PERROS, MEDALLAS Y UNIFORMES: UNA MIRADA HISTÓRICA

 

El protagonista de "Memorias de un perro escritas por su propia pata", de Juan Rafael Allende (edición de 1893), saludando a un pobre y viejo veterano de la Guerra del 79. Ilustración del mismo autor del libro.

Muchos hombres de armas han tenido muy devotas pasiones perrunas. Esto es algo bien conocido entre historiadores y biógrafos militares: desde Nevado, el perro mucuchí de don Simón Bolívar, hasta el bull terrier Willie del general George Patton, retratados juntos en varias fotografías.

El ideal del impulso guerrero de algunos hombres que perviven en los libros de la historia marcial, entonces, ha encontrado camaradería y sintonía con los valores simbólicos que atribuimos al perro: lealtad, compañerismo, valentía, abnegación, coraje, etc. A su vez, los perros han desempeñado labores notables en los teatros bélicos, desde el mundo antiguo hasta nuestros días, y han escrito hazañas solo comparables a las de los caballos en los requerimientos históricos de transporte y a las palomas mensajeras en las urgencias de comunicación, durante algunos grandes conflictos armados del mundo. Basta recordar cómo se los utilizó en la Conquista de América, por ejemplo, y cómo nuestro país no estuvo eximido de la presencia de estos perros guerreros en la lucha de los españoles contra la rebeldía de los indígenas, en especial en el sur, con terribles ejemplares mastines y episodios crudísimos descritos por los cronistas.

En épocas posteriores, los perros sirvieron con lealtad a las fuerzas militares en conflagraciones como las Guerras Napoleónicas y las posteriores del siglo XIX. En la Primera Guerra Mundial ya se los empleaba para labores de comunicación entre destacamentos y mandos de las potencias beligerantes, tareas en la que se cree morirían cerca de un millón de estos valientes animales, en actos de servicio. Igualmente, servían de verdaderos botiquines vivientes en las atención médica como "perros sanitarios": los alemanes los entrenaban para quedarse junto a los heridos y ladrar llamando al enfermero, mientras que los instructores franceses les enseñaron el método de avisar llevando en silencio y sin ladrar las gorras hasta la respectiva ambulancia de sangre u hospital de campaña, procedimiento que se había probado ya en la infame Guerra de los Boers y en las campañas de Manchuria.

Después, en la Segunda Guerra Mundial, militares de los Estados Unidos los utilizaron en sus respuestas a las ocupaciones japonesas. Rusos y nipones los habían entrenado también para misiones suicidas antitanques, con cargas explosivas. Se sabe que fueron usados contra los alemanes en la invasión de Rusia, además, en otra página oscura de la que ni se ha revelado demasiado en épocas posteriores. La experiencia de los servicios caninos se habría repetido en Vietnam, esta vez con los marines norteamericanos. Y cuando se produce el retiro del territorio muchos de los pastores alemanes que habían transportado las fuerzas estadounidenses para vigilancia de campos y exploración de galerías, acabaron abandonados o sacrificados para evitar retrasos o mayores costos de retorno.

Como se aprecia, a lo largo de la historia militar e incluso en tiempos recientes, el perro ha sido compañero de armas y, cuando no, también un arma, a veces temible. Víctimas también, sin duda... Esta misteriosa y extraña relación puede remontarse a los albores de las civilizaciones y a los primeros encuentros hostiles entre seres humanos, casi como una prolongación o ampliación de las mismas funciones que cumplían los canes en las labores de caza.

En lo que respecta a los chilenos, las tropas ya se habían hecho acompañar por canes en las Guerras de Independencia, durante las expediciones para la liberación de Perú y después en la Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana, con lo que cumplieron su parte y a su modo ese curioso precepto del canon universal en la relación hombres-perros. Los casos se pueden confirmar en ciertas representaciones pictóricas, por ejemplo, partiendo por los que vinieron junto a la expedición de Pedro de Valdivia y desde ahí en adelante. Así, no sería exagerado afirmar que la demostración de los vínculos entre perros, medallas y uniformes provenga desde los estados fundacionales de nuestro país.

Una obra de carácter más testimonial es la que legó para la posteridad el artista inglés Charles C. Wood Taylor, el mismo autor de nuestro actual Escudo Patrio, quien hacia 1831 produjo hermosas acuarelas con vistas panorámicas de Santiago desde el sector del Castillo Hidalgo del cerro Santa Lucía. En ellas, se ve al guardia de la artillería allí dispuesta, acompañado por perros: en una lámina aparece uno blanco y rizado, y en otra un pequeño quiltro negro, al que acaricia. Tal vez eran un alivio al aburrimiento de su rol de solitaria vigilancia allá, en la altura del peñón cuando aún no era convertido en el paseo monumental que creó el Intendente Benjamín Vicuña Mackenna, 40 años después.

Un perro acompaña a los conquistadores españoles durante la primera misa celebrada en Chile, en detalle del cuadro de Pedro Subercaseaux en exhibición en el Museo Histórico Nacional. Aunque existían canes nativos en Chile, los perros sin dueños se volvieron un tema complicado casi tan pronto arribaron los españoles al territorio.

Oficiales en la cubierta de la cañonera "Magallanes" tras haber llegado a Antofagasta luego del combate de Chipana, en 1879, con al menos dos quiltros acompañando fielmente a la tripulación y considerándoseles como parte de la misma. En la escena aparece el propio Capitán de fragata Juan José Latorre, el cuarto de los sentados en la base del cañón (de derecha a izquierda).

Guardiamarinas del buque escuela General Baquedano, al mando del capitán Luis Gómez Carreño. Aparecen con las mascotas del navío, antes de partir en viaje de instrucción. Imagen publicada por la revista "Sucesos" en septiembre de 1903.

El general Adolfo Holley con un pequeño perrito, retratado hacia 1891.

El investigador independiente Raúl Olmedo, que suele publicar interesantes textos en fuentes de internet dedicadas al tema de la historia militar, hace notar lo mismo al comentar que Lord Thomas Cochrane llevó a un perro de espeso pelaje rojizo en el zarpe de la Expedición Libertadora del Perú en 1820, mientras que el capitán Guillermo Simpson iba con una perrita de nombre Pearl, el mismo de la corbeta Perla que comandó en aquella escuadra. En su artículo titulado “Sobre perros” (portal web peruano “La Guerra del Pacífico 1879-1884”, de Jonatan Saona), agrega que durante la Batalla de Buin ya en la Guerra contra la Confederación, a inicios de 1839, destacaron dos perros: uno grande, agresivo y oscuro llamado Maipo del Batallón Portales (unidad que se llamaba “Maipo” hasta poco antes, lo que explica el nombre del can), y otra mascota del Batallón Carampangue, cuyo nombre no se recuerda pero sí su pelea a mordiscos con el primero, con tal alboroto que despertaron de su siesta al propio general Manuel Bulnes.

Todas las demás contiendas y demandas militares de Chile en el siglo XIX contaron, con mayor o menor formalidad, con sus respectivos canes como compañía del contingente. Además de la Guerra del Pacífico, hubo algunos de ellos en las dotaciones de la guerra contra la flota española de 1865-1866, en la llamada Pacificación de la Araucanía y en los bandos de la infame Guerra Civil de 1891.

El largo período en que Tacna perteneció a Chile hasta el tratado de límites de 1929, también requería de vigilancias especiales ante los focos de resistencia y algunos ataques que llegaron a ser violentos contra funcionarios policiales, por lo que era de esperar que sus incursiones y operaciones también estuvieran acompañadas por perros regalones, que se unían como mascotas espontáneas a las unidades.

Hubo, de ese modo, muchos perros queridos en cuarteles militares chilenos a lo largo de su historia, despedidos con sentidas ceremonias cuando les tocó la hora inevitable de la partida. Sin embargo, no todos sus nombres y características quedaron registrados, por lo que el recuerdo de algunos de ellos es algo vago y difuso, indemostrable a estas alturas. Otros, afortunadamente, quedaron documentados gracias a cronistas y memorialistas que destinaron parte de sus letras a estas semblanzas perrunas… No siempre para bien si nos remitimos, por ejemplo, a las descripciones muy posteriores, relativas al empleo de perros en torturas y vejaciones a los detenidos por la dictadura militar en los años setenta. Y es que el perro, hemos dicho, también puede ser usado como arma.

Y si las situaciones curiosas asociadas a la presencia de perros entre los uniformados chilenos sobran, lo cierto es que no todas quedaron en el conocimiento popular, pasando rápidamente a las zozobras del olvido. Una de las menos descritas pero más insólitas quizá sea la del testigo olvidado del famosísimo caso del cabo Valdés, sucedido en las cercanías de Putre, el 25 de abril de 1977. Todo un hito de la ufología mundial, como se sabe. La cuadrilla de conscriptos chilenos que estaban destacados allí contaba con la presencia de un can llamado Huamachuco, que durante la supuesta aparición del enorme OVNI permaneció estático al ver las luces, totalmente inmóvil, al igual que los caballos que acompañaban al grupo.

Los canes, además, fueron compañeros de los soldados chilenos en las graves tensiones fronterizas que estrangulaban al extremo austral a propósito de la cuestión del canal Beagle, crisis que estuvo a solo horas de desatar la guerra entre Chile y Argentina hacia la cercanía de la Navidad de 1978. Y lo fueron también de los marinos encargados de la custodia de aguas territoriales en aquel infeliz episodio de las relaciones exteriores. Hasta hoy se recuerda en esas zonas magallánicas de algunos perros que se unían a los soldados destacados y a sus campamentos, para servirles de compañía y recibir a cambio algunas migajas del vivac. Esto parece haber inspirado parte del argumento del filme “Mi mejor enemigo”, de Alex Bowen (2005).

Quizá algunos de aquellos perros australes hayan sido adoptados después para los cuarteles y las unidades militares a ambos lados de la frontera y tras bajar la temperatura gracias a la mediación papal, continuando con esta tradición informal que, como vemos, parece recorrer las márgenes de todas las páginas de la historia militar, desde sus orígenes.

Todavía en nuestra época y ya lejos de teatros con la inminencia bélica de ayer, se asoman casos de estos canes uniéndose espontáneamente al contingente militar en momentos de crisis o catástrofes. Uno de ellos fue un peludo perro conocido como el General, que se reclutó acompañando a los militares enviados a las calles de Concepción en los momentos de caos que siguieron al terremoto del 27 de febrero de 2010, especialmente en el sector de Castellón y O’Higgins, convirtiéndose así en todo un personaje entre civiles y uniformados por esos días. Pasados esos infaustos días de ruina y desolación, fue adoptado por una familia.

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