PEPE, EL PERRO QUE ACOMPAÑÓ AL PILOTO PARDO EN LA NAVE "YELCHO"

La historia del rescate de los hombres de la fallida Expedición Imperial Transantártica de Sir Ernest Shackleton desde la gélida y estéril Isla Elefante, la más septentrional de las Shetland del Sur, puso a nivel de mito al escampavía Yelcho de la Armada de Chile y a su tripulación, en 1916. Así quedaron bordados en hilos de oro los nombres involucrados en aquella heroica acción, misma que salvó la vida a los británicos del malogrado Endurance.

23 son los marinos chilenos que aún reciben tributo y homenaje: el capitán Luis Alberto Pardo Villalón, el comandante y piloto segundo León Aguirre Romero, el jefe de máquinas Jorge L. Valenzuela Mesa y el segundo jefe de máquinas José Beltrán Gamarra; los maquinista Nicolás Muñoz Molina y Manuel Blackwood; los bomberos Heriberto Cariz Carcamo, Juan Vera Jara, Pedro Chaura, Pedro Soto Núñez y Luis Contreras Castro; los guardias Manuel Ojeda, Ladislao Gallego Trujillo, Hipólito Aries, José Leiva Chacón y Antonio Colin Parada; el capataz José Muñoz Tellez; el herrero e ingeniero Froilán Cabaña Gutiérrez; los marineros Pedro Pairo, José del Carmen Galindo, Florentino González Estay y Clodomiro Agüero Soto; y el grumete Juan Bautista Ibarrola Carvajal.

Sin embargo, casi queda fuera de los registros conocidos la pequeña y tierna mascota del personal del escampavía, que también viajó con aquellos hombres de la nave Yelcho durante la hazaña: Pepe, el perrito de la tripulación. Es probable que la participación de este 24° a bordo se hubiese perdido por completo de no ser porque apareció mencionado en una de las principales revistas de la época.

Repasando dicha historia, al comenzar el año de 1915 el clima antártico no había mejorado con la llegada del verano: por el contrario, las condiciones se volvieron sumamente crueles con los británicos, pues su líder Shackleton había confiado demasiado en los ciclos esperables de la naturaleza. La nave de la expedición quedó irremediablemente atrapada entre los hielos y los hombres debieron resistir varios fatigosos meses en esta angustiosa situación. Las esperanzas de liberarse se cayeron heridas de muerte cuando un témpano de varias toneladas destruyó con ferocidad al Endurance, el 25 de octubre, terminando los restos devorados por el hielo en menos de un mes. Parte de ellos reaparecerían recién casi un siglo después.

En en medio de la incertidumbre y la soledad polar, Shackleton y otros cinco hombres salieron desesperadamente en un bote rescatado del Endurance, el 25 de abril de 1916, mientras el resto lo esperaba en condiciones extremas y casi sin provisiones, rezando por ser rescatados desde la inhóspita Isla Elefante. Tras navegar 1.300 kilómetros hasta las Georgias del Sur, los aventureros del bote suplicaron ayuda de un navío ballenero, pero plan de rescate resultó imposible. Tampoco les fue bien en el archipiélago de islas Falkland o Malvinas, ni en la ciudad de Montevideo en donde se les prometió ayuda: las condiciones climáticas hacían imposible que un buque de rescate llegara  la Antártica. El mar de hielo flotante no pudo ser penetrado en los intentos de otras naves norteamericanas e inglesas.

Regresando al territorio austral del continente, Shackleton partió hasta Magallanes para suplicar a las autoridades de Punta Arenas por la urgente ayuda. En esos momentos, la Armada de Chile mantenía rondando en la zona a los escampavías Yelcho y Yáñez por lo que, el director general de la rama, almirante Joaquín Muñoz Hurtado, dio aviso al jefe del Apostadero Naval de Magallanes, almirante Luis V. López, para que proporcionara al explorador inglés un buque que pudiese rescatar a los atrapados. Fue así como el Yelcho zarpó desde Punta Arenas hacia el 25 de agosto de 1916, poniendo proa al Continente Blanco tras contornear los fiordos del Canal Beagle, en un peligroso viaje al mando del experimentado y audaz piloto Pardo, secundado por piloto segundo Aguirre Romero y acompañado de los demás hombres nombrados.

Y con ellos iba también Pepe, el perrito con menos de un año de vida que había sido adoptado por la tripulación como mascota vigía, siguiendo una arraigada tradición de la marina chilena. Probablemente de la raza que hoy identificamos como terrier chileno, a juzgar de la imagen que quedó de él, su todavía corta vida que estaba por entrar vivir tan grande aventura, transcurría tranquilamente allí hasta entonces a bordo del escampavía y descendiendo a tierra en cada toque de puertos magallánicos. De este modo, el inocente can se vería involucrado en uno de los periplos más temerarios y heroicos que se hayan hecho en la historia de la conquista antártica.

Piloto Luis Pardo Villalón, el héroe del escampavía Yelcho.

Sir Ernest Henry Shackleton, el jefe y líder de la expedición británica.

El perrito Pepe y la tripulación de la Yelcho del piloto Pardo en 1916, en la revista "Sucesos". Fuente imagen: Memoria Chilena.

Los sobrevivientes siendo rescatados. Al fondo, la nave Yelcho.

30 mil personas recibieron en Valparaíso a los héroes británicos y chilenos.

Aunque el Yelcho parecía una miniatura comparada con otras naves extranjeras que ya habían fracasado en similar intento, las capacidades -no sin miedos- de Pardo y sus hombres permitieron que atravesara el bosque de icebergs flotantes, cuando la tragedia del Titanic aún estaba fresca. Lo hizo en condiciones ambientales que hacían todavía más difícil la proeza, con el desafío de haber enfrentado al temido Paso Drake y después cruzar entre vientos blancos y gélidos, con pronósticos de 24° C bajo cero. Con 72 carboneras y 480 toneladas de desplazamiento, la nave había debido sobrecargarse de carbón para cubrir con éxito las extraordinarias distancias. Para peor, se sabe que sus cañerías de alimentación estaban en mal estado y que la descarga del condensador se encontraba bajo el agua. Carecía de equipos de comunicación a tierra y hasta el vestuario del que alcanzaron a proveerse era inapropiado a climas tan extremos.

Aunque para el día 28 de agosto la angustia creció al tener que pasar por una neblina cegadora, la pericia de Pardo se impuso y por fin el día  30 llegaron hasta la zona de las Rocas de Seal y la Isla Elefante, cerca del mediodía. El escampavía rodeó la isla situada hacia la punta de la Península Antártica, pudiendo ubicar a los entumidos británicos cerca de las 13:30 horas. Tras una tensa espera, pudieron subirlos a todos a bordo, transportándolos en bote. "Realmente no parecían seres humanos", diría después el ingeniero Cabañas Gutiérrez, al recordar la lastimera situación y el aspecto mortuorio de los náufragos.

Los ingleses de seguro pudieron conocer a Pepe en el escampavía. Debió ser algo impresionante para ellos poder observar otra vez a un can vivo y como saludable mascota, quién sabrá si hasta jugando con él a bordo, después de haber sido testigos de la muerte de los muchos perros para compañía y trineos de su expedición, algunos llamados Hércules, Shakespeare, Bob, Sire, Sandy, Samson, Sire, Satan, Rugby, Smiler y Surly. Muchos de ellos habían tenido que ser sacrificados para ahorrar peso y alimento, especialmente los cachorros después de varar del Endurance, mientras que los últimos vivos habían sido eliminados a tiros al no alcanzar la carne de foca más que para los hombres.

Desafiando los persistentes problemas climáticos que incluso atraparon por un rato al Yecho en el Mar de Drake, consiguieron llegar a Punta Dungeness el 2 de septiembre. Como no pudieron desembarcar allí continuaron hasta Río Seco, echando anclas en la seguridad del puerto y pudiendo bajar a tierra.

Rescatistas y rescatados fueron recibidos como héroes en Punta Arenas, el 4 de septiembre siguiente, partiendo desde allí hasta Valparaíso. Por supuesto, Pepe venía con ellos, sin comprender en su perruna modestia la proeza histórica de la que había sido parte. Cuando reporteros y corresponsales de la revista porteña "Sucesos" llegaron a toda prisa para conocer a los héroes y conseguir una entrevista del propio Pardo, descubrieron con encanto al simpático can y lo inmortalizaron con una fotografía en sus páginas de la edición del 5 de octubre, cuando el mismo piloto se los presentó:

El contramaestre nos muestra un perro que está junto a él y nos dice:

- Este perrito también fue al polo... Está desde chiquito en el buque; aquí se ha criado. Tiene nueve meses.

Una gran cantidad de reporteros extranjeros documentaron en prensa y película las emotivas escenas del retorno, destacados en los puertos desde que se conoció la noticia del rescate. Las imágenes de la época testimonian también el masivo júbilo de la gente, sumando 30 mil almas, hasta con desfiles y corsos de flores. En tanto, el almirante López había presentado velozmente una petición de ascenso para el piloto Pardo, como premio a tan titánica misión perfectamente cumplida y en prenda de sus demostrados méritos. El homenajeado se acogió a retiro en mayo de 1919 y el gobierno premió sus servicios nombrándolo cónsul de Chile en Liverpool.

Aunque el nombre de Pepe casi se haya perdido en las nóminas de héroes y pioneros de la Antártica, su ubicación cronológica e institucional lo hace formar parte de toda la olvidada e injustamente desdeñada generación de primeros perros con roles participativos para la presencia humana y la exploración polar.

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