LOS HABITANTES DEL TERMINAL DE BUSES DE LA SERENA

Viejo, en primer plano, y atrás Rucio empezando una de sus siestas.

Muchos terminales rodoviarios de Chile tienen la característica de servir como refugio a varios perros de vida libre, llegando a formar así parte del paisaje entre los buses y los establecimientos comerciales de estos recintos. Si acaso se trata de una tradición, esta es antigua: ya existía en la época de los trenes, con estaciones que también eran habitadas por estas criaturas, incluso en casos de las que estaban muy aisladas por el territorio nortino cubierto por la línea del famoso tren Longino (Ferrocarril Longitudinal Norte), que operó desde poco después del Centenario Nacional hasta mediados de los años setenta.

Como ciudad que fue importante en aquel trazado ferrocarrilero, entonces, La Serena también mantiene dicha tradición de perros viviendo casi de forma familiar ahora en su complejo terminal de buses, inaugurado en 1979 cuando ya había pasado la época esplendorosa de los trenes. Espaciosa obra de los arquitectos Alberto Sandoval, Pablo Muñoz y Fernando Abalo, ubicada a metros de la Panamericana Norte en la cuadra formada entre calles Alberto Solari, Amunátegui y El Santo, desde sus inicios han pululado por este sitio perros callejeros o abandonados que encontraron cobijo dentro del tibio edificio y la generosidad de sus ya varias generaciones de trabajadores.

Los actuales perros del terminal de buses de La Serena resultan bastante conocidos, tanto entre los empleados como entre los usuarios más frecuentes del servicio de buses. Muchos han llegado, crecido y muerto en el lugar, de hecho, por lo que hay una especie de renovación constante de canes, todos con sus respectivos nombres. Por supuesto, esto tiene un lado nada simpático ni armónico, pues muchos irresponsables aprovecharon la mediana buena vida que se les procura a estos animales en el lugar para ir a abandonar a sus propias mascotas, especialmente cuando ya están viejas.

De esa manera, un surtido canino se asoma por todos los pasillos, sector exterior de espera o aguardando atentos a recibir algún trozo de comida en los cafés para el público, así conviviendo pacíficamente con los pasajeros y comerciantes del sector. Muchos están entre los favoritos de estos últimos, especialmente del personal de aseo, aunque la época en que más caricias y regalos reciben es durante el verano. La escena puede ser encantadora a los cinófilos, pero también confunde a algunos visitantes extranjeros incapaces de comprender una convivencia tan cercana con los canes, sorprendidos al hallar algunos de buen tamaño durmiendo plácidamente en los corredores del mismo edificio.

Entre otras asistencias, los canes del Terminal de Buses de La Serena han sido esterilizados y desparasitados a cuenta del propio personal del recinto, viéndose siempre bien alimentados y robustos. Cuentan con una atención veterinaria dispensada una vez al mes, también a cuenta de su bolsillo, aunque me cuentan que han contando con algunas ayudas de los profesionales o estudiantes de la salud animal. Se trata, entonces, de un curioso y loable ejemplo de tenencia responsable colectiva, con los buenos resultados a la vista. La actitud mansa y acostumbrada a pasear entre extraños sin causar alboroto por parte de los beneficiados, facilita mucho las cosas y la tolerancia a su presencia allí.

Juanita, la dócil y tranquila perra, aunque tenga su carácter.

Colo Colo, acompañando al personal de aseo.

Canelo, en su sector exterior y favorito dentro del terminal de buses.

Camila debajo de uno de los escaños para los pasajeros.

El apacible Yoyo, en uno de sus momentos rompiendo el descanso.

Otros de los varios canes del recinto rodoviario.

De entre todos los perros habitantes del terminal serenense, entonces, destacan casos como la tierna y dócil Juanita, cuyo aspecto recuerda a algún abuelo pastor alemán que ya se perdió entre las cruzas con perros mestizos. Su amigo Canelo, en cambio, es juguetón y muy animado, con comportamientos parecidos a los de un cachorro a pesar de tratarse ya de un perro adulto al que la castración no cambió su espíritu activo. Fue bautizado por los empleados con este nombre aludiendo al color de su pelaje, muy parecido también al de Viejo, aunque este se distingue del anterior por su semblante más senil, su lomo oscuro y un carácter bastante temerario con otros de su especie cuando son extraños. El fino y misterioso sentido de Viejo, el más territorial de todos, ha reconocido incluso a sujetos problemáticos y delincuentes que llegaban hasta allá, por lo que se encarga de mantenerlos afuera. A veces Juanita lo secunda en estas incursiones más agresivas pero necesarias y con los perros extraños que aparecen en la terminal sin formar parte del selecto círculo residente.

Colo Colo, en tanto, es llamado así por su lanudo pelaje blanco y negro, resultando un perrito bastante dado a la curiosidad, que se acerca solo a los viajeros como si los observara y tal vez también por interés alimenticio. Siempre está orbitando a una atenta señora del aseo del lugar, quien prefiere el anonimato ante nuestras consultas. Tiene por compadre a Rucio, un perro amarillo más grande pero de pelaje corto, aunque parece que este no es tan animoso y activo como Colo Colo. De hecho, diríamos que Rucio prefiere estar echado siempre en la loza enfrente de los andenes, si bien cuentan allí que a veces se deja ver tan bravo como Viejo ante situaciones de amenaza al lugar.

Yoyo es el perro más lanudo de todos, con abundante pelo negro que se vuelve más rojizo y felpudo hacia las puntas. Es un can bastante simpático y apacible, con mirada de expresivos ojos oscuros. Empero, es un poco flojo según parece, porque suele permanecer echado también en la explanada donde rondan Rucio y otros miembros del club. Lo propio hace Camila, perrita de color ocre que, a falta de una casucha, suele echarse debajo de los escaños dispuestos en el mismo lugar para el descanso de quienes esperan los buses. También me cuentan que tienen su carácter poco tolerante ante otros perros extraños que lleguen a invadir la terminal.

Basta acariciar a alguno de los nombrados o los varios que faltaron para encariñarse con los inofensivos perros serenenses. A su vez, al ser receptivos a estos gestos ellos acaban acercándose solos a los visitantes que observan ofreciendo mimos, por prácticamente todos los rincones del recinto... Es, pues, un pequeño zoológico canino que hace más gratas las horas de espera y tedio a los viajeros en la Terminal de Buses de La Serena.

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