¿UN PERRO AUSTRAL QUE NO ERA PERRO?

Ilustración de perros fueguinos, publicada por Bernardo Beksler en artículo del periódico "El Diario del Fin del Mundo" ("El siete de enero de 1883. Un francés logra que una familia yámana le regale dos perros", 7 de enero de 2020).

Más al sur del país, por el camino austral y simbólico representado en el Chile de la Conquista en adelante, la historia se encontró de bruces con rarezas nativas como el llamado perro fueguino, perro yagán o guara, la mascota de los indígenas del paisaje más frío y hostil del territorio, que por largo tiempo fuera un enigma para los naturalistas y que generó ciertos debates sabrosos en los libros, además de ser definido en algún momento como el Canis magellanicus en un intento por darle respaldo acreditado y científico a sus observaciones.

Existe información muy mala y confusa sobre este animal, e incluso reseñas sobre un par de supuestas razas que adicionalmente habrían recibido el mismo nombre, aunque todo esto ha venido a ordenarse un poco más en tiempos más bien recientes, gracias a las miradas científicas.

Pedro Sarmiento de Gamboa ve estos perros locales de la zona austral patagónica y los describe en 1580 durante su viaje al Estrecho de Magallanes, al igual que el General Flores de Valdés en la relación que presenta sobre el intento de poblar y fortificar el mismo Estrecho, dos años más tarde. Latcham dice que ya habían sido vistos entre los indios chonos en 1558, por la expedición de Juan Ladrillero, según consta en la relación de Cortés Hogea dictada al escribano Goicueta, aunque aparece después entre kawéskar o alacalufes y onas o selknam. De esos primeros exploradores que identifican y describen al perro de los indígenas fueguinos, están John Narborough en 1670, Jean Baptiste de Gennes en 1696, Jacques de Beauchesne-Gouin en 1699, John Bulkeley y John Cummings en 1743, Alexandre Duclos-Guyot en 1764 y Louis Antoine de Bougainville en 1768.

Viajeros posteriores como Furlong y Cunninham agregaban que los perros de los fueguinos eran en realidad de dos razas: una parecida a los lobos y otra más pequeña parecida a los zorros. En tanto, Spegazzini, Hahn y Dabbene aseguraron que estos perros magallánicos eran distintos a los que tenían domesticados los yaganes, para mayor confusión. Y cuando Charles Darwin observó los perros fueguinos sirviendo a los yaganes para cazar nutrias, y después los describió de la siguiente manera (citado por Jorge Daniel Vilches):

Su pelaje es usualmente duro, áspero y rara vez sedoso, oscuro o negro; también hay entre los fueguinos varios perros casi blancos, o con agradables manchas negras en la cabeza y el lomo. Todos los que fueron examinados tenían el paladar negro, las orejas paradas, largas, puntiagudas, el hocico angosto como el de un zorro y la cola inclinada hacia arriba, formando una mata de pelo.

Una expedición francesa encabezada por Luis Martial en el Cabo de Hornos, en tanto, logró observar varios ejemplares entre los nativos y capturar algunos de ellos, describiéndolos como un perro "pequeño y feucho, de pelo largo y leonado y con hocico puntiagudo que lo hace parecer al zorro" (ver artículo "El 30 de diciembre de 1882. Describen a los perros de los nativos de Tierra del Fuego" de Bernardo Beksler, en "El Diario del Fin del Mundo", 30 de diciembre de 2016). Un ejemplar embalsamado, procedente del Puerto del Hambre, está en el Museo Británico. Y otro francés, Pierre Hyades, consiguió tras mucha insistencia que una familia yámana le obsequiara dos de sus perros de este tipo, a principios de 1883: un macho llamado Tapan y la hembra Katekita, con los que retornó después a Francia. El caso está registrado por Jorge Daniel Vilches en su artículo "El perro fueguino" (revista "Todo es Historia", N° 461).

Por su parte, el controvertido aventurero y colonizador rumano Julius Popper agregaba, en 1887, que la única utilidad de estos perros parecía ser la de estufas vivientes para los toldos y las chozas, al estilo de guateros de cama, pues dormían entre sus moradores como peluches de niños y adultos. Equivalían en aquellas sociedades de hombres del paisaje, a algo parecido a las mantas calefactoras de nuestra época y de ahí provenía parte del intenso aprecio por el animal, Así habla de ellos en un texto suyo de "Atlanta. Proyecto para la fundación de un pueblo marítimo en Tierra del Fuego y otros escritos":

Acostumbrado a apreciar en la raza canina su proverbial adhesión hacia el hombre, me causó extrañeza la circunstancia, observada repetidas veces, de que el perro fueguino carece absolutamente de esas calidades. Nunca los vi, por grande que fuera su número, tomar una actitud agresiva o bien defender a sus amos cuando estos se hallaban en peligro. He averiguado además que no sirven para la caza del guanaco, pues en distintas ocasiones los vi disparar a gran carrera delante de un guanaco perseguido por nuestra perrada, que se componía exclusivamente de la raza canis graius (el grey hound de los ingleses). Recuerdo también haber encontrado cierto día un guanaco herido de tres flechazos, que los onas abandonaron al vernos llegar, y el cual no presentaba ninguna mordedura de perro ni rastro de haber sido ofendido por estos.

¿Qué servicio prestan entonces las numerosas perradas a los indios?

Una casualidad vino a contestar esta pregunta.

Estando una tarde en la playa de la Bahía Lomas, recogimos cuatro criaturas de seis a ocho años de edad y las llevamos, no obstante las enérgicas protestas -bien justificadas por otra parte- del mayor de los muchachos, hacia un alojamiento indio abandonado una hora antes. Al hacerles entrar en uno de los toldos asumieron luego una apariencia somnolienta, acurrucándose los cuatro en un solo punto. A poco más noté que los perros entraban uno a uno en el toldo, colocándose en grupo alrededor de los pequeños onas, para asumir la forma de una especie de envoltura, que bien pronto apenas dejó entrever la cabeza de los chicos: se encontraban estos completamente rodeados de perros de todo tamaño.

Me arriesgo, pues, mientras no obtenga mejores datos, a emitir la opinión de que los perros fueguinos solo sirven para completar el abrigo defectuoso del indio, o mas bien, como mueble calorífero del ona.

Indígenas canoeros de la Tierra del Fuego con su respectivo “perro” yagán (una posible domesticación del zorro culpeo, creen algunos) formando parte de la familia, en grabado publicado por Recaredo Santos Tornero en su “Chile Ilustrado”, de 1872.

Dos perros fueguinos, con cazadores onas, en postal fotográfica histórica. Fuente imagen: sitio Autosintaxis.

Familia ona con el tipo de perros corrientes que ya tenían en sus últimos años de existencia como pueblo constituido, a principios del siglo XX. Imagen publicada por la revista "Zig-Zag" de 1907.

Empero, en “Los indios del archipiélago fueguino”, el padre Antonio Coiazzi escribe en 1914, algo que parece indicar que el interés de los indígenas por estos animales no era sólo utilitario, sino también emocional: “Hay uno solo, que por decirlo así, forma parte de la familia: el perro, llamado por ellos visne. Los onas tienen muchos perros y les guardan un afecto grandísimo”. Este cariño hogareño era tal que, cuando moría la madre de un cachorro, las propias mujeres en período de lactancia les daban de mamar a la cría para que no pereciera de hambre. Y Diego Barros Arana agrega en su “Historia general de Chile”, valiéndose de testimonios del Capitán Fitz-Roy y otras crónicas, que si bien los indios fueguinos eran acusados de llegar a actos de canibalismo con los vencidos en las lides y hasta con las mujeres viejas en tiempos de escasez del invierno, jamás se comían a alguno de sus perros por mucha que fuera la necesidad, pues se recuerda que, tras consultar un marinero europeo a un indígena por esta piadosa excepción, éste le habría respondido que “los perros cazan nutrias y las viejas no cazan nada”.

Los caninos de las estepas australes y las llanuras magallánicas siguieron siendo utilizados por largo tiempo entre la sociedad indígena del sur del mundo, antes de ser desplazados por razas de perros pastores de origen europeo. Pese a todo, su presencia fue persistente y la hizo notar en 1896 la “Memoria de la gobernación de Magallanes”, de Manuel Señoret, cuando anota: “En cambio abunda hasta ahora y es un auxiliar de los indígenas el perro fueguino, cuyo origen, al parecer, mezcla de perro y zorro, es un problema científico interesante y aún no resuelto”.

De todas las referencias e informes dados por los cronistas, viajeros y exploradores, Ricardo Latcham concluye (con las limitaciones del conocimiento científico de entonces) que en la Patagonia austral existieron al menos tres razas bien definidas de canes, incluyendo a este pseudo-perro:

1° el perro grande patagónico, de los patagones y onas, parecido a lobo, derivado del chacal Canis magellanicus; 2° un perro más pequeño, pero del mismo aspecto general, que con toda probabilidad debía su origen a una de las variedades salvajes del Canis azarae, quizás el gurú chileno; y 3° un perro chico, con pelo largo y crespo, el perro chono.

Esto perturba un poco la comprensión de los hechos, sin embargo. El que llama perro patagónico o Canis familiaris magellanicus sería el mismo que se encontraba en la Patagonia, el Estrecho de Magallanes y la Tierra del Fuego a la llegada de los primeros exploradores, y era el más grande de los perros indígenas de Sudamérica, según anota el mismo autor. El perro chono o fueguino, en cambio, era más pequeño y peludo, pero no debe ser confundido con uno al que el cronista Pedro Cieza de León da el mismo nombre en los Yungas en su “Crónica del Perú”, cuando dice que “por las casas de los indios se ven muchos perros diferentes de la casta de España, del tamaño de gozques a quien llaman chonos” (¿chollos?).

Un perro fueguino embalsamado (junto al sacerdote salesiano Juan Villa) y otro vivo, en fotografías auténticas de ejemplares de la especie. Imágenes publicadas por el periódico argentino "El Sureño", de la Tierra del Fuego.

Indígenas onas, con sus propios perros adoptivos (razas mestizas introducidas) a fines del siglo XIX.

Familia canoera kawésqar, impropiamente llamados alacalufes, navegando por los canales australes hacia 1930, saliendo al encuentro de un navío de la Armada. Se observa ya un perro mestizo entre ellos, reemplazando a las antiguas mascotas nativas. Archivo Histórico de la Armada de Chile (Museo Marítimo Nacional, Colección Comandante Jorge Mella Rodhis). Publicado por Diego Carabias Amor en "Canoas monóxilas etnográficas de los nómadas canoeros de la Patagonia Occidental y Tierra del Fuego del Museo de Historia Natural de Valparaíso".

Puede ser, a fin de cuentas, que haya existido más de un animal domesticado por pueblos australes y confundido con una raza local de perros en la Patagonia y Magallanes, sin ser tal, científicamente hablando. El aspecto que desarrolló el canino conocido entre los yaganes, sin embargo, fue bastante característico: de mediano tamaño, hocico aguzado y con patrones en colores oscuros, marrones, ocres y blancos en el pelaje.

Con las imprecisiones y dificultades excusables por el inseguro conocimiento zoológico de la época, otras especies que Latcham identifica como emparentadas con el perro, también sin ser tales, son un Canis aguara o perro salvaje de la Provincia de Buenos Aires, y cuya distribución llegaba hasta Bahía Blanca y las islas adyacentes, o también el ya mencionado Canis azarae, que en realidad corresponde al zorro silvestre con distribución en Brasil, Paraguay, Uruguay, Suroeste de Perú, Argentina y Chile. Por supuesto, podemos cotejar y completar sus palabras con estos detalles, basándonos en conocimientos que existen hoy, pero que no estaban disponibles en aquellos días.

Extinto hacia principios del siglo XX con las propias comunidades humanas que lo habían amansado y de las que sólo quedaron residuos, sin embargo, hoy creen algunos que el perro fueguino procedía de una domesticación del zorro, señalándose como uno de los principales sospechosos el culpeo (Pseudalopex culpaeus), que habría sido domado por comunidades canoeras llegando a formar parte de sus propias familias, no siendo en rigor un perro, un Canis lupus familiaris. Hay más teorías al respecto, por supuesto, pero no pertenecen a nuestro afán cronístico ni competencia.

Sin embargo, cabe señalar que fue noticia de interés el que estudios publicados por la Universidad de California en 2009, verificaran un vínculo prehistórico entre el lobo silvestre del Chaco argentino-paraguayo, conocido como aguará gauzú (Chrysocyon brachyurus), y el extinto zorro nativo de Islas Falkland o Malvinas (Dusicyon australis), a su vez relacionados también con el perro fueguino o yagán observado en Magallanes, según se cree. Si acaso fuera esta una vertiente de su origen, la separación entre las especies debió tener lugar hace más de seis millones de años, muchísimo antes de los primeros registros fósiles de Sudamérica.

Hasta ahora, lo descrito es lo más cercano a respuestas que solucionen el largo y secular misterio zoológico o, al menos, que aporte luz al enigma de los perros más australes hallados en América.

La rama peninsular de caninos fue fusionándose o desplazando a las de carácter originario, fenómeno que también se sintió en las tierras magallánicas. Quedaba atrás y olvidada, de esta manera, la época de esos misteriosos perros nativos del actual territorio austral chileno-argentino, por esas geografías indómitas, agrestes y encantadas al sur del mundo.

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