EL QUILTRO QUE DECIDIÓ EL MUNDIAL DEL 62

El perro interrumpiendo el histórico partido del Sausalito, en 1962. Fuente imagen: Daily Mail Online.

Se puede advertir, hasta hoy, una curiosidad (¿o tradición?) de nuestros estadios deportivos: que hay muchos perros comunitarios viviendo en canchas o campos de fútbol y que, de vez en cuando, aparecen para estropear algún partido con su alegre inocencia derramada sobre el pasto del respectivo coliseo. Los recintos deportivos y sus llanos suelen ser, además, de una atractiva tentación para los perros aburridos y advenedizos; casi una seducción irresistible.

A veces, cuando no se trata de canes forasteros ni aparecidos sino de visitantes regulares de aquellos recintos, estos perros acaban acogidos allí y tomados como virtuales emblemas o mascotas corporativas por los seguidores de cada sede deportiva. Fue eso lo que sucedió con un divertido can que, por su uniforme color, fue llamado Chocolate, habitante del Club de Campo de Cobreloa que llegó a ser muy estimado entre la hinchada del equipo de Calama. El celebérrimo perro, amigo de los niños y que gustaba de perseguir las pelotas en los partidos recreativos murió hacia el verano de 2014, desangrado durante una noche a consecuencia de lo que pareció ser un ataque de otros perros que merodeaban el mismo sector.

En una categoría parecida a la de aquellos perros-estandartes deportivos, hubo un quiltro huacho chileno infiltrado en el estadio Sausalito de Viña del Mar, que alcanzó fama internacional al invadir la cancha en un día trascendental de la Copa Mundial de Fútbol de 1962. El hecho ocurrió en el partido de cuartos de final entre las selecciones de Brasil e Inglaterra, arbitrado por el francés Pierre Schwinte, con casi 18 mil espectadores presentes y un planeta expectante. Debe ser una de las historias más conocidas y difundidas de quiltros chilenos y, en general, de perros relacionados con chascarros deportivos.

El partido tuvo lugar el 10 de junio de 1962. Poco después de la mitad del encuentro y cuando el marcador arrojaba un tenso 2 a 1 favorable a Brasil, de pronto se metió un perrito al pasto que obligó a suspender el partido algunos minutos. Era un can negro, un tanto felpudo y de orejas caídas, de tamaño medio más cerca de ser pequeño. Llamado Bobby y Bob por algunos, de carácter vivaracho y enérgico, escapaba de los jugadores que intentaron acercarse para sacarlo de la cancha entre miles de risas del público. La persecución se mantuvo hasta que la joven estrella deportiva británica Jimmy Greaves se puso en posición de “cuatro patas” y, de manera cariñosa, llamó al perro para engatusarlo, consiguiendo que cayera en la trampa y se le acercara con timidez. Greaves aprovechó la oportunidad y se arrojó sobre el manso quiltro, que fue dejado en manos de un funcionario, el que lo sacó en brazos desde allí. Sólo así regresó el orden al campo deportivo.

Continuó el partido pero, sin que alguien pudiera preverlo, la hinchada de Brasil había interpretado como cábala o presagio de buena suerte al incidente con el perro, que había orinado la camiseta de Greaves cuando este se le había lanzado encima, reacción frecuente en los perros pequeños o asustadizos. El mismo delantero reconoció después la desagradable situación, que de seguro ofendió sus rígidas circunspecciones británicas, para peor en una época en que no había posibilidad de cambios de prendas durante un partido. Así, “meado de perro” como dice la tradición supersticiosa, quedó echada la mala fortuna de su equipo inglés…

Pocos minutos después del incidente, otra vez Mané Garrincha con uno de sus certeros disparos desde fuera del área, puso el tanto definitivo y aseguró la clasificación del Scratch du Oro a semifinales. El aturdidor marcador de tres goles contra uno mandó a la selección inglesa de regreso a la isla de Albión y al impertinente Bobby hasta los salones de la inmortalidad. De inmediato, entonces, los brasileños comenzarían a pedir que se ubicara otra vez al perro, convencidos de que su intervención accidental había influido de manera sobrenatural en el resultado del encuentro, tal vez más por jugarreta que por auténtica certeza. Insistieron hasta que por fin los organizadores lograron ubicar al travieso Bobby.

Garrincha, quien en los hechos se convirtió en la estrella del equipo ante la temprana lesión de Pelé, desde el principio consideró también que la invasión de Bobby en el encuentro había sido su golpe final de buena suerte, y parece que no estaba muy equivocado: en la semifinal Brasil derrotó a Chile por 4 a 2 y en la final venció por 3 a 1 a la poderosa Checoslovaquia. De este modo, la escuadra del gran país amazónico alzó orgullosa la copa de los campeones de 1962.

Con el triunfo rotundo de Brasil, el perro acabó ovacionado por los devotos de la verdeamarela y fue llevado en el propio avión de la selección hasta su país, junto a la copa. Según cuentan fue bautizado como Bi, pues el triunfo de 1962 en Chile convirtió a los brasileños en Bicampeones Mundiales. Varias leyendas se tejieron sobre el mismo animalito, a partir de entonces.

Bobby en la cancha del estadio Sausalito. Fuente imagen: sitio de T13.

Momento en que Greaves logra atrapar al travieso Bobby. Fuente imagen: Datosfreak.org.

Garrincha con el perro estrella. Fuente imagen: Encancha.cl.

Así recordaría este episodio, insólito para el mundo pero muy comprensible en el Chile tan perruno de siempre, el periodista deportivo Julio Martínez Pradanos, escribiendo como Jumar y bajo el título "Migajas" de la revista "Estadio", edición del 5 de julio de 1962 y con los hechos descritos aún frescos:

OCURRIÓ en el partido de Inglaterra y Brasil en Sausalito. Estaban uno a uno y los campeones no las tenían todas consigo. Los ingleses jugaban bien, con mucho aplomo e inquietando a Gilmar. De pronto se produjo un imprevisto cuando entró un perro a la cancha y hubo necesidad de suspender las acciones. Un jugador británico se acercó al "visitante", lo acarició en sus brazos y logró convencerlo de que se trataban de una Copa del Mundo... Total, se perdieron casi dos minutos y de ahí para adelante Brasil levantó considerablemente su juego, como si hubiese empezado un partido nuevo. Dos goles sucesivos de Garrincha y Vavá y se acabó el campeonato para los ingleses. Los cronistas brasileños hicieron hincapié en el detalle y ahora resulta que de Brasil solicitan el perro para tenerlo como recuerdo... Y pagan cualquier cosa con tal de llevarlo a Río de Janeiro.

Años después, entrevistado para el artículo “Los Mundiales de mi vida: Julito Martínez hace memoria” del periódico santiaguino "El Guachaca" del 5 de junio de 2006, volvía a traer del recuerdo aquel incidente, aunque repitiendo un pequeño par de erratas:

Los ingleses quedaron estupefactos. "Oh, ¿pero cómo puede entrar un animal a la cancha?" En Chile eso no era raro, si entran perros a cada rato. Hay una ceremonia en La Moneda y aparece el perro al lado de la banda. Esta vez, fue Garrincha el que lo sacó, y ocurrió que cambió el partido; Brasil terminó ganando. Y los brasileños son tan supersticiosos que se llevaron el perro. Tuvieron que hacer muchas gestiones. ¡No es fácil sacar un quiltro del país! Lo tuvieron como mascota hasta que murió. Hoy está en un museo. ¡Así son los brasileños!

Pese al estatus de celebridad alcanzado por Bobby, cierta versión dice que el perro que se llevaron a Brasil no era el verdadero del incidente, sino uno parecido que pudo encontrarles la dirigencia chilena cuando se pidió ubicarlo encarecidamente tras el partido (ver páginas editoriales del diario "El Mercurio" del viernes 1 de junio de 2012). De todos modos, la escena y su desenlace recorrieron todo el mundo desatando un eco casi de coleccionismo, que hasta hoy no ha cesado de crujir en los medios de comunicación y las miradas retrospectivas de las leyendas más sabrosas de los Mundiales de Fútbol, especialmente las que involucren canes traviesos.

Cuenta una historia que otro perro, esta vez de raza collie, se metió también en el Sausalito el 13 de junio, cuando Checoslovaquia ganó a Yugoslavia por una de las semifinales del torneo. De ser cierto, esto haría del Mundial de 1962 una de las copas más “aperradas” de la historia. Sin embargo, las hazañas y leyendas de perritos chilenos que asumieron un papel protagónico en un Mundial de Fútbol se vieron opacadas en el siguiente encuentro mundialista, por la buena intervención de otro famosísimo can: Pickles. Esta mascota se convirtió casi en un héroe del mundo deportivo luego de resolver por accidente el robo de la copa del Mundial de Fútbol de Inglaterra de 1966, al hallarla entre unos matorrales durante un paseo con su amo.

La relación de los perros con el máximo encuentro del fútbol planetario, sin embargo, no ha sido siempre positiva: en los preparativos del Mundial Rusia 2018, por ejemplo, hubo denuncias del Comité de Protección Ambiental de la Cámara de ese país, acusando un masivo exterminio de perros callejeros de la ciudad cuando ya se aprestaba a recibir a los miles y miles de turistas. Paradójicamente, la mascota oficial de aquel mundial era un lobo con mucho aspecto de perro, llamado Zabivaka.

América Latina ha seguido siendo generosa en regalar estas divertidas y turbulentas situaciones en que alegres perros, tentados con ese hermoso llano de verdor para correr y jugar, ingresan a las canchas del deporte favorito del continente. Hay casos documentados en Brasil, Argentina, Colombia, Bolivia y acá mismo en Chile, varias veces más después de Bobby. De hecho, con el tiempo este problema parece haberse vuelto más y más frecuente, y aun así no pierde su encanto y capacidad de sacar sonrisas, o de distender con su imprevisto relajo las presiones del momento, además, dar argumento a algunos de los videos más graciosos dentro de la cultura futbolística. Sirva de ejemplo sobre esto el que, en octubre de 2017, se hizo famoso un negro can ante las cámaras y el público, que se robó el banderín del córner en un partido de la ciudad de Tocopilla. El perro fue perseguido en vano por el árbitro juez de línea y uno de los arqueros, lo que obligó a detener el encuentro mientras no se recuperara la señal, con las risas de los presentes que les gritaban a coro “¡ole!” en cada intento vano de atrapar al pícaro perro.

Ninguno de aquellos intrusos en las canchas deportivas logró, sin embargo, la trascendencia y simbolismo que alcanzó el quiltro oscuro de la Copa Mundial de Fútbol de 1962, en el Sausalito.

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