EL ROMÁNTICO CENTINELA DEL "PILOTO PARDO"

 

El legendario navío antártico AP-45 "Piloto Pardo". Fuente imagen: Infodefensa.com.

La costumbre internacional de adoptar perros en ciertos navíos y hacerlos parte de la propia tripulación, es un patrimonio muy atesorado de las tradiciones de marinos, marineros mercantes e incluso pescadores; es decir, tanto en el mundo de la navegación civil como en la militar. Se trata de una práctica de larga data también en nuestro país, en especial en el caso de buques tipo patrulleros y barcazas. Es común en algunos puertos y muelles ver, además, a los canes que acompañan y ayudan a los amarradores o a los vigilantes en sus tareas.

Perros célebres entre los marinos chilenos han sido, por ejemplo, Pepe y luego el ensortijado Mota, en la famosa "Yelcho" del rescate antártico de 1916; el llamado Escoben, que fue adoptado por la tripulación del mítico acorazado "Almirante Latorre"; el blanco y peludo Drake, en el "Lientur"; Molo, en la "O’Higgins"; la hermosa Vulca, en la patrullera "Alacalufe"; Lock, del "Corneta Cabrales" y muchos otros que se recordarán con nostalgia dentro de la institución naval. Algunos llevaron nombres como Brecknock, Táctico, Yelcho, Jack, Iquique, Angamos, Papudo y Estopín, motes de un modo u otro siempre relacionados con su actividad o escudo. Se sabe también que algunos perros fueron utilizados como sustitutos de los radares de tierra durante los días de graves tensiones por la cuestión del canal Beagle, como lo hace notar el capitán de navío Hugo Alsina en un artículo suyo de la "Revista de Marina" en 1998.

Queda confirmado, entonces que con sus presencias en aquella rama armada los perros no se restringían solo a la compañía emocional, sino en ocasiones a razones utilitarias y bastante precisas.

Uno de estos canes privilegiados con grandes viajes y hazañas náuticas fue Piloto, perro que hacia los años sesenta formaba parte del histórico navío AP-45 "Piloto Pardo", puesto en servicio en 1958. Se recuerda que siempre lucía altivo sobre la cubierta de la nave, cual vigilante orgulloso y atento, mientras miraba soberbio la vastedad austral por la que viajaba en su casa flotante. Fue el alguna vez capitán de este navío e ingeniero naval mecánico, Sixto Bórquez Bórquez, quien trajo de vuelta un sabroso episodio en particular de la vida del perro, sucedido cuando el "Piloto Pardo" cumplía con su labor de asistencia a las comisiones antárticas de la base O’Higgins, Bahía Margarita y base González Videla, entre otras.

La historia aparece descrita en su artículo titulado “¡Oh… Britannia!”, publicado también en una edición de la Revista de Marina del año 2001:

Mientras el buque empezaba su rutina de puerto y arriaba un bote después de haber fondeado en caleta Balleneros, el perro, cumplida sus tareas diarias y parado en la cubierta de vuelo, miraba hacia tierra aguzando sus oídos pues se sentían ladridos y aullidos desde esa dirección. Los hombres de la base inglesa, que desde tierra observaban la maniobra estaban ubicados en las perreras desde donde salían los ladridos. Al medio, y aisladas del resto, se encontraban las casas de Britannia y Dafne, dos perras finas de raza husky. Luego de acariciar algunos de los animales, los ingleses se dirigieron hacia el embarcadero y luego de dar diversas instrucciones, salió una embarcación con el jefe y algunos miembros de la base que venían a saludar al Comandante del buque.

Tras aclarar en nota a pie de página que los nombres de las perras están alterados “a fin de mantener su privacidad”, el autor informa que los británicos subieron a bordo, donde fueron recibidos por el segundo comandante y por el perro Piloto, que solía saludar a las visitas que aparecían en cubierta abandonado por unos momentos su lugar alto de vigilancia en el navío. El segundo comandante, navegante de especialidad, era muy exigente sobre el aseo del perro y su presencia en la nave, además.
“El animal aceptó las caricias y movió su cola, pero a su vez sintió un olor familiar que despedían las ropas de trabajo de los hombres. Olor que le traía recuerdos de sus días de correrías y parrandas en diferentes puertos”.

Una vez en la cámara del comandante, los visitantes compartieron un café y acordaron ir con él y la dotación a cenar en la misma base antártica de Puerto Foster, en la Isla Decepción. Pero cuando abordaban el bote para volver a tierra firme, Piloto volvió a sentir aquel seductivo aroma en los extranjeros y hasta trató de abordar la nave menor para irse con ellos, por algún íntimo deseo. No obstante, “sujetado por el mensajero, se quedó gruñendo y lloriqueando”, debiendo resignarse a ver a los ingleses alejarse en su bote.

Perro inglés de la Isla Stonington, en imagen publicada por Vila Labra en "Chilenos en la Antártica", en 1947.

Trineo con perros en los hielos alrededor de la Base Arturo Prat. Imagen publicada por la revista "Ercilla", en 1961.

Al terminar los trabajos en el "Piloto Pardo", el comandante y los hombres se dispusieron a ir en un bote hasta la base inglesa. El perro los acompañaba, aunque andaba inusualmente inquieto y ansioso en esas horas en las que, por lo habitual, se dedicaba a descansar. Esto llamó la atención de los demás, que supusieron alguna clase de entusiasmo por la presencia de otros canes en tierra, allí en la base. Tanto fue así que, al subir todos al bote, el perro se apresuró a saltar al mismo y tomar un puesto en él, con tan extraña excitación que se pensó era mejor dejarlo en tierra para evitar alguna clase de alboroto o molestia que pudiese provocar el animal. Presto, el oficial de guardia exigió al mensajero bajar a Piloto y arrastrarlo de vuelta al buque. Entre gruñidos y reclamos, se lo llevaron una vez más, y así salió el bote poco rato después hacia la medianoche y sin él, rumbo al encuentro con los ingleses.

Sin embargo, de manera sigilosa y amparado por la oscuridad de la maravillosa y limpia noche polar, Piloto bajó por la escala real a hurtadillas y se metió al mar para nadar en las gélidas aguas, en la misma dirección en que había salido el bote con sus camaradas humanos. Sus motivaciones valían semejante sacrificio.

La noche había sido tranquila y, cosa rara, sin viento. El Oficial de Guardia siguiendo las instrucciones recibidas mandó temprano una embarcación con algunos presentes, que incluían limones, frutas frescas y unas botellas de vino para los miembros de la dotación inglesa. Cuando se acercaba al precario y viejo muelle de la base, el patrón reconoció una figura que le era bastante familiar y que saltaba de alegría. "¡Piloto! ¿Dónde estuviste?" El marino no entendía como el perro estaba en tierra y lo apresurado que se había embarcado. "¡Sinvergüenza! ¿Así es que pasó la noche en tierra el niño?" El motorista rascó la cabeza del perro, el que cansado y mojado se echó a dormir al lado del motor. Una vez entregado su encargo, el bote regresó a bordo y a nadie le llamó la atención que el Piloto anduviera en una embarcación y menos aún que subiera a la cubierta de vuelo a tomar el escaso sol y ...a dormir.

Nadie supo entonces lo que había sucedido con él mientras estuvo en tierra, y así terminaron en la nave las actividades antárticas prolongadas hasta el mes de diciembre, incluidos los períodos de la Navidad y Año Nuevo. Después de una recalada y asado de celebración por la conclusión de la agenda, con toda la tripulación presente en Puerto Williams, el "Piloto Pardo" partió de vuelta al continente americano y, con proa hacia Punta Arenas, dejó atrás esta larga aventura.

En el trayecto, sin embargo, el comandante comentó al segundo que un mensaje recibido desde la tercera Zona Naval le solicitaba presentarse de inmediato allá, apenas recalara la nave en puerto fiscal. Ninguno de los dos pudo adivinar qué podía ser tan grave como para motivar tal orden.

Cuando llegaron a puerto, el almirante en persona los esperaba en el muelle, quien, tras los saludos y protocolos de rigor, se marchó con el comandante en su vehículo. Una vez en su oficina, la autoridad hizo una breve exposición de los resultados, pero al terminar sacó muy ofuscado un oficio con membrete del consulado de Su Majestad Británica, lo puso en manos del comandante y soltó su reclamo:

Es por esto por lo que quería que viniera lo antes posible. Usted es amigo del señor Cónsul y en parte responsable de este desaguisado. Léalo con calma y vea qué medidas va a tomar. No quiero oír hablar más del tema, pues ya ha aparecido hasta en los diarios locales. Del resto, Bravo Zulú... salude y felicite a su gente, aunque yo lo haré personalmente antes de su zarpe a Pancho.

El intrigado comandante se retiró con la hoja y volvió al puerto. Una vez ubicado frente a sus hombres, enterado ya del contenido del oficio, procedió a informarles sobre las malas pero divertidas noticias:

….su perrito, nuestro querido Piloto, dejó la escoba en Balleneros... no solo salió del buque a visitar a sus amistades, sino que tuvo amores con las dos perras más finas que había. Y lo peor fue que después ellas no quisieron juntarse con su don Juan que habían traído desde otra base para cruzarlas... Finalmente tuvieron cachorros mestizos... Yo ya he hablado con el señor Cónsul y él ha aceptado mis explicaciones y esta noche lo he invitado con su esposa al Casino de Oficiales para limar asperezas y calmar esto que es la comidilla de la ciudad. Así es que a las 20.00 horas los espero a todos en el portalón, salvo el Oficial de Guardia... y por ningún motivo el inculpado quien no saldrá franco hasta Valparaíso. Será una reunión social para una especie de... desagravio.

Junto con confesar que ya había pasado en su época de teniente por otra experiencia parecida con una mascota de un patrullero, ocasión en la que se explicaron el incidente como algo esperable “por el gusto de las nórdicas hacia los latinos”, el comandante dio por terminada la exposición.

En compañía de sus oficiales, salieron entonces desde el muelle con una caja de bombones que iban a obsequiar a la esposa del cónsul y unas buenas botellas de vino chileno para el navegado que debía lavar resquemores y raspones provocadas por el impetuoso perro. Piloto, en tanto, permanecía castigado en el barco “amarrado a una fuerte cadena, quejumbroso y enojado”, mientras se limitaba a observar “sin poder comprender por qué algunos de sus mejores amigos salían de parranda sin llevarlo a él”.

El ex "Piloto Pardo" guardó en lo más profundo de su recuerdo estas y tantas otras historias como la del promiscuo can, luego que fuera retirado de la Armada de Chile en 1997, después de 38 años de brillante servicio antártico, y convertido a continuación en el actual navío MV "Antarctic Dream", para cruceros turísticos.

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