RISITAS, LA ANFITRIONA DEL VALLE DE ELQUI


Risitas, saludando con su sonrisa en la estación gasolinera de Vicuña, en el verano de 1997.

Risitas era el ejemplo perfecto de un perro que ya excede por marginación el rango de “callejero”, y se vuelve más bien de carretera, de área suburbana o periferia del área urbana, en los márgenes de la ciudad. Sin embargo, era extraordinariamente mansa y simpática, carente de todo instinto feral o impulso hereditario proveniente de su naturaleza de lobo.

Hacia mediados de los años noventa, la tierna y delgada perrita habitaba cerca del acceso posterior a la ciudad de Vicuña, en el Valle de Elqui, específicamente en el sector de calle Chacabuco con Domingo Faustino Sarmiento. De pelaje variando entre colorín, oscuro y amarillento, con algún posible pastor alemán entre sus ancestros, el encantador animal solía aparecerse a los visitantes del sector de una conocida gasolinera que existe en el lugar, y que en aquellos días era sólo un vago esbozo del gran centro para viajeros que hoy existe allí, con tiendas comerciales, cafés, baños y duchas.

La perrita tenía una particularidad, evidente cuando se aproximaba a los extraños con la cabeza gacha y actitud sumisa: mostraba los dientes como dibujándose en las fauces una sonrisa, de seguro por nervios o ansiedad, lo que le valdría el singular apodo, a pesar de haber recibido antes otros nombres según parece. Alguien que no conociera su apacible carácter podría haberse asustado ante semejante rictus, creyendo tal vez que venía en actitud agresiva, pero la verdad es que el animal era extraordinariamente dócil, bastante tímido aunque parecía disfrutar del contacto con la gente que circulaba ya entonces en grandes cantidades por ahí, visitando las plantas pisqueras, el parque o el estadio local, así como quienes buscaban o venían del Museo Gabriela Mistral en la calle con su nombre, a la sazón un pequeño centro cultural muy distante de las cómodas y amplias instalaciones que tiene hoy.

El comportamiento de los perros “sonrientes” es algo conocido por los estudiosos del sistema de codificación de acciones faciales caninas. Aunque la interpretación natural de este comportamiento se relaciona con reacciones a amenazas y demostraciones de agresividad (levantar los labios y mostrar los dientes como forman de intimidar), en casos como el de Risitas corresponde también a expresiones de excitación o de estar contentos. Curiosamente, este comportamiento es dirigido por los perros principalmente hacia el hombre con los que sienten agrado o interés más que a los de su especie, por lo que parece ser consecuencia directa de la domesticación y de la convivencia atávica con los seres humanos.

Risitas y sus divertidas sonrisas aparecieron allí un día en el sector de grandes árboles, sin que se supiera con seguridad de dónde salió o si pertenecía a algún vecino de aquellos barrios en el contorno urbano. No parecía una perra demasiado adulta, a juzgar por sus dientes, pero sus tetas flácidas y abultadas demostraban que había parido ya una o más camadas. Como siempre estuvo rondando este sitio en las afueras de la ciudad, hubo habitantes de la misma la desconocían y quizá hasta no hayan sabido de su existencia, pues los viajeros eran  los que más se relacionaban con ella.

En los días de calor Risitas solía zambullirse en el agua de un pequeño canal de regadío que corre por la medialuna de Vicuña, ubicada a pocos metros del cruce en donde hacía su vida por aquellos días, especialmente en los veranos. Cuando salía del agua estilando, parecía que su ya menudo volumen se había reducido a la mitad o menos, revelando unas proporciones muy esbeltas, posiblemente heredadas de otro ancestro.

Vicuña, así como el Valle de Elqui en general, aún estaba en desarrollo material y turístico, en esos años. Su aspecto era muy diferente al que podemos ver hoy, con una propuesta recreativa de mayor inversión, reflejada también en el gran aumento de los visitantes que llegan hasta el lugar si los comparamos con los que podían verse en aquellos días con Risitas mendigando algún bocadillo de alguno de ellos. La perrita solía pasear también por el sector de los campings y las afueras de un club con piscina y salón que, llamado Las Tinajas, se encontraba precisamente en ese empalme de calle Chacabuco. Terreno remontado a los antiguos fundos en los que se fue abriendo paso esta ciudad, hubo una época en que se realizaban fiestas inolvidables en aquel recinto, especialmente en los fines de semana. Risitas observaba y oía el trajín de la gente desde algún escondrijo en estas situaciones, siempre sobreviviendo de la caridad de los turistas y de algunos funcionarios de la estación gasolinera, que la tenían por mascota.

La perrita continuó apareciendo a los viajeros y los locales durante aquellos años. Esta encrucijada de caminos resultaba óptima para obtener algunas recompensas, además, pues también es el paso necesario de los que llegan a Vicuña por la Ruta 41, pasando el Puente Ingeniero Alfonso, no sólo de los que salen para internarse más por el valle. Risitas no era la única curiosidad viviente de este lugar, sin embargo: alrededor de Las Tinajas solía merodear también la llamada por los lugareños como la Loca María o Mary, otro de los cronopios de carne y hueso de la ciudad. Conocida y apreciada vieja chiflada de Vicuña, le encantaban los ritmos tropicales que salían de las fiestas y, si no estaba en su mundo de bailes solitarios, solía transitar a paso rápido murmurando frases inconexas y demostrando ante los extraños una actitud de frustración policial. Algunas veces se cruzaron Mary y Risitas en esa misma vera de los caminos, por lo mismo.

Entre el club de campo de Las Tinajas y la medialuna de rodeos, además, había una especie de terreno abierto y muy sombreado, con gratos pastos y acequias sin cercos impidiendo el ingreso. Se ubicaba casi enfrente de la intersección de la Ruta 41 con Sarmiento. Esto permitía que algunos detuviesen sus vehículos en una parada allí, sólo por descanso, calentar comida en un anafre o levantar carpas en los días de celebraciones veraniegas del poblado. Risitas, por supuesto, iba a hacerse presente al ver siluetas deslizándose en el lugar, ganándose por su compañía algunos restos de pollos asados, trozos de sándwiches y sobras de platos. Es presumible que, por el descrito aspecto de sus tetas, muchos se hayan compadecido de ella pensando que estaba con cachorros y hambrienta, aunque sólo le habría bastado con su encanto para ganar algo de sustento, además de las infaltables caricias y arrumacos.

Un verano de aquellos, sin embargo, las colas y sonrisas danzantes de Risitas no aparecieron en su lugar. No estaba en el pequeño aparcadero, ni entre los árboles del parque, ni en los estacionamientos de la bomba gasolinera. Quienes la conocían y la encontraban en cada viaje, comenzaron a temer que la dulce criatura hubiese muerto atropellada bajo las ruedas de algún conductor imprudente, destino muy común entre los canes sin techo en el Valle de Elqui. En tanto,Vicuña se vistió de fiesta en su aniversario, aquel 22 de febrero de 1996: el pueblo se llenó de visitantes del valle y vacacionistas que llegaron a la gran celebración de los 175 años de la ciudad. Vino también la Fiesta de la Vendimia, con pasacalles y murgas alrededor de la Plaza de Armas, convocando otra gran cantidad de público. Allí estuvieron todos los excéntricos y queridos “personajes del pueblo”, incluido el Loco José, la Mujer Metralleta, el Gordo Lustrabotas, el Azola dueño del almacén con el mismo nombre, la Loca Nancy con su trágica leyenda a cuestas… Pero no Risitas.

El verano terminó, los visitantes del Elqui regresaron a sus pasmosas rutinas y la perrita no aparecía aún. La simpática Risitas que, hasta el año anterior, recibía sagradamente a los turistas en sus paradas antes de entrar a la ciudad, parecía haber sido tragada por la tierra, extinguiéndose como tantas historias perdidas de estas comarcas encantadas, dominadas por la oferta de turismo cultural y espiritual, sazonado con tantas historias misteriosas combinando orientalismos, fantasmas, brujería, extraterrestres y parasicología en su carta menú.

Un año completo después, sin embargo, Risitas reapareció desde la nada, entre fines de enero y principios de febrero de 1997: la hermosa perrita había regresado al sector, habitando ahora en una parada del mismo centro de servicios de la antigua gasolinera. Era la misma, en sus colores ocres y acaramelados, su irresistible deseo de acercarse a los extraños y su sonrisa nerviosa.

Sin embargo, Risitas ya no estaba sola: un perro de matices más oscuros y contextura más musculosa, de cierto tamaño, miraba ahora desconfiado y muy cauteloso las interacciones de su amada con los humanos que llegaban allí. No parecía bravo, pero sin duda se veía dispuesto a todo por asegurar la integridad de su muy sociable compañera. Ambos canes, hermosa pareja venciendo las circunstancias de la vida dura sin casucha siquiera o quizá ahora con un dueño piadoso, permanecían habitando este lado de la misma ruta que lleva hacia el interior del valle, junto a la vera del camino y bajo la sombra de los grandes pimientos, desde donde gritan las colonias de loros tricahues del Elqui. Atrás quedaba la soledad en que parecía haberse hallado siempre la perrita, cuyo carácter afable no cambió, sin embargo.

Mucho ha cambiado la ciudad, desde aquellos años. Aquellos terrenos en los que pernoctaba y vagaba Risitas, también fueron afectados por la ola de cambios, mayormente para bien. El complejo de Las Tinajas fue remodelado, y pasó a ser un importante centro gastronómico y de eventos, mientras que la cercana estación de servicios fue ampliada y mejorada, poniéndose a la altura de la actual gran demanda turística. Ya no está en los alrededores la Loca Mary, murmurándole a los fantasmas. Se han agregado a la postal algunas ferias, nuevos restaurantes y centros artesanales en los parques adyacentes, vitalizando mucho este sector que, hasta el cambio de siglo o un poco después, parecía más bien un arrabal. Ese sombreado sitio en donde la perra iba a recoger comistrajos de los turistas y a mover la cola peluda a los campistas, hoy es una pequeña cancha de tenis.

Por supuesto, tampoco está ya Risitas en aquel paisaje que, a pesar de todo, sigue en estado semiurbanizado. Empero, sobrevive el recuerdo de la presencia de aquella criatura, como anfitriona que fue allí saludando y agradeciendo con su risa a los visitantes del Valle de Elqui, a todos quienes tuvieron la suerte de conocerla.

Comentarios