UN MEMORIAL PERRUNO EN EL VALLE DE AZAPA

En la localidad de Las Maitas en el Valle de Azapa, muy cerca de la singular Capilla de Santa Teresa de Los Andes y del edificio de la antigua escuela hoy en ruinas, el viajero que vaya o venga desde San Miguel de Azapa por la ruta A-33 puede ver, más o menos desde el período del Bicentenario Nacional, una especie de pequeña animita bajo el alero de una casa, en su porche, con la figura de un perrito de juguete señalado con el nombre de Cachupín, anotado en un papel sobre el mismo. En realidad, es su casucha, pero la disposición memorial con elementos casi de veneración a su recuerdo, le dan sin duda un carácter funerario y tal vez hasta devocional.

La casa de marras, situada cerca del cruce con la cañada del río San José y del complejo arqueológico San Lorenzo en la saliente del cerro, es bastante típica de estos caminos en sus rasgos generales, con una rueda de carreta en su exterior y con diseños de rombos en la pintura de los paneles que la cierran por fuera, coronadas por filas de barrotes. Ubicada a un costado de un almacén del camino, se advierte por la sola decoración visible en su zaguán y pórtico que sus residentes son adultos mayores y que la observación de la fe cristiana es importante en este rinconcito encantador del valle.

Nuestras crónicas perrunas saben de la presencia de memoriales especiales para canes, rindiendo homenaje a algún perrito que fue capaz de dejar su impronta en los respectivos lugar, como el también llamado Cachupín muerto trágicamente y sepultado cerca de los talleres de la nortina salitrera de Oficina Humberstone, o el de Copito, cuyo rostro se inmortalizó en la famosa roca cabeza de perro que está a la entrada de la ciudad de Puerto Montt. Sin embargo, el caso de Cachupín de Las Maitas tiene alcances emocionales muy particulares, principalmente por el vacío que dejó en sus dueños, una agradable y pintoresca pareja de ancianos, típicos residentes y antiguos trabajadores de este sector campesino al interior del Arica.

El humilde memorial del pequeño perrito es, también, otra demostración de una influencia cultural indiscutible en el territorio del norte del país, relacionada probablemente con el valor que dieron a los perros y su compañía las comunidades mineras del cobre y la plata, y antes que ellos las del salitre y el guano. Esta característica se fue extendiendo entre clanes relacionados con el trabajo agrícola o la pesca, acogiendo la inclinación indiscutible del pueblo chileno de completar un hogar modesto con un perro, como parte del mismo y de la propia familia.

Ladrador desde adentro de casa pero bastante sociable cuando salía afuera acompañando a su anciana dueña en las compras, en visitas sociales a vecinos o cuando iban hasta la muy próxima capilla de santuario, en el Kilómetro 12, Cachupín era conocido y valorado en el sector de este pequeño caserío y los residentes lo reconocían en aquellos años cerca del último cambio de siglo. Sin embargo, como la peligrosa carretera está justo afuera de casa y cerca de una curva reconocible por grandes palmeras alineadas en la vera opuesta, sus dueños procuraban mantenerlo siempre dentro de la residencia, tras las rejas, aunque con la licencia de poder transitar por su interior también.

Físicamente, el animado perro era un típico quiltro nacional, perfecto para la categoría en todo sentido: chico, peludo, juguetón, ruidoso, simpático y con un aspecto similar al del famoso Spike, el can de las célebres campañas publicitarias de la compañía abastecedora de gas Lipigas, que también fue escogido para este rol por estas características. Era la compañía de ambos ancianos en la casa, además, dos personas muy poco dadas a la exposición y que prefieren en anonimato, aunque no resisten recordar los detalles de la vida de su mascota a quien se acerca a preguntar por ese intrigante altar levantado sobre un viejo y destartalado mueble de madera con apariencia de mesón rústico, encallado también bajo el alero de la casa quién sabe desde cuándo.

Durante 14 años pudieron solazar sus vidas con de este nieto cuadrúpedo los ancianos, por lo que no extraña el que sigan aferrado a sus imágenes y recuerdos, como si se tratara de un familiar de íntima relación consanguínea, ya ausente. Así, desconsolados, cuando Cachupín murió por causas naturales y ya consumido por su propia vejez, la pareja decidió dignificar su recuerdo con este lúdico altarcito en su plácida y tranquila casa que fue, también, la de tan apreciada mascota. Permanece allí su fantasma, quizá, recibiendo las caricias etéreas de dos viejos azapeños que se niegan a soltar el ancla de las memorias sobre el can: sus días felices, su valiosa compañía, sus anécdotas y las alegrías que fue capaz de provocar en personas que también marchan ya al capítulo final de la vida humana.

El memorial de Cachupín fue armado con un pequeño templete, su casucha o acaso animita como hemos dicho, confeccionada de madera y con una campanita colocada en la misma, a modo de “timbre”. Asomado por lo que correspondería a su entrada, está un tierno muñeco de plástico y felpa muy parecido al mencionado perro de una marca de gas (el dueño enfatiza que era casi igual al original) aunque en una versión de manchas más oscuras, con el nombre de la mascota encima. Está acompañado por un plato con alimento de utilería y un trasto de agua a sus pies, como si aún estuviese vivo o reencarnado en ese juguete.

Aquel tosco pero honesto montaje, entonces, parece haber sido la única forma en que la pareja de solitarios abuelos consiguió llenar o compensar -aunque fuese sólo en parte- el efecto doloroso del alejamiento que la auténtico mascota dejó allí en la casa tras su partida, ahora que viven en los silencios de tan apacible lugar, interrumpido sólo por el paso veloz de los camiones y automóviles de la ruta, pocos metros más allá.

Repetimos que no se trata del único memorial que exista para un perro en Chile fuera de cementerios de mascotas, sin duda, pero qué duda cabe que el ejemplo de Las Maitas es uno de los más emotivos y claramente relacionados con el folclor que se ha construido alrededor de la presencia perruna en nuestra sociedad.

Tampoco es el único perro que haya dejado rasgos “conmemorativos” en la Región de Arica y Parinacota, por sencillos que sean, pues la zona ostenta muchos ejemplos notables de canes vivos o muertos que fueron conocidos en sus comunidades, con las consecuencias positivas y negativas que tiene esta misma cualidad, especialmente cuando se trata de los que viven al aire libre en áreas urbanas, con el respectivo problema sanitario involucrado. Empero, el memorial de Cachupín nos habla de las dimensiones muy humanas que toca la convivencia del perro en el hogar chileno (y aún en quien no lo tiene), verificando este sentir como algo compartido en todo el territorio y sumamente afianzado en la cultura nacional.

Comentarios