LA RABIA, LAS APRENSIONES SANITARIAS Y LA RESISTENCIA A MATANZAS

Fuente imagen: Centre d'Estudis Mitològics de Catalunya .

Aunque el naturalista inglés Charles Darwin confirmara la presencia de la rabia canina o enfermedad de los perros locos en Copiapó durante su visita al país, en los primeros años de organización republicana, la hidrofobia ya había sido observada en el Chile colonial por sabios como el abate Juan Ignacio Molina, según constata en su “Compendio de la historia geográfica, natural, civil del Reino de Chile” de 1776. Se sumarán, mucho después, los testimonios de Claudio Gay hacia 1835, y de Rodulfo Amando Philippi en Atacama hacia 1853.

En el siglo XIX se creía que las olas de hidrofobia podían estar relacionadas con períodos calurosos, especialmente en el mundo rural. Al parecer, la idea cundió luego de una temporada inusualmente cálida en buena parte del territorio de los Estados Unidos, que habría sido seguida por varios casos de contagios, más o menos hacia 1870. Había zonas de Chile en donde la enfermedad era desconocida, sin embargo, no registrándose casos en Tierra del Fuego todavía hacia los días de la Guerra del Pacífico.

Empero, la gran cruzada médica de los chilenos contra la rabia comenzaría recién hacia fines de aquel siglo e inicios del siguiente. Si bien se sabía de la presencia de la nefasta enfermedad ya entonces en murciélagos, zorros, ratas y conejos, inevitablemente era el perro el principal agente o vector señalado como culpable de la expansión del pavoroso padecimiento, por su estrecha vida relacionándose -para bien o para mal- con la sociedad humana rural y urbana. Las condiciones traumáticas de cada contagio por mordeduras y ataques, también hacía más grave o temido este peligro. En consecuencia, cundía la idea de que las poblaciones de perros vagos debían ser controladas con el empleo de la estricnina, costumbre que se extendió por gran parte del siglo XX aunque no siempre estuvo bien regulada ni sometida a conceptos modernos y responsables de cómo llevar a la práctica medidas radicales de salubridad

Para el año 1910 ya estaba implementada por la autoridad otra prestación sanitaria muy distinta aunque, esencialmente, puede decirse que con el mismo propósito preventivo: el Servicio de la Perrera. En el caso de Santiago, la entidad fue restablecida por la municipalidad al aproximarse el Centenario Nacional, capturando y eliminando de manera permanente y en actividad constante a los perros sin dueños conocidos o cuya agresividad fuera objeto de denuncias. Era un grueso eslabón nuevo en la larga y vieja cadena de nuestras relaciones sociales más conflictivas con "el mejor amigo del hombre", cuando aquella amistad se quebraba, además de ser criticada por su poca efectividad en el despeje de canes desde las calles, al menos en la capital.

Por cierto, hablamos de la misma época en que el reportero y viajero norteamericano William D. Boyce testimoniaba en Santiago de Chile -fuera de las grandes aclamaciones que vierte por la ciudad- la presencia de groseros vertederos de basura “en los que husmean perros escuálidos” hacia el sector bajo y arrabalero de la Alameda de las Delicias, como se lee en su relación publicada en “The Illustrated South America” de Chicago, en 1912. El peligro sanitario y de seguridad que representaban esos animales dejó más que justificado al Servicio de la Perrera en el criterio y las urgencias de las autoridades, a pesar de los recelos populares y rechazos que provocó durante toda su existencia.

A mayor abundamiento, el Servicio de la Perrera, heredero del trabajo sucio de los mataperros de antaño, nació en reacción formal a esa misma sobrepoblación canina y sus esperables contrariedades, que ya parecían permanentes en la ciudad, como recordaba Alfonso Calderón en su “Memorial del viejo Santiago”. Una larga época de persecución y, en algunos casos, de nuevas crueldades abominables, comenzaría desde entonces en la interacción de hombres y perros en Chile, volviendo a poner a prueba aquellos artículos intangibles del “pacto” cultural y emocional que rige aquella convivencia.

Desde inicios del siglo XX, además, la Sociedad Protectora de Animales que había impulsado don Benjamín Vicuña Mackenna, se hallaba bastante decaída y requería de urgentes inyecciones de recursos o de benefactores para una eventual refundación. La tarea fue asumida en 1914 por el ilustre alcalde de Santiago don Ismael Valdés Vergara, hombre de gran servicio público, voluntario de bomberos y figura de enorme valor para el progreso material y simbólico de la capital chilena, lo que le daba varios paralelismos con Vicuña Mackenna y su legado, además.

Valdés Vergara realizó una gran reunión con vecinos y personas connotadas de la ciudad para recuperar el trabajo y el espíritu de la referida Sociedad, consiguiendo aportes de algunas empresas relacionadas con venta de materiales de construcción y también algunas ayudas monetarias de firmas como la Compañía de Cervecerías Unidas, las casas comerciales Gath & Chaves y Grabe y Cía., entre otras. Con estos esfuerzos, resurge de las cenizas el 24 de agosto de 1915, constituida legalmente por Decreto N° 1.846 del Ministerio de Justicia y con el nombre de su primer fundador: Sociedad Protectora de Animales “Benjamín Vicuña Mackenna”.

La iniciativa de reponer el servicio de protección animal rindió excelentes frutos y alabadas facultades para dar acogida a perros y gatos abandonados. La gente que encontraba esta clase de mascotas en situación de calle, por ejemplo, las llevaba para su resguardo y con la ilusión de que alguien los adoptara, mientras los veterinarios otorgaban la atención médica correspondiente. Sus recursos eran obtenidos por pagos de cuotas de los socios y los aportes que llegaban de parte de benefactores u organismos interesados en hacer esta clase de gestos generosos. Hasta contaría con un centro veterinario que daba atención permanente a las mascotas, a animales heridos y, en los peores casos, para tener que eutanasiarlos y acabar con sufrimientos o agonías, especialmente los que resultaran mortalmente heridos, atropellados o con enfermedades terminales.

Tristemente y como es sabido, aquel loable servicio de protección degeneró hasta la perversidad en sus últimos años, dejando al descubierto uno de los más polémicos casos de maltrato y posible aprovechamiento económico de la tragedia de los animales abandonados.

La rabia o hidrofobia, en tanto, seguía siendo en aquellos momentos el más temido de los males que podía provocar la relación tan estrecha entre humanos y bestias. Cada vez que había alguna mordida reportada por la víctima, se debía atrapar al perro para llevarlo al Instituto Bacteriológico y confirmar si estaba infectado, siendo devastadora la noticia de un resultado positivo. La enfermedad ya había cobrado la vida del primer mártir de esta cruzada en 1926, además, cuando el veterinario Enrique Amión Ligardes contrajo accidentalmente rabia bovina, falleciendo como consecuencia de este contagio. Eulalio Fernández publicó al respecto un texto titulado "El primer mártir de la Ciencia Veterinaria", en la obra "Medio Siglo de Medicina Veterinaria. Semblanzas y Recuerdos", de 1994.

 

Siluetas mostrando la escena de un típico exterminio de perros de los siglos XVIII y XIX, según dibujo publicado en el libro “Memorias de un perro escritas por su propia pata”, de Juan Rafael Allende, en 1893.

Chistes crueles sobre cacerías de perros vagos en 1899, en "La Lira Chilena".

Chiste del caricaturista Moustache (Julio Bozo) burlándose de la ineficacia de la Perrera Municipal hacia el Centenario, después de haber sido restablecida en Santiago. Imagen publicada por revista "Zig-Zag" en octubre de 1910.

Secuencia fotográfica de "La Tercera de la Hora", jueves 23 de agosto de 1956: "En 24 horas los perros que llegan al local de su ajusticiamiento viven diversas y profundas impresiones. Tal como muestra el mosaico de abajo, el pobre quiltro, tras los alambres de su cárcel, añora la libertad de la calle, donde retozaba a su gusto; luego, el can famélico que aprovecha la mejor de las comidas en toda su vida. Y que desde luego será también la última; finalmente, el momento en que llega a su vera la mano provista de una inyección de cianuro que le dará la muerte. El perro escapa, pero bastan sólo algunas gotas del mortífero líquido cerca de la boca para que la propia lengua sea el verdugo. En dos segundos se ha ido al paraíso de los animales".

Además de los casos de niños y adultos mordidos por perros rabiosos en las ciudades, el problema en sectores rurales llegó a tal gravedad que algunas productivas haciendas debieron ser clausuradas por órdenes superiores, tras comprobarse en ellas la presencia de rabia canina. Así sucedió en noviembre de 1940 con el Fundo Santa Teresa de Jesús en Paillaco, propiedad de don Juan Bulnes, quien intentó en vano resistir aquel cierre a pesar de la plaga que se había desatado en el sur del país y de la que sus terrenos eran otro foco.

Bajo el título "La epizootia de rabia en el país", el diario "La Nación" informaba el martes 16 de febrero de 1937 que el principal núcleo urbano afectado por la hidrofobia estaba en Santiago, agregando con gran alarma:

Desde luego, debe partirse de la inconmovible verdad de que la vida de los habitantes del país debe ser defendida a trueque de cualquier sacrificio, de manera que ninguna medida ni inversión es exagerada cuando se trata de garantizar la existencia del más modesto de los ciudadanos.

(...) Tratándose de un peligro tan fácil de combatir con energía y actividad, es francamente imperdonable que aún se hayan tomado las medidas drásticas que requiere la situación. La población no puede seguir inerme y entregada a un capricho del destino, a que se cruce o no en el camino la terrífica silueta de un perro rabioso.

Sin embargo, la rabia estaba lejos de ser el único problema para el ser humano proveniente desde los perros, en aquellas décadas. En 1938, por ejemplo, la Sociedad de Biología de Concepción se quejaba en su boletín institucional de la falta de datos estadísticos relativos al gusano entonces llamado Taenia echinococcus, el Echinococcus granulosus conocido comúnmente como la tenia del perro y causante de los quistes hidatídicos. La ausencia de información confiable impedía establecer con precisión cuál era el ciclo parasitario en los animales y las fuentes de contagio de los seres humanos.

En otro aspecto crítico, al caer la industria salitrera nortina los cementerios de los pueblos calicheros cada vez más abandonados y ruinosos, comenzaron a ser saqueados por jaurías de perros cerriles que dejaban al descubierto las tumbas y la nada grata escena de los cadáveres desgarrados por hocicos hambrientos, generando otro grave problema sanitario. Un triste cuento de Joaquín Edwards Bello titulado "El quiltro Chuflay" retrataba parte de la tragedia que vivían los canes abandonados en los desiertos atacameños, cuando eran dejados a su suerte y no podían ser rescatados del aislamiento de aquellas comarcas fantasmales.

No obstante, la hidrofobia y la visión de un perro rabioso babeando espumarajos por el hocico y mostrándose enloquecido, seguía siendo la imagen más temida para los que continuaban visualizando en los perros callejeros un enorme peligro o riesgo para la población. Las pocas estadísticas habrían estado de su lado: en un interesante artículo de Enrique Laval y Paulina Lepe, por ejemplo, publicado en la “Revista Chilena de Infectología” (“Una visión histórica de la rabia en Chile”, abril de 2008), se comenta de una declaración del Servicio Nacional de Salud publicada en el diario “El Mercurio” a los pocos días de que se anunciara allí mismo un plan antirrábico para la capital en 1955, que incluía la eliminación de perros vagos en riesgo de convertirse en vectores de la hidrofobia. El texto del Servicio, publicado el 14 de junio de ese año, evidenciaba un clarísimo choque de filosofías que aún persiste sobre el tema. Establecía lo siguiente, enfatizando -de paso- el aspecto de educación ciudadana que requería tan enorme campaña de salud pública:

...no es efectivo que en Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Francia e Italia, deambulen libremente los perros en la vía pública con el único requisito de la vacunación. Ni en estos ni en otros países del orbe, se expone la comunidad a la mordedura de perros, como acontece aún, por desgracia en Santiago.

...los camiones-perrera no son una invención nacional, sino que circulan en todas las ciudades civilizadas, aun cuando el problema de los perros callejeros está en ellas muy lejos de la importancia que reviste en Chile. Tampoco es efectivo que se está haciendo uso de métodos crueles para el exterminio del perro vago. La inyección de cianuro saturado provoca una muerte instantánea y ha sido recomendada al Servicio por dirigentes de la Sociedad Protectora de Animales, que también la emplea.

En el mismo artículo de Laval y Lepe, se informa que los datos epidemiológicos de entonces (con varios casos, entre hombres y animales) reflejaban una evolución endémica de 1950 a 1959, con 52 casos confirmados en humanos, la mayoría de ellos en los años 1950 y 1955, con 11 pacientes en cada uno.

Por otro lado, vino a tener lugar una grave plaga de rabia experimentada por la Provincia de Cuyo, hacia mediados del siglo, triste situación que llegaría a encender las alertas y provocar más temor en la población chilena, con las terribles noticias que llegaban desde Argentina. Esta crisis sanitaria del vecino país pudo ser combatida y extinguida gracias a un eficiente programa del Ministerio de Salud Pública y el Ministerio de Agricultura y Ganadería, que muy probablemente hayan ilustrado a las autoridades chilenas y aportado experiencias importantes al trabajo posterior de las políticas antirrábicas.

Cabe indicar que la sociedad animalista por entonces llamada Unión Amigos de los Animales, sin embargo, informaba en esos mismos días que, de acuerdo a datos proporcionados por los jefes sanitarios del país, no se había producido un solo caso de hidrofobia durante todo el primer semestre del año 1955. A juicio de la organización y sus expertos, entonces, a la sazón no existían ninguna clase de epidemia de hidrofobia en Chile, por lo que no se justificaba la histeria que predicaban algunas autoridades al respecto.

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