UNA APOLOGÍA DEL PERRO QUILTRO

 

Un vendedor de bocadillos y huevos duros en su puesto, mientras un perro callejero lo mira atentamente esperando algún trozo de comistrajo o migaja. Fotografía de 1960 de la Editorial Zig-Zag. Esta escena aún existe en todas las ciudades de Chile, porque ya es parte del paisaje cultural.

Hemos dicho bastante de la relación cultural casi análoga entre la figura del roto chileno y la del perro quiltro nacional, ambos mestizos hijos idealizados en la formación misma de un pueblo y que han compartido tanto las dichas como las desgracias de semejante vínculo a través de toda la historia: sea en los campos, los desiertos, la minería, la guerra, las migraciones urbanas y las tragedias que parecen haberse ensañado con nuestra geografía de extremos, desde la propia madre naturaleza o bien desde las oscuridades de nuestros conflictos.

Llamado quiltro por los mapuches, las crónicas señalan que los pueblos nativos criaban corrientemente a estos pequeños perros en sus comunidades, mientras que los españoles solían compararlos con los canes gozques, tanto por sus pequeñas proporciones que tenían en principio, como por la tendencia a ser ruidosos y buenos para ladrar. Con el tiempo, sin embargo, la sociedad criolla fue asociando la identidad del perro quiltro con todos aquellos canes de mala raza, raza “aleatoria” o carencia total de ella, que proliferan hasta hoy en nuestras calles, casas y campos; grandes, medianos y pequeños.

Algo había dicho ya el sabio francés Claudio Gay sobre las virtudes específicas y generales de las razas caninas, a mediados del siglo XIX, en el tomo sobre zoología de su "Historia física y política de Chile":

Todos los animales domésticos ofrecen muchas de esas variedades que se heredan y que por diferentes asociaciones de forma y analogía, acaban por volverse grupos naturales, perfectamente caracterizados y designados generalmente bajo el nombre de razas. Pero de todos los animales, el perro es el que ofrece sin contradicción mayor número de variedades, ya en sus formas, talla y grandor, ya en la naturaleza del color de sus pelos, y aun en el conjunto de sus costumbres y hábitos. La influencia extrema de la domesticidad sobre estos animales proviene de su instinto esencialmente doméstico, que no es más que el efecto de una grande inclinación por la sociabilidad: así desde la época más remota, y tal vez desde las primeras edades del mundo, este animal ha abandonado completamente su independencia para someterse lo mismo al hombre más civilizado que al salvaje, y seguirle desde los climas abrasadores de los trópicos hasta las frías y silenciosas regiones polares.

El perro ha llegado, pues, a ser el compañero del hombre; le ha seguido por todas partes, se ha reunido a sus penas y trabajos, y a pesar de las privaciones y malos tratamientos que a veces experimenta, le permanece fiel y le da continuamente nuevas pruebas de sumisión y de la más profunda obediencia.

Esta inclinación innata que el perro tiene al hombre no se deriva solamente de su natural; el hábito contraído por el transcurso de los siglos ha podido ocasionar a este sentido modificaciones más o menos elevadas, lo que parecen probar por lo demás las diferentes razas, pues todas no poseen el mismo grado de esa viva aflicción que las caracteriza. Unas, más sensibles a los halagos, están siempre prontas a retribuirlos con usura, a menos que las sean sospechosos; otras, por el contrario, más frías y reservadas, no conocen más que a su dueño, y un extraño es siempre para ellas un hombre inútil, importuno, y aun enemigo de la casa, al cual deben vigilar, y combatir si necesario fuese. La educación ha contribuido poderosamente en el primer caso a imprimir este grado de humillación que la herencia transmite, como conserva también el instinto de la pesca y de la caza a otras razas diferentes, aunque siempre originarias del mismo tipo.

Las virtudes particulares del perro mestizo fueron bien conocidas y valoradas por el pueblo chileno, convirtiéndolo en aquella compañía imprescindible como amigo, compañero, cuidador, pastor y parte de la familia. Estuvieron en todas las campañas de conquista del paisaje, desde los desiertos nortinos hasta la colonización austral; pelearon todas nuestras guerras, desde las expediciones de la Independencia hasta la Guerra Civil de 1891. Caminaron junto al cateador de yacimientos mineros, junto al soldado de la Guerra del Pacífico, junto al marino que baja a puerto en el Valparaíso del siglo XIX, junto al huelguista que halló la muerte cruel en Iquique en 1907 o junto a los conscriptos enviados a la frontera en extrema tensión de 1979 por la cuestión del Canal Beagle.

El quiltro, pues, pasó a cristalizar su figura como un reflejo de las bondades e idealizaciones de nuestra propia naturaleza humana y de la identidad nacional. Se volvió compañero de aventuras y desventuras, motivo de alegrías y distracciones, o bien de penas profundas y tristezas amargas a la hora de las separaciones. Nuestra relación con ellos, persistente hasta hoy con sus rasgos positivos y negativos: es consecuencia de esta misma relación cultural e histórica irrenunciable, que permanece aún solidificada e incólume a pesar de todos nuestros cambios como sociedad.

Curiosamente, no están solos los chilenos en esta apreciación especial del quiltro, por sobre todas las demás razas, pues algunos importantes investigadores internacionales han ido poniendo especial atención en estas dignidades del perro más allá del culto a su pedigrí, tan frecuente entre los cinófilos y profesionales del mundo perruno.

El perro protagonista de las “Memorias de un perro escritas por su propia pata”, de Juan Rafael Allende, en 1893, visitando el altar de San Roque, el santo de los canes.

Niños muy pobres acompañados por su leal quiltro flaco, en imagen publicada para el trabajo “Niños de Chile” de Cecilia Urrutia, por la Editorial Quimantú en 1972.

Un joven de Santiago junto a su perro, retratado en fotografía de la casa de Francisco L. Rayo hacia 1875. Imagen reproducida en la obra “Fotógrafos en Chile durante el siglo XIX” de Hernán Rodríguez Villegas (2001).

El prestigioso zoólogo y etnólogo inglés Desmond Morris, en su obra “Observe a su perro” de 1994, repasa algo sobre la proliferación de diferentes razas desde la Revolución Industrial hasta nuestros días, aunque comenta también de la valoración de los perros mestizos fuera de los cada vez más exigentes cánones competitivos:

Al mismo tiempo, han aparecido en escena millares de perros mestizos. Los dueños, simplemente, deseaban una compañía fiel y amistosa y por ello se han burlado de las razas de gran pedigrí criticándolas por ser demasiado artificiales, creando rasgos particulares y cualidades que eran llevados a extremos preocupantes que, según se decía, hacían que los ejemplares de esas castas fueran difíciles de tratar. Los criadores de perros de raza han negado este extremo e insistido en que, con los perros caros y exclusivos, no hace falta otra cosa que hacerse cargo de las necesidades del animal. Para esos criadores, quienes tienen perros mestizos se encuentran al principio de la senda que lleva a descuidar a los perros, al abandono, a ensuciar los lugares públicos y, en definitiva, a crearles mala fama. Si todos los perros poseyesen un buen pedigrí, argumentan, los sentimientos anticaninos desaparecerían la sociedad valoraría a sus compañeros perrunos como los objetos preciosos que en realidad son.

Existe parte de razón en ambos puntos de vista. En algunas ocasiones, los criadores han llevado el pedigrí demasiado lejos, por lo cual los perros en cuestión sufren con regularidad de dolencias físicas. Los perros con patas muy cortas y cuerpos alargados son propensos a las hernias discales. Los que tienen un morro muy chato sufren de dificultades respiratorias. Otros tienen problemas en los ojos o trastornos en las caderas. La gente relacionada con esas crianzas sospechosas tiende aguardar silencio respecto de los defectos que se han multiplicado en el transcurso de los años, por miedo a que su raza particular pierda popularidad. Eso es una pena, puesto que la tendencia lleva a una exageración cada vez mayor. Por ejemplo, hace sólo unos cien años, el bulldog era un animal, comparativamente, de patas largas, y el dachshund tenía un cuerpo mucho más corto. Se trata sólo de dos de las muchas razas en las que un rasgo se ha ido aumentando poco a poco hasta que ha originado serios problemas a unos perros refinados. Sería bastante fácil hacer volver atrás a esas razas, por lo menos, un poco, para que se pareciesen al animal que eran en siglos anteriores, cuando aún podían actuar como canes de labor. No perderían nada de su encanto y ganarían de forma inconmensurable en salud y en adecuación. De esta manera, el mundo del perro de pedigrí podría poner pronto su casa en orden.

A mayor abundamiento, Morris distingue también la esencia de los problemas del maltrato o de la irresponsabilidad con los canes, en aquella característica mestiza de los mismos, que los hace menos valiosos -formalmente- que los de raza, al punto de ser vendidos a bajo precio o simplemente regalados, y más tarde abandonados. Es como si existiera alguna clase de licencias sociales o de responsabilidades con respecto a los mismos, más allá de la mera influencia del mercado de mascotas, los negocios de criadores o las instancias de cotización de unas razas por sobre otras. La única salida que ve a esta situación es el mejoramiento de las actitudes sociales frente al problema y sus artificialidades, por consiguiente.

Morris, además, es uno de los científicos defensores de la idea del “contrato” implícito de convivencia entre hombres y perros, surgido de una relación histórica que se fue estrechando y fortaleciendo en el desarrollo de las sociedades, especialmente en la Occidental:

A medida que las ciudades crecían, el súbito florecimiento de los animales domésticos y de los perros de compañía, proveyó a estos urbanistas de un recuerdo nostálgico de la vida campestre. Sacar al perro a pasear por el parque se convirtió casi en el último resto de los placeres rurales para todos cuantos se sentían atrapados en el torbellino de la ciudad. En un medio ambiente con el pavimento de piedra y vallado de ladrillos y mortero, la necesidad de alguna clase de contacto con el mundo natural fue de lo más poderoso, y los perros emprendieron un largo camino para poder satisfacer esta necesidad. Y es algo que siguen haciendo hoy.

Por su parte, el escritor y científico austriaco Konrad Lorenz, ganador del Premio Nobel de Fisiología y Medicina de 1973 (junto con Nikolaas Tinbergen y Karl R. von Frisch) y uno de los precursores de la etología, consideraba que la psicología de los perros de raza había sido profundamente alterada en sus aspectos originales, a causa de la mantención de los patrones domésticos de reproducción de cada una, llegando a verdaderas alteraciones físicas en el afán de radicalizar las características distintivas. Lorenz se explaya con estos argumento en un hermoso libro titulado “Cuando el hombre encontró al perro” de 1950, aunque el tenor de sus juicios y conclusiones puede ofender las sensibilidades de ciertos grupos animalistas.

Aún reconociendo las características raciales presentes en los ejemplares caninos, el autor plantea un capítulo dedicado a los factores en juego para la adquisición de una mascota:

Aquel que busca no sólo un amigo humano, sino también un pedazo de naturaleza no falseada, debería escoger, en mi opinión, un animal de carácter esencialmente distinto. Por este motivo, yo prefiero razas que no se encuentran demasiado lejos de la forma salvaje. Mis perros procedentes de chow-chow y pastor alemán, por ejemplo, recuerdan muy de cerca a sus ascendientes en sus características físicas y psíquicas. A mí, la amistad de un perro me resulta tanto más valiosa y conmovedora, cuando menos alienado haya sido el perro por la domesticación o, en sentido inverso, cuanto mayor sea la proporción en que sigue siendo un animal de presa salvaje.

Por esta misma razón no me gusta tampoco privar al perro de una porción excesiva de su esencia natural mediante el adiestramiento. E incluso me molestaría verme privado del agresivo instinto de caza de mis perros, aunque este siempre me ocasiona contratiempos. Si fueran mansos como corderos, incapaces de matar una mosca, no me fiaría de ellos hasta el punto de confiarles, sin la mínima preocupación, la vida de mis hijos pequeños. Esto es algo que llegué a saber gracias a una horrible experiencia. Durante un duro invierno, un venado saltó el vallado, totalmente cubierto de nieve, de mi jardín y fue literalmente despedazado por mis tres perros. Cuando me hallaba ante el cuerpo destrozado del venado, profundamente impresionado, comprendí con toda claridad la incondicional confianza que había depositado en aquellos animales ávidos de sangre, máxime teniendo en cuenta que mis hijos eran mucho más pequeños e indefensos que el venado cuyos restos ensangrentados yacían sobre la nieve, ante mis ojos. Y quedé profundamente sorprendido de la total despreocupación con que yo confiaba los delicados miembros de mis hijos, día tras día, a las terribles tenazas que eran las dentaduras de los perros lobos. En verano, los niños acostumbraban a jugar en el jardín con los perros sin el mínimo temor. Pero, ¿quién ha oído decir que un perro haya hecho daño al hijo de su amo?

Sin embargo, más allá de la valoración más purista y originaria de las razas, siempre con rasgos de romantización en juego, para el destacado zoólogo y médico aquellas que llegan a convertirse en moda se vuelven prácticamente neutras en cualidades y virtudes, más allá de la compañía o de alguna ostentación familiar, mientras que los perros mestizos van conservando características valiosas originales y provenientes de sus diferentes vertientes, especialmente las relacionadas con capacidades de aprendizaje y desempeño de tareas.

El mejor ejemplo de lo anterior, propuesto por el propio Lorenz, está en el rol de los perros artistas, en donde la inmensa mayoría de los canes realizando acrobacias o rutinas humorísticas son mestizos, precisamente, mientras que los de raza y buen pedigrí suelen ser minoría y para números muy específicos de exhibición escénica clásica, menos cómica, maromera o circense:

Entre los perros de circo capaces de efectuar complicadísimos juegos de destreza, que presuponen una gran capacidad de aprendizaje, sólo en muy contados casos se encuentran perros de pura raza; no es, ni mucho menos, porque un perro sin casta sea más barato, ya que por los perros de circo dotados de talento se llegan a pagar cantidades astronómicas, sino, más bien, a causa de las cualidades psíquicas que caracterizan al perro artista. Además de un superior grado de inteligencia y de capacidad de aprendizaje, son, en especial, el menor nerviosismo y la mayor aptitud para soportar estados de tensión, propios del perro bastardo, los que hacen posible sus ejercicios, exponentes de un superior rendimiento. Así, pues, no es casualidad que la más bella descripción del alma canina -en la obra Herr und Hund, de Thomas Mann- se refiera a un bastardo, a un perro gallinero.

Algo que conocimos acá en Chile sobre la recién descrita situación, por lo demás, con el caso de la Compañía de Perros Comediantes del Profesor Tenof en los años veinte, quien por largo tiempo se presentó en el país y que acabó reemplazando todo su elenco de canes artistas por perros quiltros recogidos en Linares, algo que llamó la atención de cronistas como Daniel de la Vega y que sirvió al propio domador para promocionar sus shows, al retornar a Santiago con casi 30 canes mestizos entrenados para su nueva temporada.

Niñas "de medio pelo" (según el autor) tomando mate y con lo que aparenta ser el respectivo quiltro a sus pies, en grabado publicado por Recaredo Santos Tornero en su “Chile Ilustrado” de 1872.

El niño Fidel Muñoz Cano, ganador de un concurso infantil de revista "Zig-Zag", junto a su perro Fausto. Imagen publicada por el mismo medio en 1905.

Perros callejeros en un acto público de apertura de juegos recreativos populares en Playa Ancha, en marzo de 1907, con presencia del propio alcalde a la cabeza del público y dirigiendo las actividades. Imagen publicada por la revista "Sucesos".

Siempre seguiremos teniendo un quiltro callejero metido en los actos públicos, como este, durmiendo entre las autoridades civiles y militares del acto de Conmemoración de la epopeya del 21 de mayo, en el monumento de Mapocho a los héroes de la "Esmeralda", en 2013. Estamos tan acostumbrados a las travesuras de estos canes que ya ni siquiera molestan. De hecho, el de la imagen se llevó varias caricias de los invitados durante el emotivo y solemne acto, sin que alguien se sintiera incomodado con su presencia.

Volvemos al texto de Lorenz, esta vez pasando a relacionar su exposición con experiencias personales, como sucede varias veces en la obra de marras:

De entre todos mis perros, uno sólo era realmente un pura sangre, un auténtico ejemplar una exposición: el pastor alemán Bingo. Era en verdad un tipo noble, un caballero sin tacha y sin miedo, pero en cuanto a sensibilidad y a complejidad de la vida psíquica estaba muy lejos de parecerse a mi perra de pastor alemán Tito, hija natural de los bosques y prados, sin árbol genealógico alguno. Mi bulldog francés poseía, es cierto, un árbol genealógico, pero era decididamente un producto de desecho: el cuerpo demasiado grande, el cráneo y las patas demasiado largos, el lomo demasiado horizontal, y, no obstante, estoy convencido de que ningún ejemplar de esta raza, ni siquiera un ganador de concursos, hubiera podido poseer los valores psíquicos de mi Bully.

Por triste que resulte, es innegable que una severa selección de caracteres físicos no es conciliable con una selección de caracteres psíquicos. Los ejemplares que responden a todas las exigencias de uno y otro signos son demasiado escasos como para establecer, a partir de ellos, la base de una raza. De la misma manera que no conozco un solo sabio auténtico que recuerde, aunque sea de lejos, a Apolo, ni una mujer que personifique la belleza ideal y esté dotada de una inteligencia algo por encima de lo normal, así tampoco conozco ningún campeón de una raza canina cualquiera al que me gustaría tener como perro mío. No quiero decir con ello que estos dos ideales de distinta orientación se excluyan necesariamente uno a otro: no se comprende por qué un perro de raza, excepcionalmente hermoso, no puede estar dotado asimismo de excepcionales cualidades psíquicas; pero cada uno de estos ideales es ya, de suyo, bastante raro para que no resulte harto improbable encontrarlos reunidos en un mismo ejemplar.

El desprecio de Lorenz a la “perfección” canina y al alejamiento de sus características “salvajes” se hace evidente en el libro, entonces. De esta manera, se refiere a su terrier escocesa Ali, cuya raza ya iba perdiendo tales virtudes y cayendo en la “decadencia psíquica”. La perra había quedado un poco maltrecha años antes, tras caer de un árbol mientras perseguía un gato:

Ciertamente que mi rebelde Ali, con una oreja surcada por una cicatriz, no hubiera tenido posibilidad alguna de triunfar en una exposición canina frente a todas estas sofisticadas beldades. Pero, en contrapartida, estas pasan con la cabeza baja, en actitud sumisa, por delante de perros que hubieran escapado lloriqueando ante mi Ali.

Empero, no todos los autores con tan apasionada visión del conocimiento de la fauna participando en el desarrollo humano, han dedicado tales grados de observación al elemento canino en la historia de las civilizaciones. Fue el caso del también reputado escritor, zoólogo y antropólogo alemán Herbert Wendt, por ejemplo y contra lo que pudiese esperarse: menciona sólo a la pasada a la presencia del perro en su interesante obra póstuma de 1980, titulada “El descubrimiento de los animales. De la leyenda del unicornio hasta la etología”. A pesar de encontrar relaciones culturales con las bestias más inverosímiles de la fauna universal, pues, el destacado naturalista no se esforzó demasiado en las que nos vinculan con los cánidos domésticos y menos aún con los mestizos, los parias o dalits de la zoología urbana, tal vez por encontrarlas muy obvias o profanas al objetivo de su magnífica investigación allí plasmada.

Puede que, a fin de cuentas, un proceso de valoración y cotización del quiltro nacional inspirado en enfoques internacionales como los de Morris o Lorenz, cruzada que lo sacaría del abandono en las calles y evitaría tantos problemas de convivencia actual con la especie, sea una tarea de largo, larguísimo plazo… Un proceso cultural paulatino y profundo, de enorme esfuerzo y, como es obvio, con algunas características objetivas cuyo grado de quimerismo revelará el propio transcurso del tiempo.

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