vicuña Mackenna en “El Álbum de la Gloria de Chile”. Quizá aquel pobre perro antofagastino, condenado a su suerte en el bombardeo, haya sido la primera de varias otras víctimas perrunas inmoladas durante el período que duró el conflicto, hasta el regreso de los chilenos desde Lima en 1883.

La guerra dio oportunidad a varios otros canes para que forjaran más historias inolvidables y también sublimaran sus tragedias. Las cláusulas de lealtad en el “pacto” o contrato cultural hombres-perros fueron evaluadas como nunca antes por el correlato crudo y realista de aquellos años en la lid. Los soldados solían adoptar y reclutar perros abandonados que encontraban en el camino de las campañas de guerra, además, tal como lo hacían hasta poco antes en su vida civil. Varios de esos animales participaron de forma directa de las contiendas, de hecho, impulsados por sus instintos de manada.

El sacerdote Ruperto Marchant Pereira comenta a la pasada en su “Crónica de un capellán de la Guerra del Pacífico”, de un perrito ladrador y nervioso que había acompañado a las tropas en la Campaña de Tarapacá. Cierta tradición hablaba, además, de un can llamado Cayuza que habría peleado con heroísmo en Miraflores y que es mencionado a la pasada por autores como Víctor Rojas en “Valparaíso. El mito y sus leyendas”. Existen otras historias de perros que con su ladrido delataron a soldados peruanos refugiados en las cuevas del morro de Arica, tras la caída de la ciudad en junio de 1880, convirtiéndose así en héroes circunstanciales. Y el entretenido corresponsal del periódico El Heraldo, Daniel Riquelme, reporteaba el 20 de diciembre de ese año sobre la presencia de un campamento chileno que parecía más bien un pueblo improvisado en Lurín, con animales de corral y, por supuesto, los infaltables perros.

El veterano Justo Abel Rosales, en tanto, en “Mi campaña al Perú: 1879-1881”, agrega que durante el breve período que hubo entre las batallas de Chorrillos y Miraflores, cuando salió la tropa chilena desde el campamento “las mujeres de los soldados quedaron acomodando sus burros para cargarlos con todo lo que acostumbran andar trayendo, tales como útiles de cocina, ropa, perros y otras cosas más”.

Detalle de una ilustración mostrando la entrada del Ejército de Chile a Lima, el 17 de enero de 1881. Adelante de los hombres, va un alegre perro. Fuente imagen: La Guerra del Pacífico 1879-1884 (Perú, Bolivia y Chile) de Jonatan Saona.

Detalle de una fotografía de la tripulación del blindado Cochrane, en donde se ve, junto al niño tambor, un pequeño integrante del grupo con la mascota sobre sus piernas, la que mira fijamente hacia la cámara. Imagen publicada en el "Álbum gráfico militar de Chile" de Antonio Bisama Cuevas.

Perro echado entre los hombres del Regimiento Lautaro, en Iquique. De acuerdo a los investigadores de la Guerra del Pacífico Marcelo Villalba y Dángelo Lagos, podría corresponder al perro Lautaro, la mascota de la unidad.

 

Detalle de una imagen fotográfica en donde se ven soldados chilenos del Regimiento Cazadores acompañados por algunos canes, hacia inicios de 1881.

Hubo menciones notables también para un simpático perro quiltro oriundo de Iquique y llamado Negro, cuya ama era una gorda y atenta cantinera que se hizo conocida en esos años. Ella puso al corriente de las travesuras de la mascota a Rosales: un perro de carácter “adulón, palangana, bullanguero, camorrista” y, según decía su dueña, debía comer “en la mesa y en plato, y cuando así no se le da la comida, se manda a cambiar rezongando y no vuelve hasta dentro de dos o más días”.

Rosales se refiere, además, a un par de perritos chocos, “los dos quiltros más lindos que he visto”, que alegraban sus encierros en el cuartel del regimiento Aconcagua. Uno de ellos se llamaba Huáscar, perteneciente a un soldado, y la otra era Calamita, del subteniente chileno Florindo Byssivinger, que caería en trágicas circunstancias por fuego accidental de sus propios compatriotas en Miraflores. “Son dos pichones que viven en perpetua fraternidad”, comentó el autor sobre la tierna pareja.

Por otro lado, casi nadie recuerda ya en la conmemoración, la presencia de un can que estuvo entre los héroes del sangriento Combate de Concepción (o La Concepción) en las sierras peruanas, el 9 y 10 de julio de 1882. Quizá se trate de otra consecuencia de un relato tan concentrado en el número de los 77 caídos, dejando en la nebulosa datos igualmente importantes, como aquellos sobre los niños y las mujeres allí presentes.

Aquel olvidado perrito, cuyo nombre algunos se aventuran a proponer era Cuico (mote peyorativo que recibían en esos años los bolivianos), era ese infaltable “amigo que siempre acompaña a nuestro pueblo”, según anota Edmundo Márquez-Breton en la biografía “Luis Cruz a la luz de la verdad”. Se trataba, pues, de “un pedazo del hogar modesto llevado desde Chile por alguno de los soldados”, de acuerdo cómo lo define el escritor. De acuerdo trabajo titulado “Las Fuerzas Armadas de Chile. Álbum histórico” compilado y editado por la Empresa Editora Atenas de Boyle y Pellegrini Ltda. en Santiago, en 1928, Cuico también murió “descuartizado por seguir a los chilenos” en la terrible Campaña de la Sierra.

El investigador Raúl Olmedo repasa también casos de otros canes que fueron conocidos en unidades militares chilenas: Cauque, del regimiento Talca, que los acompañó hasta Lima y en la campaña de la Sierra, y que destacó en Huamachuco; la perra Tinguiririca, del Colchagua, de color castaño y a la que le faltaba una oreja; y Naval, de aspecto manchado y carácter imponente y feroz, del batallón naval después convertido en regimiento. Otros perros-símbolos pertenecieron a los regimientos Concepción, Curicó, Aconcagua N° 1, Aconcagua N° 2, Santiago y Chacabuco, y a los batallones Valdivia, Quillota, Melipilla y Curicó. La prensa de la época, por su lado, habló también de una mascota de la corbeta Esmeralda en la epopeya del capitán Arturo Prat y sus hombres en aguas de Iquique, correspondiente a un gran Terranova mestizo.

Una curiosidad canina extra tuvo que ver, ya fuera del ámbito estrictamente militar, con el ingeniero danés Holger Birkedal, un aventurero que en plena guerra ofreció importantes servicios de inteligencia para Chile mientras residía en Perú. En esta operación fue apresado por los agentes peruanos durante poco más de dos semanas, aunque nada pudieron comprobarle en los interrogatorios. En aquella ocasión, Birkedal iba acompañado en Lima de su leal mascota: un bravo y temido perro bulldog al que evitaban sus captores, persuadidos de su mal carácter. Guillermo Parvex dice en “El Servicio Secreto chileno en la Guerra del Pacífico” que alguien allí comentó sobre el huraño pero fiel can: “Estos perros son más bravos que los chilenos”.

Los perros de la guerra se observan en algunos registros fotográficos del conflicto, como los quiltros que aparecen junto a un pelotón de Cazadores a Caballo después de la batalla de Chorrillos, como se verifica en una imagen publicada en el "Álbum gráfico militar de Chile" de Antonio Bisama Cuevas. Como equivalían a mascotas colectivas de los batallones y regimientos con los que marchaban, de seguro aumentaron su cantidad conforme avanzaban por los desiertos y teatros de operaciones bélicas. Nunca sabemos cuántos quiltros recogidos en campañas fueron traídos de vuelta por soldados de buen corazón, decididos a convertirse en sus amos al terminar sus servicios.

En su interesante trabajo titulado “Impresiones y recuerdos sobre la campaña al Perú y Bolivia”, José Clemente Larraín recuerda que a inicios de la ocupación de Lima, al llegar la soldadesca chilena hasta el Palacio de la Exposición donde iban a establecerse, cerca de 700 de aquellos perros vagos y andariegos venían detrás de estos hombres por los caminos de la guerra. Según anota con acritud el autor, parte de estos espontáneos reclutas al paso eran “de los mismos que en aquellos días calamitosos habían emigrado del lado de sus amos para alzarse y estar alimentándose de los miles de cadáveres”. Sin saber qué hacer con tan descomunal jauría y semejante problema encima, se dio la orden a los soldados de espantar y dispersar a los perros con piedras, no bien terminaba la ocupación de la capital peruana.

Por su lado, el mayor del Ejército Julio Arturo Olid Araya, describe en uno de sus entretenidísimos artículos reunidos para las “Crónicas de Guerra. Relatos de un ex combatiente de la Guerra del Pacífico y la Revolución de 1891”, los cañaverales que había por los arrabales del hospital chileno improvisado en la Escuela de Cabos, en el camino de Morro Solar hacia Lima. Estos campos también quedaron colmados de cadáveres humanos y animales que se descomponían al sol, en esos mismos días, por lo que podían verse veloces cuadrillas de perros que los cruzaban “a la carrera” y que ni siquiera necesitaban disputar con los jotes el abundante alimento que las muertes violentas de la guerra les había dispuesto allí.

El olvidado perro que acompañó a los chilenos inmolados en el poblado serrano de Concepción en Perú, el 9 y 10 de julio de 1882, según la imaginación del ilustrador Coke Délano. Imagen publicada en portada de "La Nación" del 10 de julio de 1882, en el aniversario del combate.

El protagonista de "Memorias de un perro escritas por su propia pata", de Juan Rafael Allende (edición de 1893), saludando a un pobre y viejo veterano de la Guerra del 79. Ilustración del mismo autor del libro.

 

Algunos de los perros más famosos en las tradiciones y legendarios de la Guerra del Pacífico: Lautaro, la astuta y heroica mascota del regimiento homónimo; Cuico, el perrito que habría acompañado hasta la muerte a los soldados del Combate de (La) Concepción; Coquimbo, la trágica mascota del regimiento con el mismo nombre; Cayuza, que habría combatido junto a los chilenos en Miraflores; y Paraff, sobreviviente de las batallas de Pisagua y Tarapacá.

El general Adolfo Holley con un pequeño perrito, retratado hacia 1891.

Se recordará que, por el estado en que habían sido encontrados algunos cadáveres después de la batalla de Tarapacá a los pocos días del sangriento enfrentamiento, también es muy posible que perros de la quebrada los hayan tomado por comida. Esta misma escena tétrica de perros devorando cadáveres la observa y describe José Miguel Varela en sus recuerdos novelados de “Un veterano de tres guerras”, transcritas y estructuradas por Parvex. Varela aparece allí asegurando haber visto perros compitiendo con ratas y gaviotas en estos festines de carroña humana que sacaban de los precarios enterramientos tras la toma de Pisagua. Lo propio sucedió en San Francisco, en donde advierte de restos humanos mordisqueados por jaurías de decenas de canes vagabundos, por el lado de los cerros que rodeaban el campo de la batalla sucedida hacía tres meses. Ambos espectáculos le produjeron un gran malestar y un asco que jamás olvidó el personaje de aquel relato.

Otros veteranos de cuatro patas fueron amparados en navíos de guerra, por supuesto. La situación se confirma , por ejemplo, con una célebre fotografía de los oficiales en la cubierta de la cañonera Magallanes tras haber llegado a Antofagasta luego del combate de Chipana, en 1879, con al menos dos grandes quiltros que están con la tripulación y que, por su fidelidad, debieron haber sido considerados como parte de la misma. En la escena aparece el propio capitán de fragata Juan José Latorre, entre los sentados en la base del cañón. Otra mascota se observa entre la tripulación del blindado Cochrane, también publicada en la obra de Bisama Cuevas.

Por el lado de Perú también hay leyendas y casos notables, como el de un Terranova oscuro llamado Cholo, tratado por Manuel I. Vega en el clásico "Crónicas de la marina peruana": el can salvó de morir ahogado a su dueño y nadó con él por casi dos millas, un tripulante de la fragata blindada Independencia, cuando esta encalló en Punta Gruesa intentando embestir a la Covadonga el 21 de mayo de 1879, forzando a los marinos peruanos a arrojarse a las aguas. También es conocido el caso de un perro que se habría llamado Allca y que rescató al entonces prófugo general Andrés Avelino Cáceres, guiándolo por los caminos extraviados del infernal paisaje serrano. El mismo Brujo de los Andes escribiría también en sus memorias de guerra, acerca de la ruta nocturna que hizo hacia Jauja:

Apenas había avanzado algunos metros, cuando observé que un perrito blanco seguía el aire de mi marcha al pie del caballo; había momentos en que este animalito se adelantaba como para observar el camino y regresaba luego corriendo y alegre como para darme a entender que no había novedad, proporcionándome así este nuevo acompañante un gracioso entretenimiento durante toda la noche de mi viaje.

Hay otras referencias y alusiones muy generales a los perros que acompañan el paso por los pueblos de las breñas y sierras peruanas, ya en la etapa final de la guerra. Pero, por desgracia, parece que los testigos, cronistas e historiadores de Perú no pusieron tanta atención a sus mascotas de guerra como lo hicieron los chilenos, estos últimos con más ánimo de celebrar y de rescatar episodios pintorescos desde sus recuerdos, se comprende. A pesar de esto, podemos presumir que la presencia de dichos canes veteranos fue igual de importante que en el caso chileno o muy cercano al mismo.

Cosas buenas, malas, encantadoras, alegres, tristes y nauseabundas de los perros en la Guerra del 79.

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