RUCIO CAPUCHA, VAQUITA, PEPE Y LA NUEVA GENERACIÓN DE RIOT DOGS CHILENOS

Perros callejeros disfrutando de las desgracias humanas. Fuente imagen: sitio noticioso de "Semana" de Colombia.

La seguidilla de protestas y manifestaciones iniciadas en octubre de 2019, repuso la imagen del riot dog o perro de disturbios en la popularidad de la iconografía usada en las pancartas políticas, para bien y para mal, según cada caso. El gran coronado fue el mítico perro llamado Matapacos, que ya había sido erigido como un emblema de lucha en las movilizaciones estudiantiles de 2011 y 2012, por haber estado presente en la mayoría de ellas y formando parte de los alzados. La tendencia a reconocer perros entre los manifestantes y también entre revoltosos, sin embargo, había comenzado mucho antes, probablemente en los años ochenta. Mas, sólo en nuestros días ha comenzado a reconocerse su protagonismo y a popularizar sus nombres, en gran medida gracias a la masificación e instantaneidad de las comunicaciones.

Del ese modo, han aparecido varios nuevos referentes perrunos para tal categoría de canes “sublevados”, casi invariablemente procedentes de la calle y relacionados de un modo u otro con la vida de comunidades universitarias, especialmente, ya sea viviendo en plazas cercanas a casas de estudios superiores o bien siendo asistidos por grupos animalistas de las mismas.

El fenómeno de los riot dogs tiene sus buenos años ya en Chile, entonces, aunque sólo ahora se los identifica como tales. En los años ochenta, por ejemplo, fue conocida una jauría de canes vagos de los alrededores de la Alameda que solían acudir a las manifestaciones de estudiantes secundarios y se decía que hasta enfrentaban los piquetes de carabineros. Aparecieron en algunas fotografías y videos de la época, de hecho. Y la comunidad universitaria de Iquique, ya en los noventa, conoció al perro llamado Mascarita, así bautizado por la forma de las manchas de su cabeza según parece, y que destacaba por recoger con sus fauces las bombas de gas lacrimógeno y llevarlas lejos, a veces hasta la proximidad de las mismas fuerzas especiales que las habían arrojado. Casos muy parecidos hubo en Valparaíso y otras ciudades del territorio.

Empero, antes que se popularizaran tales criaturas como símbolos de las manifestaciones, habían quedado reducidos a la mirada de lo curioso y lo pintoresco, hasta simpático, apareciendo en las fotografías dando divertidos saltos para atrapar el chorro de agua del camión “guanaco” de Carabineros de Chile, que en las últimas temporadas de disturbios debe haber tenido más trabajo que durante todo el resto de lo que ha sido su vida útil. Sin embargo, después de Matapacos, la figura del riot dog en Chile ha ido adquiriendo ribetes épicos, reales o inventados, pero siempre otorgándole a estos perros un estatus de popularidad que ya no es el del simple anonimato de las épocas anteriores.

No todos están de acuerdo con esta participación de canes en tales instancias tan profanamente humanas, sin embargo: además de exponerse al atropello de los carros policiales o de las estampidas humanas, los perros llevados a tales manifestaciones o que forman la costumbre de llegar solos a las mismas (cosa bastante común), son afectados constantemente por los gases lacrimógenos y los golpes del chorro desde el carro lanza-agua, además de las bombas incendiarias o de ruido que lanzan los protestantes en los casos más confrontacionales. No pocas veces, algún perro intruso metido en estas revueltas, ha acabado con lesiones o afectado por las bombas irritantes.

El largo período de disturbios callejeros de los últimos años, entonces, trajo a las nóminas nuevos ejemplos singulares de perros reclutados voluntariamente en el bando de los manifestantes, hasta donde llegaron atraídos por algún secreto instinto de manada que ya confunde a los de su especie con los de la nuestra, hoy como ayer. Estas nuevas generaciones de riot dogs han aparecido por las principales ciudades de todo Chile, además, pues en todas ellas hubo algún grado de movilización callejera, precisamente en sus hábitats.

Uno de aquellos canes, apodado el Rucio Capucha por hallarse siempre del lado de los encapuchados de cada tumulto, corresponde a un simpático quiltro de pelo largo y amarillento, de tamaño medio, que hizo su propia leyenda en los enfrentamientos con la fuerza pública en la Plaza Baquedano de Santiago, durante el mismo período. Al igual que el fenecido Matapacos, se lo podía distinguir por su pañuelo rojo atado al cuello, un infaltable artículo entre los perros que participan en esta clase de actividades. Fue por esto que muchos quisieron considerarlo como el “heredero” natural de aquel, al menos en su significativo rol.

Rucio Capucha solía encontrarse por el sector de la Plaza Baquedano, Barrio Bellavista, Parque Bustamante y el inicio de la Alameda Bernardo O’Higgins. Vivía de la caridad de los visitantes y los clientes de los varios clubes o pubs de estos vecindarios. Cuando comenzaron las concentraciones y enfrentamientos en este lugar, el perro apareció casi desde el inicio con su distintivo pañuelo y tomando posiciones de frente en las líneas de choque con las fuerzas de orden y seguridad. Nada rara su adopción de bando, además, pues varios estudiantes le daban atenciones y alimento en aquellos momentos, volviéndose así otro ejemplo de los perros “comunitarios” tan abundantes en la sociedad chilena.

Vaquita, en fotografía del Facebook de la Comunidad Perruna Antofagasta, publicada por el sitio de "El Diario de Antofagasta".

Rucio Capucha, en sus tiempos de revoltoso. Debió ser sacado de la calle por la exposición en la que se encontraba durante las revueltas, tras haber terminado lesionado. Fuente imagen: sitio del periódico "The Clinic".

Un día de aquellos, sin embargo, a principios de noviembre de 2019 y en medio de una de las más violentas jornadas de entonces, el chorro del carro lanza-aguas lo impactó de lleno y el pobre Rucio Capucha salió volando ante la vista de todos en las cercanías de Plaza Italia, arrojado a la deriva y rodando como sombrero en un huracán. Maltrecho, con contusiones en el pulmón derecho y cojeando tras el golpe contra el pavimento, ese hizo clara que la carrera del aguerrido perro como activista político y movilizador social había llegado abruptamente a su fin, por su propia seguridad.

Un grupo de veterinarios voluntarios, estudiantes de la Universidad Mayor decidió hacerse cargo provisoriamente del contuso perro y lo mantuvieron en recuperación durante unos días tras darle atenciones y hacerle curaciones. Incluso fue llevado a la Clínica Alemana para algunos exámenes y tratamientos, pues de detectaron en él otras complicaciones de salud. Ya fuera de peligro, fue desparasitado y dado en adopción antes del terminado el mes vía redes sociales, logrando así que fuera retirado de los peligros de las calles y de su exposición a las conflictos de los hombres.

A pesar de que la sociedad veterinaria de voluntarios propuso el caso de Rucio Capucha como un ejemplo para disuadir a quienes insisten en involucrar perros y beatificarlos en esta clase de disturbios callejeros, fue inevitable que muchos canes siguieran implicándose espontáneamente en estos mismos conflictos, hasta convertirse en habitués de los mismos y, en consecuencia, más emblemas de lucha para el bando rebelde, entrando a la lista de riot dogs más populares.

Por tales razones, comenzaron a hacerse conocidas también las correrías de otro perro de disturbios que acompañaba fielmente a los manifestantes, esta vez en Antofagasta, y por cuyo patrón de manchas blancas y negras había sido apodado Vaquita. Se trataba de otro can callejero y bastante huraño, en este caso, el que a pesar de su escaso apego a los valores de la domesticación, sentía un impulso irresistible por sumarse a las turbas y marchar por las calles con los humanos, como su fueran sus amos.

El gordo Vaquita no tardó en cobrar fama y convertirse en una celebridad entre los manifestantes antofagastinos, en los mismos días en que Rucio Capucha hacía lo propio en Santiago. Su radio de acción era céntrico: los estacionamientos del mall, la Plaza Colón, el sector del balneario, los muelles y, cuando comenzaron las barricadas, la avenida Argentina y otras vías más al interior. Sus problemas como líder político, sin embargo, comenzaron con la marcha de más de 10 kilómetros que los manifestantes hicieron en caravana desde el balneario hasta El Trocadero, a fines de octubre de 2019. El perro los acompañó entusiasta pero, al finalizar la caminata y producirse incidentes, quedó desorientado y no supo cómo regresar. Su carácter feral y poco sumiso impidió que algunos buenos samaritanos pudieran llevarlo de vuelta en automóvil o camioneta, por lo que un joven voluntario debió ir a buscarlo y convencerlo de que lo acompañase de vuelta a pie, hasta el centro de Antofagasta otra vez.

A pesar de haberse hecho otro llamado a evitar la participación de los perros en las manifestaciones de la ciudad, Vaquita siguió metiéndose en problemas y sumando medallas a su categoría de riot dog. Incluso ganó una votación popular como personaje más importante de Antofagasta de todo el año 2019. Empero, este prestigio no evitó que, a principios del año siguiente, apareciera herido tras violentos enfrentamientos entre carabineros y encapuchados. Vaquita había terminado con uno o más perdigones antidisturbios metidos en la carne, debiendo apartarse a la fuerza de estos conflictos ya que no era la primera vez que ponía en peligro su vida, por la misma causa.

Preocupados por el delicado estado del perro y comprendiendo que no iba a dejar ser llevado en brazos hasta alguna clínica veterinaria, los amigos humanos y algunos vecinos de Vaquita tuvieron una singular ocurrencia: montar una falsa marcha de manifestantes que llegaron voluntariamente, para convencer al herido perro de sumarse a la misma, mientras iban todos hacia el lugar en que recibiría la atención médica, a las 19 horas del jueves 2 de enero de 2020. Afortunadamente, en plena ejecución del ingenioso plan, un grupo de veterinarios logró sedar al can y así evitarle la caminata, llevándolo en un furgón. Pudo ser trasladado hasta la Clínica Darling Vet de la ciudad, en donde se le extrajeron los perdigones y se curaron sus heridas, especialmente la que tenía en uno de sus muslos y que parecía ser la más grave, que debió serle retirado en el PET Municipal. Quedó así en recuperación, sin corona de líder pero sí con su elegante collar isabelino. Poco después de un mes más tarde, Vaquita andaba otra vez por las calles y la costanera antofagastina, tras ser liberado ante unas 30 personas que asistieron al Terminal Pesquero a presenciar su retorno al aire libre, el 13 de febrero.

En Concepción, en tanto, se ha hecho conocido el caso de Pepe, un perro de pelaje gris-marrón, de buen tamaño y que parece tener una atracción especialmente extraña por las barricadas callejeras. A diferencia de otros riot dogs, este sí tenía cuidados “comunintarios” y hasta collar propio, por lo que no era del todo un can callejero, o al menos no en abandono. Y aunque era conocido en la ciudad más o menos desde 2015, fue en el referido período de movilizaciones y enfrentamientos callejeros que cobró especial fama, trascendiendo hasta el resto del país.

Otra fotografía de Vaquita, de Antofagasta, a principios de 2020. Fuente imagen: Ilustrado Noticias Chile.

Pepe, el riot dog de Concepción, atacado alguna vez a puñaladas por manos y razones desconocidas. Fuente imagen: sitio de "Magazine Mestizos".

Chirimoya, el riot dog de La Temuco. Fuente imagen: sitio Facebook de Lemmy: un perro bacán.

Algunos han apodado al can penquista como Pepe Matapacos, emulando al fallecido perro santiaguino con tal mote. Mascota de una residencial de calle Ongolmo cerca de la laguna, antes de decidir pasar su vida en el centro de la ciudad el perro era bastante dócil, pero hoy se vuelve bravo y agresivo cuando ve a efectivos de Carabineros de Chile moviéndose en piquetes contra los encapuchados. Su audacia, sin embargo, le ha costado varias heridas y lesiones diversas, incuso un apuñalamiento por manos desconocidas, del que logró sobrevivir.

La popularidad de Pepe en su ciudad es tal que se le creó una cuenta propia en redes sociales, vía por la que recibiría también algunos aportes para su mantención y bienestar.

Más allá de las idealizaciones heroicas de los riot dogs, sin embargo, la experiencia de los perros activos en disturbios ha convertido a Chile en otro escenario de observación de estas curiosas conductas. Los expertos coinciden en señalar al instinto grupal de los perros como su motivación más profunda para adherirse a los movimientos de masas humanas en las calles, hasta donde llegan atraídos por su fisgoneo, llamándoles la atención y haciéndoles ignorar los riesgos o peligros. La reiteración del estímulo mantiene la pauta de comportamiento y, así, el perro termina formándose el hábito.

Lo que sí es nuevo y al parecer algo definitivo, es que cada período de protestas y movilizaciones irá adoptando la imagen de estos perros como sus iconos cronológicos y geográficos en cada comunidad, algo facilitado por la dispersión noticiosa que permiten las redes sociales del internet. Esto no sucedía en épocas anteriores, pues es algo más bien reciente.

En el mismo rango de Rucio Capucha, Vaquita o Pepe, entonces, la ola de disturbios y enfrentamientos del último trimestre de 2019 y el verano de 2020, dejó para el recuerdo otros casos notables de riot dogs por todo el país, también adoptados como símbolos de las misma movilizaciones y las causas perseguidas, según puede verificarse rastreando sus nombres en la prensa y las redes sociales. En Temuco, por ejemplo, cobró notoriedad por lo mismo un can grueso y de colores claros llamado Chirimoya, atendido por los propios manifestantes que le proporcionaban comida y agua tras cada jornada de protestas. En Arica, en cambio, comenzó la reputación de un can callejero llamado Axel, con la particularidad de saltar y tratar de atrapar los drones de vigilancia junto a su amigo el Negro, por calle Prat. En La Serena y Coquimbo, en tanto, fue protagonista un quiltro negro de pequeño tamaño conocido como Matapaco Papayero, hasta que un accidente en una trinchera de encapuchados lo dejó con una pata quebrada, obligando a retirarlo, por su bien. Algo parecido sucedió con Tigrito, un riot dog de Valparaíso así llamado por las manchas de su pelaje, que acabó herido e internado en una clínica tras ser rescatado de una toma; también estaba golpeado por proyectiles un enfrentamiento, en otro caso totalmente evitable de exposición de animales a los peligros.

Persiste el problema de exponer innecesariamente a estos perros a la violencia de nuestros conflictos entre seres humanos: irritaciones de ojos o narices, daños en las patas, lesiones a sus agudos sentidos, etc. Algunos riot dogs reclutados en el bando de Carabineros de Chile, además, han sido objeto de algunos ataques como posible venganza, algo que ha sucedido especialmente con los canes que rondan el Palacio de la Moneda, como parece haber sido el caso de Bigote. Otros acabaron atropellados en accidentes por los carros policiales en medio de las revueltas, desgracia que sucedió al "rucio" Mateo o Comepiedras, popular habitante de barrio Lastarria en Santiago, así como a un perrito negro y peludo de Viña del Mar apodado Pablito, muy querido por los vecinos. A pesar de las atenciones, ambos canes murieron a causa de sus lesiones en accidentes ocurridos a inicios del estallido social del mismo año 2019, generando una gran indignación entre los residentes de sus respectivos barrios.

No son los únicos problemas de este nuevo dolor de cabeza social: otros queridos canes, como Lobito, perro comunitario del Hospital Carlos Van Buren de Valparaíso, simplemente se extraviaron tras salir siguiendo las marchas sin que alguien los trajera de vuelta. Muchos casos similares se registraron durante los días de mayor agitación callejera. Y en las afueras del Liceo Industrial de Antofagasta, ya en el extremo de los casos de crueldad, apareció el cadáver carbonizado de un pequeño perro café claro, amarrado y quemado supuestamente vivo dentro de un carro de supermercado por un grupo de manifestantes exaltados que había realizado actos violentos durante la noche anterior, en el mismo lugar.

Hay un claro factor de riesgo, además, en la exposición de estos perros en lugares de conflicto social. En noviembre de 2019, por ejemplo, murieron en la Plaza Baquedano de Santiago las perritas Clío y Polilla, de 12 y 13 años respectivamente, a causa de la intoxicación por gases lacrimógenos. Se interpuso una querella que el 7° Juzgado de Garantía de declaró admisible dos meses después, no obstante que el daño ya era irreparable.

Por todo lo anterior, por pintoresca que resulte la participación de populares perros en las marchas y enfrentamientos, además del deseo casi incontenible de las muchedumbres por romantizar la presencia de los mismos en tales instancias, todo sentido de responsabilidad y de repugnancia hacia la crueldad aconseja más bien tratar de apartarlos de tales conflictos y evitar obligarlos a suscribirse a causas tan ajenas a la nobleza de su especie, como son las nuestras, aunque la verdad es que muchos de ellos se hacen protagonistas voluntarios y muy entusiastas de los mismos hechos.

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