UN PERRO CON ANIMITA EN LA OFICINA SALITRERA HUMBERSTONE

 

El solitario memorial de Cachupín en la oficina Humberstone.

Cachupín, o más precisamente Cachupín 2 (es presumible que compartía guardia o que sucedió a otro can con su mismo nombre), se sitúa ya al final de la historia de la gloria salitrera de los desiertos del norte de Chile: en el ocaso de su ocaso, para ser exactos. Quizá sea, por lo tanto, el último perro histórico de ese largo período industrial y minero, en el que tantos otros relatos humanos y caninos se escribieron con aquel extraño néctar épico revuelto con lágrimas y sangre.

La famosa oficina salitrera Humberstone (ex La Palma), al interior de Iquique en la comuna de Pozo Almonte, es un lugar de inmenso valor turístico y patrimonial para la región y la historia minera de todo el país. Lo que no resulta tan conocido es que, por muchos años, allí vivió una gran cantidad de perros que quedaron huérfanos de amos y varios se convirtieron en cuidadores al mando de don Isidoro Andía, último propietario particular de esta oficina y de la cercana Santa Laura.

Cuentan que don Isidoro había llevado al recinto grupos de aquellos perros vigilantes y también adoptó otros del mismo lugar, de entre esos muchos que quedaron abandonados al morir o trasladarse los antiguos pobladores de la ciudadela como había ocurrido ya en casi todas las oficinas y campamentos calicheros, para entonces. Y uno de estos canes cuidadores de las instalaciones era, precisamente, el que nos interesa: un macho llamado Cachupín, habitante y sereno de Humberstone, el símbolo más valiosos de aquella gran saga del salitre nacional.

Había sucedido que, tras cerrar en 1960 el complejo y ser adquirido por el señor Andía, era frecuente que el pueblo fantasma fuera invadido por ladrones y saqueadores, quienes robaban maquinarias, materiales y partes de estructuras de las antiguas construcciones, por lo que los perros estaban allí para intentar disuadirlos y, si no, para espantarlos con amenazas de mordiscos, además de alertar con los ladridos sobre presencias extrañas. La ilusión de restaurar la explotación del yacimiento calichero era una total quimera a esas alturas, por lo que la paralización de los trabajos contribuyó más aún al deterioro y destrucción de las vetustas instalaciones, a pesar del interés de muchos en preservarlas.

Así sucedió que, en plenas Fiestas Patrias de 1968, un grupo de cacos ingresó de manera furtiva al recinto de Humberstone y, como era de esperar, fueron descubiertos por los perros cuidadores de don Isidoro, que corrieron ladrando hacia los intrusos. Trágicamente, uno de ellos acabó asesinado por un malhechor: ese era Cachupín. Poco después, se levantó una cruz con su nombre en el lugar de su desdicha, hacia el fondo, atrás del campamento y junto a los galpones de los talleres. La cruz lleva una inscripción en donde se lee: “Cachupín 2. Murió cumpliendo su deber. 18-9-68”.

Trabajadores salitreros y sus familias, en una oficina  de la industria del nitrato, hacia el 1900. Detalle de un trabajador jugando con un perro. Fuente imagen: Biblioteca Nacional Digital.

Poblado salitrero de La Noria, cerca de Pozo Almonte, en sus años de prosperidad, hacia 1910. Se observa en sus calles un grupo de niños acompañados por un infaltable perro.

Sector en donde se encuentra el memorial de Cachupín, entre los canchones del antiguo trabajo salitrero.

Restos de una vieja locomotora, cerca del mismo sector de los canchones y las máquinas.

Los detalles de esta interesante información relativa al perrito mártir de Humberstone y su cruz funetaria son una deuda que hemos contraído con el investigador pampino Ernesto Zepeda, gracias a la intermediación del fotógrafo y difusor patrimonial Ricardo Pereira Viale, personas versadas en la historia de la célebre exsalitrera. No nos ha sido posible confirmar, sin embargo, si la mascota de la oficina salitrera se encuentra sepultada también allí, bajo la cruz con su nombre, o si sólo se trata de un memorial colocado en el lugar de su tragedia.

Así pues, el desafortunado Cachupín, uno de los últimos perros del salitre de los que se recuerde su nombre propio en la región, es también un caso excepcional de can con animita o memorial propio en nuestro país. La misma aún se conserva en el lugar exacto, cerca de galpones industriales y junto a un gran canchón, como testimonio de las mascotas que acompañaron a los hombres en la dominación de aquellas comarcas hasta el final de la industria del oro blanco.

Humberstone y Santa Laura fueron elevadas a la categoría de monumento histórico nacional no mucho después de la desgracia del perrito, coincidentemente, por Decreto Supremo N° 320 del 16 de enero de 1970. Esto sucedió faltando solo un par de años para el centenario de la fundación de ambas oficinas. Tiempo después, el 17 de julio de 2005, fueron reconocidas como patrimonio de la humanidad por la Unesco. El memorial de Cachupín, entonces, se encuentra connaturalmente integrado a este sitio que ostenta dos de los más altos pergaminos a los que podría aspirar un espacio patrimonial e histórico chileno.

La tumba o animita del perro, en tanto, ha sobrevivido a los cambios de administración y a la destrucción que continuó tras la quiebra del señor Andía y la enajenación de sus propiedades por el Estado, de forma irregular según reclamó por muchos años su sucesión familiar, aunque jamás lograron impugnarla. El caso es que, desde enero de 2002, ambas oficinas pasaron por remate a manos de la corporación Museo del Salitre, que las reconvirtió en museos de sitio para atraer con mayor dignidad a los visitantes.

La cruz de Cachupín retrata sus propios recuerdos en el tiempo y bajo el sol inclemente de Tarapacá, ese que reseca y calcina todo, en el mismísimo recorrido turístico de Humberstone. Lo hace como un testimonio más del ocaso de su larga historia y también de aquella sobre los perros del salitre.

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