PRESENCIA PERRUNA EN CREENCIAS, MITOS Y SUPERSTICIONES

 

Famosa ilustración de familia mapuche (araucanos) publicada por el naturalista francés Claudio Gay, con su respectivo perro "de mala raza" acompañándolos. 

Más allá de las travesuras y entretenciones fraternas, la relación de niños y perros se anuda también en alcances mágicos y de fe popular, que forman parte de otra gran esfera de tradiciones relacionadas con el folclore perruno. En la zona de Parral, por ejemplo, las abuelitas tejían collares con pelos de perro choco o crespo para colocarlo en el cuello de niños a los que le estén saliendo los dientes para que no se enfermen, de acuerdo a lo que reporta Julio Vicuña Cifuentes en su libro sobre supersticiones y tradiciones del país.

Sabemos también que, en ciertas zonas del campo chileno, se presume que la presencia de un perro en una casa y especialmente en aquella donde haya un recién nacido, funciona como una suerte de prevención para la integridad de sus miembros y del bebé, que es quien más la necesita por su vulnerable condición, otra vez aludiendo a esa supuesta capacidad implícita de ciertas mascotas de poder interactuar con planos espirituales y extraterrenales, prolongando hasta ellos su poder de vigilancia y de hacer guardia.

A mayor abundamiento, las guaguas o “angelitos” son seres de luz constantemente acosados por fuerzas malignas en el entendimiento del folclore, además del asedio de patologías extrañas, para santiguadoras y meicas, como el espanto, el mal de ojo y el empacho. Empero, de alguna forma los perros también logran asustar y echar a las entidades invisibles en las casas, portadoras de los perjuicios que intentan infringir las fuerzas malignas a estos neonatos y de vez en cuando a algún adulto. Verlos ladrando furiosos hacia la oscuridad vacía o a la nada junto a las rejas de la huerta, es evidencia de esta propiedad. A los gatos, en tanto, se les conceden atribuciones parecidas, pero en su caso tienen más bien el don de “ver” el mal y de anticiparlo, gracias a la virtud de poder advertir presencias que los ojos humanos no logran, funcionando como una especie de alerta o detector en las mismas creencias.

Hay antecedentes muy antiguos de las supersticiones sobre la relación mágica de los perros con los hombres, aunque los canes no siempre terminan bien parados en ellas. Claudio Gay, por ejemplo, dice algo interesante sobre las prácticas mapuches que involucraban a estos animales tan afincados en la sociedad indígena, aunque él no les reconocía condición nativa:

Estas razas son muy comunes en todo Chile y aún entre los araucanos, que las asocian en ciertos machitunes; así cuando hay cualquier enfermo en alguna de sus chozas, los parientes tienen la costumbre de alejar con el mayor cuidado a estos animales y de conducir a algunos a una angostura vecina, para celebrar una ceremonia que termina siempre con la muerte de estos perros; los cuelgan enseguida de un árbol cercano con la intención, dicen ellos, de impedir a los espíritus malignos entrar en este estrecho pasaje y llegar hasta el enfermo. En estas mismas comarcas se hace gran caso de los mismos animales de pelaje blanco, porque su lana, que amarillea mucho menos que la de los carneros, sirve para bordar mantas e iquillas.

Como se puede observar con los descritos ejemplos, el perro también logra alcances misteriosos y determinantes en el activo imaginario popular casado con las cuestiones sobrenaturales. Abundan en esas selvas de folclore, por lo tanto, los perros diabólicos, los hombres-perros y las supersticiones asociadas a aullidos o ladridos. Los perros negros, por ejemplo, pueden ser entes venidos de un mundo tenebroso y paralelo, si aparecen por las noches y rodeados de circunstancias extrañas; y para algunos el acto de no asistir a un cachorro que es encontrado abandonado en un camino dejándolo a su suerte, puede ser condena instantánea de infortunio a corto plazo, como un verdadero karma.

En procesos judiciales ejecutados en julio de 1953 en Valdivia por un parricidio entre mujeres mapuches de la zona, se testificó también que la aparición fugaz de un extraño perro colorado era considerada anticipo inmediato de la muerte de un infante y de una extraña dolencia en que el vientre de las mujeres se hinchaba como si ella estuviese embarazada, luego sintiendo vinagreras. Este asombroso y brujeril caso es tratado por Alejandro Lipschutz en “Perfil de Indoamérica en nuestro tiempo”.

En otras creencias, el Diablo llega a castigar o poseer a los humanos convirtiendo al condenado en un perro, como recuerda Plath en un artículo de su autoría titulado “El perro y el pueblo chileno”. Además, según una leyenda pasada a las crónicas (o viceversa), el padre jesuita Nicolás Mascardi, infatigable buscador de la Ciudad de los Césares, en el siglo XVII aplicó la imagen de la reliquia de San Ignacio de Loyola para romper el maleficio de un hechicero oscuro a una india adolescente de 14 años, en el convento de la Misión de Buena Esperanza cercana a Chillán, haciendo que el Diablo saliera de su oído izquierdo en forma de un enorme perro negro.

En las casas y recintos en donde haya perros también es difícil que lleguen a molestar gnomos y duendes. A su vez, cuando el soberano señor del Pandemónium se presentaba en los campos y las haciendas adoptando la forma de un rico y elegante huaso latifundista, los perros lo delatan aullando frenéticamente a su paso y ladrando incluso desde la lejanía en todo el paisaje a su alrededor. Sólo se callarán cuando el Príncipe de las Tinieblas regrese a los avernos. El paso inaudible de la Muerte también excita el aullido masivo de perros, rompiendo las tranquilidades del sueño en las noches cuando esta baja a buscar algún alma, y es que los canes son buenos detectores del temido Ángel Negro.

Se ve, entonces, que los perros pueden anunciar variadas presencias malignas y peligrosas en la tradición popular y hasta se puede aprovechar la advertencia para prevenirse de aquellas entidades oscuras que ponen en desvelo a los canes. Cada vez que aúllan o lloran varios de ellos durante la noche porque el Diablo anda suelto nuevamente, deben colocarse con urgencia en forma de cruz los zapatos y evitar así los influjos de su maldad.

Para otras tradiciones, dice Vicuña Cifuentes que el aullido masivo y general también puede ser anuncio de algún temblor inminente, pues los perros los anticiparían con algún oculto sentido de su especie. Curiosamente, y más allá de la creencia, en la última seguidilla de calamidades que han afectado con tanta reiteración y ensañamiento al territorio chileno se han difundido popularmente varias noticias intrigantes e historias nuevas sobre perros, gatos, bestias de ganado y hasta ratas, que permitirían especular sobre alguna clase de talento animal que les permitió pronosticar y dar alerta a los hombres sobre fenómenos como terremotos, maremotos, aluviones y grandes incendios antes de producidos, llegando a salvar algunas vidas en estas exposiciones de capacidades aún no del todo comprendidas por nuestra humanidad. Se ha comentado alguna vez, además, de ciertos estudios internacionales que sugerirían que los avisos informando de perros extraviados en las ciudades tienden a aumentar en los días previos a algún terremoto o maremoto.

"Perro rojo", cerámica de Talagante en el Museo Histórico Nacional. Figura rotulada sólo como "cerámica moldeada y policromada" del siglo XX, de autor anónimo. El perro rojo era una figura brujeril que solía anticipar enfermedades y muerte.

En algunas tradiciones y versiones de la leyenda, la temida Calchona, mujer mitad humana y mitad bestia, asume también la forma de un enorme perro.

Figura de San Margarita de Cortona en la Recoleta Franciscana de Santiago, con el fiel perro que acompaña a la santa, siempre a sus pies.

Si los mismos perros aulladores no dejan dormir bajo una noche de Luna anunciando un sismo, o el asecho de la muerte, o el paso del propio Diablo otra vez, se debe rezar la siguiente oración precisa para llamarlos a la calma, que presenta grandes similitudes con las usadas por ciertas santiguadoras para sacar espantos:

Santa Ana parió a María,
Santa Isabel a San Juan,
con estas cuantas palabras
¡los perros han de callar!

En esos mismos casos conjurar a San Roque, el santo abogado contra las pestes, epidemias o pestilencias y que también suele ser representado como un peregrino que marcha acompañado de su perro, ha sido otro recurso eficaz entre los buenos cristianos y sus familias, para acallar a los canes que perturban el sueño y llaman al desvelo, como también se reporta en las tradiciones populares de la religiosidad:

San Roque, San Roque
que calle ese perro
antes que den las doce

Como virtual mediador de planos entre la vida y la muerte, sin embargo, el perro paga caro a veces estas virtudes que otros amantes de los misterios les envidiarían: de comunidades aymarás del norte de Chile y del altiplano de Bolivia, por ejemplo, dijo el jesuita hispano-boliviano Xavier Albó en “La experiencia religiosa aymará” que, todavía hacia la segunda mitad del siglo XX, veía cómo se sacrificaba a los canes ahorcándolos cuando su dueño había fallecido. Esta práctica funeraria se realizaba porque, de acuerdo a la creencia de estos pueblos, debían establecerse claras y categóricas diferencias limítrofes entre el mundo de los hombres vivos y los hombres muertos en una situación de duelo, incluyendo así a los desgraciados perros que fueron de su propiedad.

En el mundo andino primitivo había también sacrificios de perros en ritos funerarios, porque se suponía que el difunto necesitaba del alma de uno de ellos en su “viaje”, de preferencia uno negro, para atravesar un río que se le aparecería en el camino del más allá. El perro era ahorcado y luego cubierto por un túmulo de piedras. Al sacrificio se le agregaban llamas, que al despedido le daban compañía, lana para el abrigo y alimento en la misma ruta post mortem.

Sin embargo, desde ese mismo imaginario proviene el mito de Lamarquita, mencionado por autores como Hans van den Berg en "Diccionario religioso aymara" y Sonia Montecinos en "Mitos de Chile": corresponde a un lago negro y gigante como un océano, representando el paso al más allá y un hito necesario después de la muerte, en cuya orilla espera siempre un perro negro que ayudará o no a esos "viajeros", de acuerdo a cómo trataron a los perros durante su vida.

Cuenta otra leyenda de cierto perro gigante que se aparece en algunas zonas de Chile central. El animal salía al paso de los viajeros de montura y los acompañaba en su cabalgar sin molestarlos al principio, pero volviéndose cada vez más grande durante el viaje, hasta alcanzar el tamaño del caballo mismo, para pánico de los testigos. Y Jaime Quezada dice en “Leyendas chilenas” que en Quilleco, en la Provincia del Biobío, existía también el mito de la Chascuda, una temida y peligrosa mujer vieja que vestida de negro, se aparece a los jinetes adoptando la forma de un oscuro y terrorífico perro.

Parecido a lo expuesto recién es lo que sucede con la misteriosa bruja llamada la Calchona, que asume preferentemente una forma ovejuna pero que, en algunos lugares del país, se interpreta también como la de un can parecido a un Terranova de lanas muy crecidas, que arrastra por el suelo en su vagar, aunque sin causar males según la abundante información que aporta Vicuña Cifuentes:

Corre por el campo ladrando incesantemente, y cuando los perros la oyen, se amedrentan y prorrumpen en aullidos muy tristes. La Calchona, sin embargo, no hace daño a nadie, como lo puede asegurar el mismo informante, que se encontró con ella varias veces en caminos solitarios.

Y, como no podían faltar, los brujos de bosques y campos chilenos asumen por su lado características de perro, facultad que se les reporta en todo nuestro territorio de norte a sur, de cordillera a mar, pues porque en todo el mismo hay perros y brujos. En Chiloé, por ejemplo, zorros y perros caen en estas sospechas, habiendo sido una de las mascotas favoritas de la famosa organización brujeril de la Recta Provincia y que, supuestamente, se usaban como mensajeros. Allá en las lagunas de la Isla Grande, incluyendo algunas que se creen encantadas, suele aparecerse el mítico Trehuaco (trehua-ko, perro de agua), enorme can con cabeza y a veces cola de de pez, y genitales de caballo con los que copula con las mujeres hechiceras que lo invocan. De acuerdo a investigaciones realizadas en Concepción en 1693 por acusaciones de prácticas demoniacas, además, los indios eran “iniciados” en una cueva bebiendo orina de perro y de buey.

También procede de Chiloé la leyenda del perrito de los árboles, que habitaría dentro de los troncos de algunos coigües y tiques, saltando de improviso cuando la corteza es abierta por el hacha del sorprendido y asustado leñador. Se trata de un cachorro de color negro y brillante, muy veloz, que se pierde entre los matorrales al ver destruido su plácido y oscuro hogar.

Sabemos que en localidades como Talagante y El Monte se comentaba en la tradición oral de la existencia de un temido y soberbio brujo que, en una de sus correrías nocturnas por las cantinas, tras desafiar a un misterioso forastero llegado al pueblo que no accedió a sus exigencias de que pagara su bebida, salió a batirse a duelo con él. El avezado brujo había asegurado arrogante a su contrincante que su poder mágico no podía ser detenido ni por el Príncipe de los Infiernos, pero se equivocó y perdió, al recibir de vuelta el mismo hechizo que le había lanzado: el extraño al que había cometido el error de retar era el propio Satanás, quien detuvo y devolvió el conjuro que pretendía convertirlo en perro, y así el infeliz brujo hoy pasea aullando y sufriendo solitariamente por senderos y cerros durante las noches, esperando que el señor de las tinieblas algún día se apiade de él.

Refiriéndose a tradiciones más modernas, Vicuña Cifuentes agregaba otra usanza de nuestro pueblo: si se sale a la calle en la noche de Año Nuevo y lo primero que se ve allí afuera es alguno de los perros que andan habitualmente por ellas, esto debe ser tomado como augurio de un pronto matrimonio. Supersticiones más nuevas proponen que pisar accidentalmente heces de perro o que un can desconocido (ojalá negro) comience a seguir a alguien, también anuncia buena suerte.

Así las cosas, el perro sigue haciendo folclore y tradición todavía en épocas más modernas y en ambientes más urbanos inclusive, alcanzando también en ellos los aspectos más sobrenaturales y mágicos de las creencias populares.

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