LOS LADRIDOS DE LA CONQUISTA ANTÁRTICA

Un oficial de la Armada de Chile junto a su perro, en la Base Arturo Prat del  territorio antártico, en fotografía de 1958, Editorial Zig Zag. Los perros fueron una compañía no sólo necesaria, sino que además muy querida en la conquista de territorios extremos.

Los perros de trineos de las conquistas y hazañas polares han sido casos especialmente asombrosos para la historia. Conocida es la historia de Balto, por ejemplo, un husky siberiano oriundo de Nome, Alaska: cuando aún era un cachorro ayudaba a los niños al llevar comida hasta esta localidad, hacia 1920, pero fue durante la terrible epidemia de difteria que hubo allí en 1925, cuando ganó su nombradía. En medio de una tormenta relevó en el liderazgo a su congénere Togo y condujo en la última etapa al numeroso equipo de canes que lograron llevar a tiempo los medicamentos encargados al escuadrón del expedicionario noruego Gunnar Kaasen. Los heroicos perros vencieron las dificultades climáticas en la llamada Carrera del suero de Nome o Gran Carrera de la Misericordia, de la que Balto y su gesta se convirtieron en venerados símbolos históricos.

En el caso antártico, desde que se iniciaron las primeras incursiones internacionales los perros acompañaron a los aventureros ya sea como parte de la tripulación de los navíos, como tiradores de los trineos, como guías entre las barreras de hielo, como cálidos compañeros de viaje e incluso como comida en momentos desesperados, si revisamos el destino que tuvieron en la peor hora de la famosa y fallida Expedición Imperial Transantártica de Shackleton de 1914 a 1917, por ejemplo.

Incluso en el famoso rescate de aquella última expedición británica, acción comandada por el piloto chileno Luis Pardo en pleno invierno austral, iba a bordo de la mítica "Yelcho" un perrito llamado Pepe de sólo nueve meses, mascota de la tripulación y cuya presencia fue celebrada en la prensa de esos años, como se verifica en la revista "Sucesos" en octubre de 1916. Esto lo convierte en otro de los canes pioneros en la historia de la conquista del continente polar.

Las expediciones militares argentinas posteriores crearon una llamada raza antártica o polar argentina, también para tirar trineos y servir de guías, surgiendo de cruzas de husky siberiano, alaskan malamute, spitz manchuriano y groenlandés. Ocasionalmente, en momentos de apremios, fueron usados también como alimento para humanos u otros animales. Sin embargo, el cumplimiento del Tratado Antártico de Protección del Ambiente llevó a que estos magníficos canes debieran ser trasladados hasta el continente, en donde se extinguieron irremediablemente en los años noventa, de modo que el perro antártico argentino pasó a ser parte del rico legendario del Continente Blanco.

Si bien los perros habían llegado ya con los loberos y balleneros que instalaron sus plantas y muelles dentro del área antártica, las bases de diversas banderas requerían de caniles completos en sus instalaciones a medida que se levantaron en tierras inhóspitas y despobladas del continente blanco, esas en donde hasta la soledad bosteza. Su presencia allí fue, además, parte de la inspiración para el argumento de un pavoroso y célebre cuento de 1938 ambientando en la Antártica del autor estadounidense John W. Campbell, bajo el seudónimo de Don A. Stuart, titulado “Who goes there?” (“¿Quién anda ahí?”), cuya principal versión cinematográfica es el terrorífico y famoso filme “The Thing” (“La cosa” o “El enigma de otro mundo”) de John Carpenter, rodado décadas después.

En lo que respecta a Chile, gracias a insistencias de los primeros expertos geopolíticos como el general Ramón Cañas Montalva y el profesor Julio Escudero Guzmán, el presidente Pedro Aguirre Cerda y el canciller Marcial Mora Miranda establecieron los límites del Territorio Chileno Antártico por decreto firmado el 6 de noviembre de 1940, entre los meridianos 53º y 90º. De inmediato, comenzó un frenesí de aproximación cada vez más estrecha con el continente, con proyectos de fundación de bases y de exploraciones de la geografía prístina y casi desconocida de grandes extensiones en estos miles y miles de kilómetros cuadrados de hielos.

Como era de esperar, los perros encontrarían varios puestos de trabajo en aquellas iniciativas, en especial de la mano de las misiones del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea de Chile en la zona.

El escritor y diplomático Miguel Serrano dedicó palabras a uno de aquellos perros que, por escapar de un tiro de arma de fuego al aire en una ocasión, se perdió y desapareció durante la aventura antártica de 1947-1948 que inspiró su libro “Quién llama en los hielos”. En sus "Memorias de Él y Yo", recuerda también que el perro mascota de la fragata "Covadonga" de la Armada de Chile, durante aquella expedición antártica, se llamaba Chamaco y la tripulación editaba a bordo una revista artesanal con su nombre y retrato en la portada. De este modo, no sólo perros tiradores de trineos visitaron la Antártica en aquellas excursiones, sino también los que eran parte de las tripulaciones de las naves.

En el primer libro mencionado, encontramos algunas referencias más de Serrano a los perros que acompañaban la expedición chilena, de la raza magallánica, aunque se sabe había también algunos quillotanos en aquel grupo:

En uno de los botes descendió el capitán S. acompañado de toda la jauría. Llevaba los perros a un islote abrupto, situado en el costado del canalón que separaba la gran barrera de la base. Los dejaría ahí para que se alimentaran. Los perros eran de pelambre gruesa, parecidos a lobos. No eran perros de nieve como los que utilizan los ingleses y norteamericanos en ambos polos, sino perros criollos, adquiridos en Punta Arenas. Pensábase poder emplearlos por este año. Se les enseñaría a tirar del trineo.

Otro testigo privilegiado de aquella epopeya antártica, Oscar Pinochet de la Barra, informaba de lo que sigue en su obra "Base Soberanía y otros recuerdos antárticos":

La delegación militar la encabezaba el teniente coronel Gregorio Rodríguez Tascón, de enorme simpatía y baja estatura, que luego fue para sus amigos nada más que Goyito. Estaba orgulloso de cinco perros esquimales traídos especialmente del Ártico. No cualquier perro tira un trineo y el mayor Eduardo Saavedra ya lo había aprendido el año anterior con sus perros puntarenenses, al internarse en la meseta antártica y tener con ellos mil dificultades, por lo indóciles y malos para el frío. También mostraba con satisfacción un trineo adquirido en los Estados Unidos que, por sus características, superaba ampliamente al pesado armatoste del año anterior.

Refiriéndose un poco más a aquellas duras condiciones que debieron enfrentar esos primeros perros magallánicos, agregaba Pinochet de la Barra:

No fue un invierno apto para las excursiones al interior del continente, faltos de trineos y con diez perros traídos de Punta Arenas, que murieron de frío o retornaron al estado salvaje y hubo que sacrificar. La dura experiencia del mayor Saavedra del verano anterior se tomó en cuenta. Pero, como dije antes, el teniente coronel Gregorio Rodríguez llevó ese verano un trineo norteamericano y perros esquimales, que luego sirvieron par desarrollar un plan de reconocimiento por la Península Antártica hasta llegar al mar de Weddell.

Por su lado, el también testigo y protagonista de aquellas primeras aventuras antárticas, Oscar Vila Labra, había dejado constancia de la abundancia de perros disponibles entre los británicos establecidos en el sector de Bahía Margarita, en su obra "Chilenos en la Antártica" de 1947:

Este recodo de la Isla Stonington, por su ambiente, parece ser una caleta de un Continente civilizado. Una barcaza y dos o tres botes dormitan en la playa, en espera del momento en que han de echarse al mar. Tendidos, más allá, hay toboganes y trineos, y los perros -121 en total-, hermosos canes de tierras polares, nos reciben con el júbilo de sus ladridos.

El perrito Pepe y la tripulación de la "Yelcho" del piloto Pardo en 1916, en la revista "Sucesos". Fuente imagen: Memoria Chilena.

Perro inglés de la Isla Stonington, en imagen publicada por Vila Labra en "Chilenos en la Antártica", en 1947.

Los perros siberianos incorporados en 1950 a los equipos militares chilenos en la Antártica, en la Base O'Higgins. Publicado en el documento expositor "Importancia y proyección del Ejército de Chile en el Continente Antártico", del Centro de Asuntos Antárticos del Ejército de Chile.

Trineo con perros en los hielos alrededor de la Base Arturo Prat. Imagen publicada por la revista "Ercilla", en 1961.

La revista "Chamaco" era producida artesanalmente en los años cuarenta por la tripulación de la fragata "Covadonda" de la Armada de Chile, como confirmó Miguel Serrano en su viaje a la Antártica de 1947-1948. Tenía el nombre del perro mascota de la nave. Imagen publicada en el volumen 2 de sus "Memorias de Él y Yo".

Hay mucha información interesante sobre los perros llevados a la Antártica en el artículo del académico Mauricio Jara Fernández, titulado “Los perros de la Base O’Higgins, 1970-1974: fieles y útiles acompañantes en el ‘plateau antártico’” (Cuaderno de Historia Militar N° 9, diciembre de 2013):

De un total de 10 perros embarcados al zarpar el 1 de enero de 1948 en Punta Arenas, todos ellos llegaron "sanos y salvos" a la Base Prat en la isla Greenwich, islas Shetland del Sur, y fueron acomodados en las inmediaciones de esa base a la espera de que se construyese la Base O'Higgins. Ese número inicial se disminuyó de la siguiente forma: el primer perro en fallecer fue el llamado Lobo a consecuencia de ahogarse en el mar y su muerte imprevista fue muy lamentada porque de él se esperaba que fuera el perro líder en el arrastre del trineo; a los pocos días, le siguió el desaparecimiento del lanudo perro Pudeto, que entre otras cosas había sido donado por el general Cañas Montalva; un tercero fue donado por Schmidt al teniente naval Araya y se quedó en la Base Prat; un cuarto perro fue obsequiado a la nave Rancagua en señal de agradecimiento por la excelente atención brindada; y el quinto perro, llamado el Cojo fue regalado por el teniente Araos y se presume que terminó permaneciendo en la Base Prat. En definitiva, a la Base O’Higgins en febrero de 1948, llegaron únicamente 5 perros magallánicos.

Como se ve en los testimonios citados, el desempeño de esos primeros perros no resultó como se esperaba, pues no servían para el arrastre, a lo que se sumó el que fuera imposible implementar por entonces el criadero de canes que se esperaba disponer en la base. Como solución, y por sugerencia del capitán Hugo Schmidt Prado, el Ejército de Chile adquirió los perros polares comprados en Alaska y enviados a la Base O’Higgins.

Si bien al principio aquellos canes eran alimentados con restos de carne de foca y sobras de las mesas, con el tiempo se hizo necesario realizar caza de alimento para ellos y, más tarde, considerar su comida entre las provisiones de cada dotación para mantener la paz con los ecosistemas antárticos, ya que las focas empezaron a desaparecer de los alrededores de las bases. En 1967, incluso se realizaron expediciones sugeridas por el Departamento Antártico con el principal objetivo de conseguir recursos alimentarios para los perros. Había atención nutricional especial para las perras preñadas, además.

Los perros sirvieron para insistentes y afanosas exploraciones, hasta que un accidente le costara la vida a los tenientes Sergio Ponce Torrealba y Óscar Inostroza Contreras, el 12 de agosto de 1957, tras caer con su trineo y sus canes a una grieta. El trágico suceso llevó a la disminución de los programas de exploración por parte de Chile. El reemplazo de los trineos por motonieves también hizo cada vez menos necesarios los grandes caniles en las bases del continente antártico. Aun así, en enero del año siguiente al de la tragedia, como parte de las actividades chilenas del Año Geofísico Internacional, participarían dos equipos más de perros a cargo del capitán Óscar Fehrmann en una expedición del sector Península Luis Felipe: un team de la Base O’Higgins, compuesto por Ofqui (perro líder, al frente), Rex, Amigo, Coco, Tucho, Toqui y Arauco (perro tronco, atrás y principal tirador); y otro team de la cercana base científica Risopatrón, compuesto por los canes Pirata (perro líder), Jack, Chispo, Lautaro, Oñate, Chiriguano y Galvarino (perro tronco).

Un par de meses después, en marzo, nacieron tres cachorros que serían entrenados también en el tiro, en un sector llamado Meseta de la Infantería, cerca de la Base O’Higgins. Sus nombres eran Goyo, Buin y Ají. Por desgracia, el primero de ellos debió ser eutanasiado a los siete meses de vida, tras una riña con Oñate que lo dejó herido de gravedad. De Ají y Buin, en cambio, cuando debían entrar en servicios en 1959, se advirtió que ninguno servía de líder o de tronco para los equipos caninos. Otros dos canes nacidos en la base, Pelluco y Poroto, no alcanzaron a tener entrenamiento pues eran solo unos cachorritos, pero fueron incorporados al año siguiente al programa de instrucción.

El profesor Jara Fernández informa también de los perros de raza malemuthe-esquimo que se utilizaron en las temporadas antárticas de la primera mitad de los años setenta, aunque su desempeño era inferior al de canes siberianos o canadienses. Y no todos ellos terminaron bien sus aventuras en los hielos polares, por cierto: en 1970 debieron ser sacrificados los perros Kazan (por ceguera completa del ojo derecho), Negro (por otitis con sordera total) y Adela (por falta de desarrollo y adelgazamiento crónico). Se perdieron también la perra Alerta (fallecida de forma repentina, sin razones determinadas) y el perro Colo-Colo (muerto tras una brutal riña y heridas mortales en el cuello), según constata el académico al revisar las memorias del Ejército de Chile sobre la Base O’Higgins. Al año siguiente, a pesar de padecer diarreas y de las peleas entre los mismos perros, solo hubo dos pérdidas: Nicky (muerto de vejez y discapacidades físicas) y Ernenek (por obstrucción intestinal).

Como en 1972 había muchos perros en los corrales, el comandante decidió regalar varios de estos animales a otras bases de la Armada. Sólo un can murió en la O’Higgins ese año, según se creyó por súbito daño y enfriamiento de sus pulmones. Y continúa Jara Fernández:

Interesantísima fue la propuesta de cruzamientos para futuras reproducciones que se propuso por parte del equipo militar a cargo de la población canina y, casi con seguridad, también por el médico. Excluyendo al perro Rex que había sido regalado por la base argentina Matienzo y para el cual no se conocía su paternidad, se sugería organizar los cruzamientos de la siguiente forma: perra Actea con los perros: Alpino, Pompeyo, Chico. Perra Elea con los perros: Alpino, Pompeyo, Chico. Perra Negra con los perros: Pompeyo, Chico. Perra Pelusa con los perros: Alpino, Pompeyo, Chico.

A pesar de que los canes aún eran una gran compañía para la dotación y todavía eran mantenidos en la Base O’Higgins, su actividad en trineos ya se había reducido bastante por la introducción de los transportes más modernos. Esto explica que, en 1973, las necesidades exigían mantener allí solo un team compuesto por los perros Pompeyo, Nicky, Chico, Actor, Paikan, Negra, Actea y Bato, solo por si fallaban los vehículos de motor o por si fuesen necesarios traslados de heridos o de equipos sobre hielo frágil.

Para 1974 casi no había espacio para mantener a los canes, alimentarlos y asearlos, lo que hizo inconveniente su presencia. A pesar de todo, aún quedaban algunos de estos teams hacia mediados de los años ochenta, que involucraban sus propias demandas de cuidados y atención veterinaria.

De todos modos, su tiempo de gloria había quedado atrás, con los pasados anuarios de la historia antártica: aquella época llena de dificultades y desafíos en la novelesca épica humana en aquel continente, epopeya de la última conquista pendiente en este planeta. Y así, en consideración de aspectos medioambientales, los actuales instrumentos legislativos vigentes para la Antártica han terminado de apartar la presencia de canes en el territorio.

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