UN PERRO “DIGNO DE RIPLEY”

Ripley, en imágenes captadas por el noticiario Chilevisión (esta y las inferiores).

De vez en cuando, aparecen noticias de perros asombrosos que frustran asaltos y hasta salvan vidas sin tener entrenamiento o formación especializada para esperar de ellos tales despliegues de heroísmo. Según se cree a nivel popular, suelen valerse de alguna curiosa capacidad para detectar ladrones y criminales en modo in fraganti, que combinan con sus instintos de valor y de brindar protección a sus pares. Hecho cierto o mero mito urbano, la creencia supone que los perros huelen descargas adrenalínicas, miedos o estados eufóricos de los hombres ruines y por eso podrían descubrirlos, incluso antes de que estén en acción. Lo propio sucedería con los perros de vigilancia en otras épocas, capaces de percibir la presencia de enemigos que merodeaban campamentos militares o trincheras en escenarios beligerantes.

En esa línea, la historia del perro Ripley como luchador justiciero alcanza niveles insólitos y desconcertantes, por dos razones bastante particulares: primero, por su compromiso firmado en alguna dimensión abstracta de defender personas que no eran exactamente sus dueños y a los que reconocía como colegas hombres, por lealtad o gratitud; y segundo, por lo muy mal pagadas que resultaron sus acciones contra los bandidos. Y es que, a pesar de sus valiosos servicios, terminó castigado por esa misma falta de matices que existe a la hora de comprender la situación de los perros de calle y los eventuales problemas que pudiesen generar en su respectivo contexto de la existencia urbana.

Ripley fue bautizado así en 2005, tras sobrevivir a un grave atropello en un sector de la ex avenida Macul de Santiago, enfrente de una estación de servicio y gasolinera que allí existe desde hace años. El nombre habría servido para aludir a la clásica serie “Ripley, ¡aunque usted no lo crea!”, sobre investigación de cosas increíbles y asombrosas del mundo, realizadas por el periodista Robert L. Ripley. Sin embargo, el apelativo no surgió por espontánea creatividad, sino por una asociación casual hecha por los empleados de la estación de combustible que le dieron ayuda al animal tras su accidente: durante su convalecencia, su primera casucha allí en el recinto fue improvisada con una humilde caja de cartón que encontraron y que tenía impresa afuera la marca de las multitiendas de ese mismo nombre.

Los mismos trabajadores se encariñaron con el perro y así fue adoptado en la gasolinera, exactamente ubicada en José Pedro Alessandri con Los Olmos, sitio donde se recuperó aunque quedando con algunas secuelas motrices menores. A pesar de esas dificultades de desplazamiento, este perro negro y café claro se imponía por su tamaño y aspecto, surgido de combinaciones de pastor alemán, rottweiler o quizá hasta algo de dóberman, de acuerdo a lo que algunos especulaban a partir de su apariencia. Ciertos vecinos le proporcionaban agua y comida en el mismo lugar y también colocaron un tarrito a modo de alcancía, para obtener propinas de los clientes y usar el dinero en necesidades del animal.

Con el tiempo, el Ripley comenzó a destacar también por su vocación de guardián y cuidador, además de hacerse querido por la clientela que llegaba al local comercial que forma parte del complejo. Territorial y celoso de su espacio, no permitía que otros perros bravos se metieran en la estación y erizaba sus pelos como aguja cuando, por las noches, pasaban borrachos o enfiestados que provocaban bullicio y perturbación alentados por su bobería etílica. Varias cicatrices testimoniaban su carácter guerrero, tan distinto a lo cariñoso que se mantenía con la gente común y los usuarios del servicio.

Escena de las cámaras de seguridad de la gasolinera, con Ripley persiguiendo a los maleantes que corren adelante de él.

Pero lo más asombroso para los empleados del lugar era que Ripley detectaba también a los delincuentes y sospechosos desde el mismo momento en que se aparecían allí, a veces anticipándolos al instante y comenzando a ladrarles, actitud gracias a la cual frustró varios amagos de asalto, según reconocían los propios trabajadores.

Por aquella prodigiosa capacidad, Ripley se haría de admiración general en la ciudad el viernes 12 de agosto de 2011 cuando, a pesar de seguir algo cojo como secuela de su accidente, pudo advertir desde su cama de cartón, atrás de los surtidores de combustible, que había un asalto en proceso en la sala de ventas del recinto, y corrió a poner orden. Detrás de los cristales, dos forajidos intimidaban con armas blancas a los trabajadores, vendedoras y clientes de la misma gasolinera, para luego sacar la caja recaudadora, especies y hasta un monitor LCD como botín. Entonces, decidido y echando afuera la bravura siempre contrastante con la ternura del perro en situación normal, Ripley se abalanzó sobre los hampones justo cuando intentaban salir; los espantó a ladridos y tentativas de mordiscos y, a continuación, los persiguió velozmente, cojeando por la cuadra a fin de obstaculizarles el poder correr con velocidad. En algún momento, además, otro perro acogido en el lugar y bautizado Black se acopló de manera espontánea a la captura de los jóvenes rufianes que, según se comentaba después en la misma estación gasolinera, tenían un currículo delictual suficientemente nutrido como para empapelar la casa.

La violenta dupla hizo lo que pudo para huir y tratar de zafarse del temerario perro, para lo que incluso intentaron herirlo a puntapiés y con sus puñaladas, pero fue imposible y sólo consiguieron cortar el aire en cada esfuerzo. Ripley dificultó y retrasó tanto aquel intento de desaparecer por la noche que ambos acabaron siendo capturados por carabineros de la 46ª comisaría de Macul, ubicada a unas dos cuadras de allí. Durante la detención se recuperó lo sustraído, además de un vehículo encargado por robo en el que se movilizaban.

Tras la noticia, reforzada con imágenes de las cámaras de seguridad que registraron los hechos descritos, Ripley fue aclamado como héroe y su proeza acabó siendo esparcida en los medios de comunicación. Esa misma noche en que comenzaba a correr la nueva por portales de Internet, los reporteros llegaron a la gasolinera para conocer la increíble historia del perro protagonista.

La situación se repitió en otros intentos de asaltos menores y escaramuzas, pues este recinto era objeto de frecuentes atracos. Junto a Black, el valeroso Ripley siempre destacó por su coraje y su empatía con los trabajadores que allí lo habían acogido. De hecho, varios maleantes le tenían tanto odio al can que, en algunas ocasiones, fueron sorprendidos tratando de herirlo o darle muerte.

Sin embargo, ya con unos diez años de existencia y averiado por su larga condición vulnerable de vida en la calle, el destino le pasó otra injusta y fea cuenta después de su aplaudida hazaña de lucha contra la delincuencia. En enero de 2014, Ripley resultó atacado con violencia en el cuello por otro perro del barrio, un mestizo de pitbull blanco llamado Beto, mucho más joven y enérgico. La paliza fue fuerte y es probable que, desde su atropello hacía varios años, no había quedado tan maltrecho como entonces, por lo que debió esperar un buen tiempo para recuperarse y volver a sus andadas. Fue este ataque el que lo hizo saltar una vez más a los diarios y noticiarios, aunque en esta ocasión por su mal estado y por las peticiones de los trabajadores de alguna ayuda para su recuperación. Afortunadamente, el jubilado macho alfa sobrevivió a la agresión y, poco a poco, comenzaron a sanar sus heridas.

Sin embargo, por los mismos días del ataque la administración de la gasolinera cambió, con lo que su color corporativo también pasó del rojo al amarillo. Los peores problemas para Ripley iban a comenzar: la flamante dirección del recinto no quería perros en el lugar y ordenó la inmediata expulsión del heroico can que, aunque seguía decaído y en recuperación, fue echado sin indulgencia.

Según se ha sabido después, por cósmica y feroz risotada de sarcasmo zodiacal, el desalojo de Ripley se habría debido a los reclamos y amenazas de otro delincuente al que habría atacado en la pierna tras intentar también un asalto en la gasolinera, lo que fue confirmado en una nota de los informativos noticiosos del canal Chilevisión. En una muestra del desparpajo de los hampones de nuestra época, el oscuro sujeto habría regresado después al lugar a reclamar por sus heridas de mordiscos. Así la administración, quizá sin advertir que era el mismo ladrón espantado hace poco por el perro, decidió correr a Ripley temiendo ser objeto de denuncias por la responsabilidad de este u otros eventuales ataques. El perro recibía, de este modo, el miserable y traicionero pago humano por sus loables servicios en ese sitio, además de conocer en carne propia el pervertido e inexplicable placer de algunas instancias de nuestra sociedad por facilitar en lo posible el actuar de la cáfila de la delincuencia más violenta…Digno de Ripley, otra vez.

Por largo tiempo no volvió a saberse del perro y comenzaron a correr los rumores de que había muerto, o que lo habían atropellado otra vez. Hasta se presumió que una helada de invierno se lo había llevado. Los medios noticiosos lo olvidaron con la misma velocidad que lo habían descubierto tras su hazaña. El nombre de Ripley, entonces, desapareció de la atención pública por segunda ocasión.

Felizmente, Ripley fue localizado al tiempo por un equipo de reporteros, también de Chilevisión, en agosto de 2014. Había sucedido que, tras ser corrido por el ingrato jefe de la gasolinera con la monserga de la seguridad como excusa, fue rescatado y adoptado en la residencia de Alejandro Valenzuela, joven vecino residente en el sector cerca del complejo deportivo Juan Pinto Durán, quien ya ubicaba al perro desde hacía muchos años. Tras ser puesto en aviso de la expulsión del animal el mismo día en que esta aconteció, en una gran demostración de responsabilidad y cariño hacia él, Alejandro había logrado detener a los hombres a quienes se les había encargado botar al perro, justo cuando estos iban de camino a Melipilla para ejecutar la orden. Así, se encargó de convencerlos de que lo trajeran de vuelta, para lo que aseguró que él mismo se haría cargo del can.

Aunque su nuevo dueño se manifestaba dispuesto a cederle la mascota a quien le garantizara condiciones de residencia más cómodas y espaciosas que las suyas, Ripley vivió bien cuidado y resguardado sus días de retiro y las primeras líneas de lo que, todos esperan, haya sido el mejor capítulo de su aventurera, heroica y sacrificada existencia.

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